sábado, 24 de mayo de 2008

Everest

Cuando esta mañana leí en El País de España que los esfuerzos por rescatar del Annapurna, Nepal, al excursionista español Iñaki Ochoa , de 40 años, fueron infructuosos, recordé que en julio se cumplen dos años de la muerte del excursionista venezolano José Antonio Delgado, de 41 años, escalando el Nanga Parbat en Pakistán. En homenaje a quienes "dieron su vida por contemplar un paisaje", reciclo este artículo para Evitando Intensidades.


Para celebrar el titánico logro de los nuevos pasaportes de la familia, por primera vez en tres lustros cambiamos nuestras tradicionales vacaciones en Margarita por una temporada en Miami.
“¿A quién se le ocurre?”, nos cuestionó más de una amistad con vocación meteorológica, ¿acaso ignorábamos que agosto es época de tormentas y huracanes en el sur del estado Florida? ¿Que este año prometía ser terrible? Pero qué peor tormenta y huracán que la tempestad electoral que azotaría a Venezuela los próximos seis meses, así que encomendándonos a Eolo, el dios del viento, quisimos estrenar nuestros pasaportes bolivarianos buscando un poco de solaz con el mar Caribe de por medio.

En Miami, a pesar de la promesa de desconectarnos del acontecer político venezolano por unas semanas, llegaron los primeros vientos de la tormenta electoral: el conde del Guácharo se convertía en la opción más clara de la oposición. Mientras tanto, en los Estados Unidos, la noticia con mayor centimetraje era la ebriedad antisemita del actor Mel Gibson. Por eso cuando un lunes por la noche viendo Medium, la programación fue interrumpida por un breaking news, pensé que quizás Mad Max volvía a pedir perdón. Pero no, era una noticia que miles de cubanos radicados en Miami tenían cuarenta y siete años esperando: Fidel Castro cedía (temporalmente) el poder.
Como ucevista, cosecha años 80, la noticia la recibí con sentimientos encontrados: me parecía una ironía de la vida estar en Miami cuando se anunciaba el principio del fin del octogenario líder de la Revolución Cubana. La televisión mostraba imágenes a las puertas del restaurante Versalles - el epicentro de la disidencia anticastrista más recalcitrante- repleta de gente celebrando la hemorragia intestinal del primer mandatario cubano. Casualmente esa misma mañana, el personal del Versalles había recibido al presidente norteamericano George W. Bush, en sorpresiva visita a Miami, como a un héroe.
Y yo que no simpatizo ni con Castro ni con Bush y que venía huyendo de la política venezolana, al ver por televisión las celebraciones en la calle 8, no pude dejar de recordar la noticia que más me ha conmovido recientemente: la última hazaña del montañista José Antonio Delgado.
Durante cinco días los venezolanos tuvimos el corazón en vilo pendientes de la suerte de este integrante del Proyecto Cumbre, de 41 años, quien tras convertirse en el primer latinoamericano en llegar a la cima del Nanga Parbat en Pakistán, se encontró con una inesperada tormenta a más de siete mil pies de altura, perdió el rastro y necesitaba ayuda para bajar.
Después de los desafortunados desenlaces de los secuestros de los hermanos Faddoul, de Filippo Sandoni y de Carolina Manrique, los venezolanos estábamos urgidos de un final feliz, durante cinco días seguimos de cerca y sin perder las esperanzas las labores de rescate del soñador venezolano que había logrado conquistar cinco de las nueve cimas más altas del mundo.

Lamentablemente, José Antonio no regresó de esta aventura, y el sábado 22 de julio se reunieron en una rueda de prensa sus amigos montañistas para conmemorar la última proeza de “El Indio” y para explicarnos a aquellos que de Saba Nieves no pasamos, lo que significa estar en el tope del mundo, o citando a Cela: “ser capaz de dar la vida por contemplar un paisaje”.
A pesar de la tristeza por el compañero que no volvió, el mensaje de sus amigos montañistas estuvo lleno de alegría de vivir hablando de metas, de riesgos y del azar a los que estamos sujetos los seres humanos: “Cuando me preguntan cuándo he sentido más miedo, contesto que llegando a las tres de la mañana a mi casa”, afirmó Marcos Cayuso; pero sobre todo insistieron en lo maravilloso de una vida bien vivida en pos de sus sueños.
“Todos tenemos nuestro Everest”, le gustaba repetir a José Antonio, recordaron sus amigos, quienes en medio del dolor de su partida, les queda el consuelo que “El Indio” murió después de alcanzar cinco veces su Everest.

Ese triste julio la rueda de prensa que logró el milagro de unir a los venezolanos en la gran pena ante la muerte de un deportista fuera de serie, fue cortada por otra noticia: Chávez y Fidel visitando la casa natal del Che Guevara en Argentina. Sí, todos tenemos nuestro Everest, algunos son políticos, otros profesionales, otros deportivos, otros artísticos, pero pocos Everest tan sublimes como el de José Antonio Delgado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

HAY QUE ACOTAR QUE NO FUE EN 7000 PIES, SINO "7.000 METROS"

Adriana Villanueva dijo...

Gracias por la acotación, no sé que me dio por poner 7000 pies en lugar de metros, debe ser influencia de haber escrito el artículo en Miami.