jueves, 9 de julio de 2009
La plaza de don Luis
Mi abuela de 91 años se siente como Venezuela: descuidada y desmoronándose. Su salud de roble está afectada por los nervios de vivir en una ciudad en ruinas a la cual no reconoce: "¿Tú crees que algún día podré regresar a la Plaza Bolívar?". Como toda buena caraqueña nacida en la primera mitad del siglo XX, los primeros años de su vida transcurrieron alrededor de la céntrica plaza que hoy no se atreve a pisar porque la sabe tomada por una banda de radicales afectos al gobierno cuyo trabajo es amedrentar todo aquello que huela a oposición.
Pasar por la Plaza Altamira no ayuda mucho su depresión: "Tu abuelo siempre decía que lo que más le costaba entender a sus estudiantes de historia de la arquitectura era qué es una plaza, los muchachos creían que una plaza apenas era un sitio público donde se ponía una estatua, no, una plaza es más que eso, una plaza es lo que la rodea". A la Plaza Altamira la rodea la desolación.
No hay tráfico esta mañana de febrero en Caracas, a pesar de que supuestamente se acabó el paro y la escasez de gasolina -según el gobierno- ya se está solventando, las únicas aglomeraciones de carros que se ven en las calles son las largas colas que se forman en las gasolineras cerradas. El caraqueño este año 2003 vive de datos, a Castillo, el chofer de mi abuela desde hace cuarenta años, le dieron el dato de que en La Bandera había gasolina y en dos horas logró llenar el tanque del carro. Corrió con suerte, historias abundan de conductores que después de más de 24 horas en cola, le cierran las gasolineras en las narices. También abundan los datos de Guardias Nacionales que por "apenas" diez mil bolívares, te llenan el tanque del carro.
Son las nueve y media de la mañana, mi abuela me pasó buscando con Castillo para que la acompañara al médico porque se siente fatigosa, dice que la Passiflorina se le fue por el camino viejo. El carro se detiene momentáneamente en el semáforo en rojo en la intersección de la Avenida Luis Roche con la Francisco Miranda, frente a la hoy Plaza Francia en pleno corazón de Altamira. Mi abuela conoció mucho a Luis Roche, era uno de los mejores amigos de su padre: Juan Bernardo Arismendi. Juntos construyeron en Caracas en los años veinte urbanizaciones como San Agustín y La Florida. Altamira no formó parte de esta sociedad, fue obra exclusiva de don Luis.
Castillo, mi abuela y yo contemplamos en silencio y con tristeza la Plaza Altamira, está en ruinas, como si un huracán acabara de pasar: sucia y abandonada pero lentamente recuperando su carácter de plaza. Algunos estudiantes caminan apurados morral al hombro, ya no hay quien se preocupe por su ideología; una pareja de enamorados se come a besos en un banco de piedra mientras un viejito indiferente lee la prensa a su lado. No hay cámaras de televisión, no se ven militares por ningún lado, ni oradores de turno, ni personas disfrazadas de banderas de Venezuela. Todavía se ven tienditas de campaña en algunos sectores de la Plaza, ¿quién dormirá en ellas? Los toldos de los diferentes partidos políticos de la oposición siguen montados, pero están abandonados. En la tarima frente al Obelisco quedó un altar improvisado con todo tipo de estampitas y santos, presididos por una gran imagen de la Virgen resignada como preguntándose: "¿Se habrán olvidado de mí?".
Cuando el semáforo cambia a verde, mi abuela suspira: " Si por el gobierno fuera ya la habrían bombardeado. ¡Qué lástima! ¡Qué diría don Luis si viera su plaza!".
Escrita en enero 2003, hoy recuerdo esta crónica de la plaza post paro cuando se cumplen 4 años de que ña Margot se nos fue.
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2 comentarios:
Para Adriana de parte de Luis Armando Roche, hijo de Luis Roche.
Gracias, Adriaana por tus sabrosas crónicas de un país diferente y que ya no existe (por ahora). Tus notas nos hacen revivir esos momentos cuando y andaba en burro en la Calle Don Bosco de Altamira..
Saludos cordiales a toda tu familia.
Luis Armando
Gracias Luis Armando aunque aquí entre nos, los recuerdos más lejanos que tengo de Altamira son del Crema Paraíso para acá.
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