sábado, 31 de enero de 2009

Sí señor


La propaganda oficialista por el Sí a la reelección presidencial no conoce límites. Además de contar con un polémico director como lo es Oliver Stone para filmar los avances de la Revolución, ahora cuentan con el apoyo del comediante Jim Carrey, y su última película:  Yes, para promocionar el Sí.
Y no me vengan con que es pura casualidad que este engendro de Hollywood se titule como la campaña en Venezuela a favor de la reelección indefinida. Nadie me saca de la cabeza que en las mismas entrañas del mounstruo se debió forjar la maquiavélica idea de hacer uso del star system para hacerle propaganda subliminal al Sí.
Olvídense del tal Revolutionary Road de Sam Mendes con Kate Winslet y Leonardo DiCaprio, el verdadero camino revolucionario se encuentra en Sí Señor, film de Peyton Reed que los críticos comparan negativamente con otra película protagonizada por Carrey: Liar, Liar; sólo que en esta oportunidad Carrey no se ve obligado a decir la verdad, sino que debe decir siempre que Sí.
Carl(Carrey), un gris ejecutivo de un banco en Los Ángeles, suele negarse a todo lo nuevo, bien sea conceder audaces prestamos bancarios, o rumbear con los amigos. Hasta que un día un antiguo compañero de trabajo lo convence a asistir a una convención a favor del Sí.
Sí, como lo oyen, sólo en el Sí está la salvación; y tras dudar ante un teatro de fervorosos convencidos de que el Sí siempre debe ser el camino, Carl accede ante el gurú del Sí, Terence (Terence Stamp) a darle una oportunidad a no decirle que No a nada en la vida.
Y aunque Carl tenga que decir que Sí a las más disparatadas decisiones, el Sí siempre traerá alegrías, y el No, aunque parezca la respuesta adecuada en ciertas situaciones, sólo traerá desgracias.
¿Acaso han oído ese argumento en algún lugar? Es que hasta la utilería del Yes parece salida de los baúles de PDVSA, como el bolso que carga Carl con un gran YES ¿de qué otro color podría ser sino rojo rojito? Sólo le falta un "Hollywood ahora es de todos" en la solapa.
Así que a mí no me engañan al haberle agregado el "Señor" al título en español para disimular campaña tan descarada: que Oliver Stone ni que Sean Penn ni que Danny Glover; el gran propagandista de está campaña por el Sí se llama Jim Carrey.

Kafka era la moda



La portada lucía bien: en medio de un fondo amarillo mostaza una foto sepia de unos jóvenes fumando en un bar anunciaba: “Kafka was the rage” (algo así como Kafka era la moda), además del sugestivo subtítulo: “Una memoria del Greenwich Village”. El autor no me sonaba: Anatole Broyard. Lo que realmente me sedujo a comprar el libro fue la promesa de la contraportada que este recuento del barrio bohemio neoyorkino de mediados de los años 40 era equivalente al de la Rive Gauche de los años 20 de Ernest Hemingway en “A Moveable Feast”.


Sentí cierto recelo de estar ante una comparación exagerada: “París era una fiesta” – título en español del libro de Hemingway- es el nirvana de las memorias literarias: leyendo sus páginas imposible no soñar ser joven, pobre pero feliz en París, bebiendo como si no hubiera un mañana, con las hormonas a millón, amigos como los Fitzgeralds, dólares sobrevaluados, y un talento único para la literatura que apenas empezaba a florecer.


Si “Kafka was the rage” era el equivalente neoyorkino de “A moveable feast”, ¿por qué jamás había oído hablar de él?


Quizás el error era mío: mera ignorancia porque la contraportada de “Kafka was the rage” describía a Broyard como a un reconocido crítico literario del New York Times de los años 70 y 80, quien narra en estas páginas cómo a los 26 años, después de luchar en la II Guerra Mundial, se mudó de la casa de sus padres en Brooklyn a un pequeño apartamento en el Greenwich Village con una sensual artista llamada Shira -protegida de la escritora Anais Nïn- y con el dinero que obtuvo en el mercado negro en Tokio durante la guerra, en 1946 abrió una pequeña tienda de libros usados frecuentada por poetas como Dylan Thomas.


Las memorias bohemias-juveniles de Broyard, al igual que “París era una fiesta”, son breves, no más de 150 páginas, pero a diferencia de la juerga parisina de Hemingway, es fácil darse cuenta de que Broyard no llegó en su libro a donde quería llegar, apenas alcanzó a hacer un boceto de un lugar, de una época, de una relación sentimental. En las últimas dos páginas nos enteramos el porqué al contar su viuda, en el epílogo, que Anatole estaba escribiendo en 1988 sobre cómo lo afectó la muerte de su padre dando un giro a su vida, cuando le fue diagnosticada una enfermedad mortal y dejó las memorias de su juventud a medias para comenzar a escribir sobre su mal. Libro que sí llegó a terminar con el título “Intoxicado por mi enfermedad”.


La aclaratoria de la viuda de Broyard explica la sensación de borrador que se tiene al leer “Kafka was the rage”, hasta cuyo título resulta exagerado porque el escritor de “El proceso” apenas se menciona, pero estas memorias no están exentas del encanto de lo que pudo ser como las breves líneas que dedica Broyard a describir su sueño empresarial: “1946 era un buen momento para una librería de ocasión, porque todo estaba fuera de imprenta y la revolución de los libros de tapa blanda no había comenzado”, también logra Broyard dar pinceladas nítidas describiendo Greenwich Village como un lugar cuya gran pasión era la lectura : “los libros eran nuestro clima, nuestro medio ambiente, nuestra vestidura… fueron para mi generación lo que las drogas fueron para la generación de los años 60”.


Asegura Broyard que el Dios del Village de la posguerra fue Kafka, aunque sus libros eran difíciles de conseguir en los Estados Unidos porque se habían editado pocos números en inglés. Pero al igual que la relación entre Anatole y la sensual pintora, el negocio de libros usados en la calle Cordelia del Village no prosperó, quizás, o debido a que, la mayoría de los habitantes del Village: “tenían más libros que dinero”.


Es difícil no terminar “Kafka was the rage” sin sentirse estafado por la promesa de la contraportada de estar ante el equivalente a “París era una fiesta”, aunque la trampa no es de Broyard (quien murió en 1990) sino de los editores que ofrecen este libro como la memoria de una juventud literaria que marcó una época, en lugar del boceto de un recuento emocional donde el Greenwich Village apenas es el telón de fondo.


¿Qué diría el crítico Broyard al respecto?

martes, 27 de enero de 2009

La novia engrapada


Tenía tiempo sin ir a una despedida de soltera, la novia homenajeada era mi primita Elisa, su tía invitó familiares y amigas a una merienda para aperar el futuro hogar de su sobrina. Después de una cola atroz, llegué a la merienda pasadas las seis, puse mi regalo entre sartenes, exprimidores de jugo y tupperwares, y tras saludar a la novia y a sus amigas, me serví una copa de sangría antes de unirme a mi grupo demográfico: el de las tías y las mamás de los novios quienes discutían acaloradamente sobre la mejor edad para casarse.

Algunas convidadas decían que después de graduadas, otras que cuando el amor llegara, las divorciadas que nunca. No había terminado de sentarme para dar mi opinión cuando apareció la anfitriona con una cesta con papel blanco, malla y engrapadora, anunciando el juego de la tarde: las de treinta y dele pa’rriba competirían con las veinteañeras en la elaboración de un traje de novia, escogiendo maniquís entre las comensales.

En cuestión de segundos dejamos la habladera de tonterías y elegimos como maniquí a otra tía de la novia que por su actual estado civil (viuda), y sus atributos físicos (buenota), daría la pelea a la hora de lucir el blanco nupcial. Se hizo rogar, la muy coqueta, asegurando que ya no estaba para eso, además, vestirse de novia sin intención de casarse era pavoso. Una copa de sangría después, nuestra “novia” estaba rodeada de un dream team de modistas amateurs entre quienes se encontraban ejecutivas, artistas plásticas y hasta doctoras, arreglándola con tanto esmero como hace más de veinte años la había vestido Guy Meliet la noche de su boda. Como las manualidades no son mi fuerte, me decreté cronista social mientras me comía las frutitas de la sangría.

En esas estábamos, cuando de repente se oyó un adolorido: “¡auuch!”. Hasta a la más hábil de las costureras se le va una puntada: una de las artesanas, ajustándole la falda al corpiño, le engrapó la barriga a la novia cuarentona, colándose cuatro gotas de sangre en el papel. Las modistas se quedaron paralizadas. Fue necesario que la novia gritara todavía más duro: “¡Coño! ¿Nadie me va a sacar la grapa?” Para que las adultas contemporáneas reaccionaran ante la insólita emergencia y corrieran a buscar en las carteras sus anteojos de ver de cerca: sin ellos ninguna vería dónde carrizo estaba clavado el vil metal. Cuando por fin salió la grapa, la sufrida modelo exhaló un suspiro de alivio.

Cambiando la sangría por un whisky en las rocas que también le sirvió de desinfectante, la novia engrapada desfiló amenizada por “What the world needs now, it’s love sweet love” de Burt Bacarach. Lucía hermosa, a pesar de las gotitas de sangre que tiñeron el traje, aunque las supo ocultar hábilmente con el bouquet de rosas blancas y amarillas que minutos antes había sido uno de los centros de mesa. Pero la competencia fue desleal: las veinteañeras escogieron como modelo una morenota que no desentonaría en las grandes pasarelas de Milán. Como era un concurso amistoso, a las dos novias las aplaudieron igual.

Todas salimos contentas, o por lo menos eso pensé hasta que finalizada la velada oí a la novia engrapada pidiéndole encarecidamente a la anfitriona: “Para la próxima, mamita, regresa a lo tradicional, déjate de estar inventando vestidos de novia de papel, y búscate un stripper”.



Publicado en la revista Contrabando

sábado, 24 de enero de 2009

De aquí a 5 años


El domingo 18 de enero -el mismo día que detonaron un artefacto explosivo contra el carro del dirigente estudiantil Ricardo Sánchez- la Universidad Central de Venezuela se llenó de muchachos, y no precisamente en torno a la violencia o a la protesta: hacían largas colas que comenzaban en la entrada de Las Tres Gracias hasta pasar el comedor. Para quienes no conocen la Ciudad Universitaria, casi toda su extensión de sur a norte; kilómetros de chamos armados, no con piedras ni bombas molotov, sino con dos lápices Móngol, dispuestos a luchar en buena lid por ser ucevistas.

Desde la madrugada, quienes aspiran prepararse cinco años en la Escuela de Comunicación Social para informar sobre el acontecer de un país -que hoy el gobierno pretende que sólo se muestre favorable al monocolor- no parecían pesimistas, quizás soñaban que cuando por fin se gradúen en el 2014(si todo va bien, si no intervienen las universidades, si no los mata el hampa, si cumplen con sus metas como estudiantes) reseñarían en la prensa con el mismo entusiasmo con el que hoy lo hacen los estadounidenses ante la llegada a la Casa Blanca de Barack Obama, el comienzo de una nueva era, el fin del oscurantismo, el adiós democrático a un caudillo belicoso.

Temprano en la mañana también presentaron examen de admisión los aspirantes a Ingenieros. Estarían ilusionados, sintiendo que de aquí a cuando se gradúen vivirán en una Venezuela en la que habrá mucho que construir: hospitales que se den abasto, nuevas escuelas, soluciones habitacionales. Industrias a ser fundadas o que regresarán a Venezuela, porque poco a poco recuperáremos la fe de ser un país productivo, no rentista y sólo dependiente del petróleo.

A primeras horas de la tarde presentaron examen de admisión futuros abogados, con la confianza que de aquí a 5 años los tribunales no tendrán que depender de la voluntad política de un gobierno. Que la impunidad en la que hoy vivimos será cosa del pasado, y que las sentencias a ser dictadas serán justas y saldrán de manera expedita. Los más idealistas de estos jóvenes quizás soñarán con que las cárceles venezolanas algún día podrán ser verdaderos centros de rehabilitación, no infiernos en vida, y lucharán porque así sea.

Nadie más soñador que los humanistas: aspirantes a realizar sus estudios en las Escuelas de Artes, Filosofía, Letras… colmaban los pasillos cubiertos a la vera de la Tierra de Nadie, sin tener muy claro qué destino les espera de aquí a cinco años, pero sí con la confianza de lograr ejercer su vocación en un país donde el pensamiento, por más disidente que sea del gobierno de turno, no será atacado a palos ni víctimas de “gas del bueno” con el beneplácito de sus dirigentes.

Los aspirantes a Medicina todavía no presentan examen, lo harán en marzo, y qué falta nos hacen, porque el caos hospitalario en los primeros días de enero fue una muestra de lo necesitados que estamos en Venezuela de buenos médicos cuyos servicios, en un futuro más equilibrado, serán retribuidos como se merecen y con instalaciones más dignas donde ejercer su vocación.

Estas no son todas las carreras a las que puede aspirar un futuro ucevista, hay muchas más, pasillos llenos de ilusiones de jóvenes ansiosos por construir una Venezuela mejor. Para que esto sea posible, y no  seguir viviendo indefinidamente en un país cuya principal ley es la violencia, votaremos NO al continuismo en el poder.

Publicado en El Nacional el sábado 24 de enero de 2009.

viernes, 23 de enero de 2009

Opinando sobre películas que no he visto

Ayer anunciaron las nominaciones al premio Oscar, y ninguna de las películas nominadas ha sido estrenada en Venezuela. Pero se consiguen en cualquier cidicero de la capital. Cómprenlas a su propio riesgo, por más que el cidicero insista: "Calidad garantizada", una película en cartelera en versión pirata se suele ver muy mal.
Así que es poco lo que puedo comentar sobre las nominaciones, por ejemplo, a mejor actriz donde se enfrentan Meryl Streep(Doubt), Angelina Jolie (Changeling), Kate Winslet (The reader), Melissa Leo (Frozen River) y Anne Hathaway (Rachel getting married); sólo he visto la actuación de Angelina Jolie en el film de Clint Eastwood titulado en español "El sustituto", que casualmente, hoy estrenan en Venezuela.


Esta historia de una madre soltera víctima de la prepotencia y corrupción policial de los años 20 en Los Angeles, tiene todos los elementos que caracterizan la cinematografía de Eastwood de los últimos años: buena historia, música entrañable, ritmo lento, excelentes actuaciones, final demoledor. Es una lástima no haber esperado para verla en el cine, me recordó los cuadros de Edward Hooper que reflejan en colores terrosos la era de la Depresión. No en balde las otras nominaciones de "El sustituto" son por Dirección Artística e Iluminación.
Angelina Jolie está fabulosa en el papel de Christina Collins, madre soltera a quien 5 meses después de que desaparece su hijo Walter, la policía le entrega como su hijo a un niño desconocido. El afrontar no sólo el drama de perder a su pequeño de 9 años, sino también sentirse víctima de una terrible injusticia, podría dar para una actuación desgarrada, pero Jolie mide sus emociones, en ningún momento se pierde a la facilidad del melodrama, y bajo la dirección de Eastwood demuestra que además de ser una de las mujeres más bellas del planeta, una madre compulsiva, y la esposa de Brad Pitt, también es una actriz inteligente. Difícil no odiar a la condenada.


Clint Eastwood, fijo nominado todos los años por la Academia como director, en el 2009 no entró en pizarra, a pesar de que también dirigió "El gran Torino", film sobre un viejo racista que entabla amistad con una familia asiática. Muchos apostaron que el papel del irascible retirado podría representar la primera nominación como mejor actor para Eastwood, quien a los 78 años, anunció que "El gran Torino" sería su adiós a la actuación. Pero no fue posible, al antiguo Harry el Sucio se le colaron Sean Penn (Milk), Frank Langella (Frost-Nixon), Brad Pitt (The curious case of Benjamin Button), Mickey Rourke (The wrestler) y Richard Jenkins (The visitor).


Lo que no resultó ninguna sorpresa fue la nominación póstuma a Heath Ledger por su rol de El Guazón en la película "The dark Knight". Probablemente gane el Oscar como mejor actor secundario por hacer de malévolo payaso, actuación algo efectista, pero ¿cómo se le gana a un muerto tan hermoso? Para mi el gran papel de Ledger, por el que le robaron el Oscar, fue como el vaquero enamorado de "Brokeback Mountain"(2005) de Ang Lee. No le hizo falta ningún efectismo para dar con la intensidad de un hombre resignado a sacrificar su amor ante una sociedad homofóbica. El Oscar al mejor actor en esa oportunidad fue para Jammie Fox por su interpretación del músico Ray Charles.
Hay quienes dicen que entonces los conservadores miembros de la Academia se resistieron premiar a un vaquero homosexual, ¿será que este año no tendrán tanto pudor?

Sean Penn en el papel de Harvey Milk, el primer Gay electo para ejercer un cargo público en Los Ángeles, pareciera ser una apuesta segura. Con tal de que no nombre el sueño de la Revolución Bolivariana en su discurso. "Milk", dirigida por Gus Van Sant, ya la ofrecen a la venta los competentes cidiceros caraqueños.


La película que más nominaciones tiene este año es "El curioso caso de Benjamin Button", 13 incluyendo mejor película. Tampoco la han estrenado en Venezuela. Imagino que pronto lo harán. Cualquier cidicero lo tiene. Dicen que esta historia de un niño que nace anciano y vive la vida al revés, es la más Hollywoodense de las películas nominadas, por lo tanto, la más despreciada por los esnobs del séptimo arte.
Como no tengo prejuicios contra las grandes y comerciales producciones Hollywoodenses, estoy esperando ansiosa a que la estrenen para verla.
Otra superproducción, la película más taquillera del año 2008 (y de la historia reciente del cine), "The Dark Knight", el segundo Batman de Chris Nolan, sus hinchas aspiraban verla entre las nominadas como mejor película. No me sorprendió que no lo consiguiera. Lo que sí me sorprendió fue que la tan aplaudida por la crítica: "Revolutionary Road" de Sam Mendes, basada en la novela de Richard Yates sobre conflictos matrimoniales de una pareja de ensueño en los años 50, protagonizada por los antiguos amantes del Titanic: Leonardo Di Caprio y Kate Winslet; fuera ignorada por la Academia. Apenas tres nominaciones, y entre ellas no estaba Kate Winslet, quien mereció el Globo de Oro por el rol de ama de casa hiperdesesperada.


Sin embargo, Winslet irá con todas las de la ley la noche de la ceremonia en el Teatro Kodak, al ser nominada por su papel como colaboracionista nazi en "The reader" dirigida por Stephen Daldry, con la que obtuvo este año otro Globo de Oro como mejor actriz secundaria.
Ni "Revolutionary Road" ni "The Reader" han sido estrenadas en Caracas, aunque a "Revolutionary Road" ya me la he topado en la oferta cidicera. Esperaré para verlas en cine, al igual que otras películas nominadas como "Frost-Nixon" y "Slumdog Millonaire", que ojalá sean estrenadas en Venezuela antes del 22 de febrero, para que cuando liguemos a nuestros favoritos la noche de la tediosa ceremonia, podamos hacerlo con propiedad de causa.
Mientras tanto, Marley y yo, Hotel para perros y Peligro en Bangkok, nos esperan en las salas caraqueñas.

lunes, 19 de enero de 2009

El sueño de ser ucevista




























El domingo 18 de enero, mientras hubo quien detonó bombas molotov en los alrededores de la Universidad Central de Venezuela en nombre de los que hoy están en el poder, miles de jóvenes acudieron a la Casa que vence las Sombras a presentar los exámenes de admisión en distintas carreras, dispuestos a asumir la generación de relevo estudiantil que no se dejará amilanar por los matones de un gobierno militarista que amenaza a sus estudiantes con terror y represión. ¡Uu-ucv!





domingo, 18 de enero de 2009

Lecciones de periodismo que no le vendrían mal a Oliver Stone



El diario español El País, de hace unos domingos para acá, está publicando entrevistas a leyendas del periodismo. Esta semana le tocó a Juan Cruz conversar con el francés Jean Daniel, de 88 años, fundador de "Le Nouvel Observateur". En Evitando Intensidades  brindamos un resumen de este encuentro, toda una clase de periodismo.
 
 ¿Cómo debe ser la relación del periodista con el poder?

 El poder fascina. Fascina a los periodistas muy a menudo porque si tienen el gusto por la literatura quieren saber cómo se hace la historia... La historia: los pueblos la sufren, los dictadores (o los poderosos) la hacen, y los periodistas la contemplan para describirla. Los periodistas están entre el poder y la historia. Y han de saber cómo funciona el poder, con la condición de que la fascinación no caiga en la complacencia, la indulgencia y la corrupción... Con esas condiciones es muy interesante ver cómo funciona un hombre que detenta todos los poderes. En este momento hay que desconfiar de todo, hasta del más mínimo detalle. A mi siempre me invitaban, siempre, y tenía un método: o rechazaba la invitación o la aceptaba haciéndola notar. Una vez me invitó el Rey de Marruecos a un gran hotel de Marrakech, y me dijeron que sería ofensivo si pagaba yo la cuenta. Acepté la invitación e hice un donativo por ese importe para obras benéficas de la ciudad, e hice público el gesto... Es muy difícil juzgar con rigor y objetivamente a gente que tienes frente a ti. Tiene que haber una disciplina, sobre todo si estás muy interesado en esas personas; y debes cuidar en todo momento cada detalle.

A mi me han ofrecido de todo: una casa en México, en Túnez también querían ser muy amables conmigo... He tenido la tendencia a ser más crítico cuanto mejor me recibían. Pero la relación del poder con la prensa es un problema en los dos sentidos. He conocido periodos en que había corrupción de los periodistas, pero he conocido periodos en los que existía acoso de los periodistas. Un hombre con poder es un hombre que esconde algo y hay que descubrirlo. Hay que descubrir el crimen. ¿Qué crimen? No se sabe, pero hay que descubrirlo. Es una actitud equivocada pensar que siempre hay un crimen. Existen los dos excesos, y ahora existe el exceso de la transparencia: no se sabe qué crimen hay pero hay que descubrirlo.

Es cierto que un dictador lo esconde todo, y nuestro papel es descubrir qué esconde. Pero se han pasado los límites: la filosofía de la transparencia, cuando se lleva hasta el extremo, por virtud o por vicio, llega hasta la violación de la vida privada. Y existe una intromisión nueva, la intrusión de la fotografía en la vida íntima... Cuando se traspasan los límites se llega a aberraciones. Mire lo que ha pasado ahora con Milan Kundera, el gran novelista checo, acusado de haber denunciado a un compañero... En aquel tiempo él tenía veinte años, ahora tiene setenta. No había pruebas. Los periodistas se fueron a Praga y no encontraron pruebas. Pero hubo un titular junto a una gran foto de Kundera: Kundera habría sido... Y con ese condicional, la enorme foto y el titular ya Kundera es... El texto en sí era honesto, pero el lector se fija tan solo en la imagen, y en la fuerza del condicional. El fin del periodismo es escribir, el texto. Pero en esa información existe sólo la fuerza de la imagen, la fuerza del título y la fuerza del condicional. Quizá el periodista fuera honesto, pero mire usted el resultado...

P. En su libro sobre Albert Camus usted recoge cuatro pautas sobre las obligacionesde un periodista: "Reconocer el totalitarismo y denunciarlo. No mentir y saber confesar lo que se ignora. Negarse a dominar. Negarse siempre y eludiendo cualquier pretexto a toda clase de despotismo, incluso provisional". ¿Cuáles son para usted las obligaciones de un periodista hoy?

R. La lista de Camus sigue vigente. ¿Qué hay que agregar a esa lista? Probablemente, la capacidad de conocer las nuevas trampas de la tecnología. Cuando Camus enumera esas obligaciones no existía aun la televisión. Y el reino de la imagen lo ha cambiado todo, incluso la forma de escribir. Imagine un novelista que escribe una novela y en cada párrafo alguien le dijera que su nivel de audiencia baja o sube. ¡Escribir en función de la reacción inmediata del lector! La gran innovación que ha incrementado los temores enunciados por Camus es la simultaneidad, la ubicuidad, el hecho de que cuando alguien habla faltan segundos para que lo sepa toda la Tierra. Es algo extraordinario.

P. Esa simultaneidad afecta también a la vida privada, otra de sus preocupaciones. Dice usted que la amenaza a la vida privada es el peor defecto del periodismo actual.

R. Somos muchos los que pensamos eso; hay mucha gente que piensa que la transparencia es algo muy importante, y que si la vida pública se ha mezclado con la vida privada el lector tiene derecho a conocer ésta. Es una postura, y no es la mía en absoluto. Pero hay gente de alto nivel que piensa eso. Piensan que si Berlusconi mezcla su vida pública con sus intereses privados tenemos derecho a conocer detalles de esos hechos. Hay gente que no es deshonesta que piensa eso. Y eso nos puede llevar muy lejos.

P. Por eso dice usted que el periodista tiene un poder injusto.

R. Naturalmente, muy a menudo es así. La capacidad de hacer el mal que tiene el periodista es devastadora. En un día o en una hora se puede deshacer una reputación, se puede transformar a alguien que tiene fama de ser honesto en un terrible malhechor. Es un poder terrible.

P. ¿Y cómo se puede limitar ese poder sin llegar a la censura?

R. Es una apreciación difícil que depende en primer lugar del director de Redacción, del redactor jefe, del jefe de departamento, de la forma como se concibe el periódico. Esto pasa de paredes para adentro, no hace falta una ley para eso.

P. Usted advierte, como Camus, contra la primicia: es mejor verificar que lanzarse con una noticia que está segura, no hace falta ser los primeros...

R. Es mejor ser el segundo pero verídico que el primero pero equivocado. Todo el mundo quiere ser el primero... En la época de Camus había un gran asunto, la violencia, y él quería ahondar más en eso, el asunto de las primicias estaba en segundo lugar... Hablé con él muchas veces de eso: cuándo acabará el Mal, cómo se da respuesta a la agresión, ¿se llega a imitar al enemigo? ¿Qué porvenir tendrá nuestra Causa si empleamos las mismas armas que nuestros enemigos? ¿Y el periodista, es honesto utilizando medios que considera inaceptables para otros? Ahora tenemos preguntas parecidas. ¿Qué hacemos con Irán? ¿Tenemos que hacer como Irán para ir contra Irán? La pregunta es si hoy estamos condenados a imitar los medios de los enemigos. Camus me interesó y me sigue interesando porque su gran preocupación tiene que ver con el modo que el periodismo tiene de enfrentarse al gran tema de nuestro tiempo, la violencia. Cada texto fundamental sobre el periodismo debería de ir acompañado por una filosofía de la violencia.

P. "Sueño con un periódico que destierre todo tipo de mentira, en el que la virtud fue, no obstante, divertida, y en donde se defendieran encarnizadamente tres principios: los de la Justicia, el Honor y la Felicidad".

R. Muy de Camus... ¡El honor, tan castellano! No sé si hoy habría un periódico como ese que soñaba Camus. Él iba muy lejos, y era un puritano. Cortó una serie de reportajes porque estaba harto de que comiéramos del dolor de las mujeres. Un puritano. El mundo ha cambiado. El día en que el Times de Londres puso una foto en portada el mundo periodístico cambió radicalmente.

P. Usted dice que el periodismo consiste en vivir la historia mientras ésta se hace. ¿Cómo ve la historia haciéndose ahora?

R. Hemos perdido los instrumentos de previsión; eso es lo más novedoso. No hay ciencia económica, no hay conocimiento analítico financiero: se han equivocado todos. Desde hace diez años se han equivocado todos. Hemos perdido los instrumentos de previsión y nos faltan paradigmas. Estoy rodeado de jóvenes economistas, muy seductores y muy simpáticos, pero si los reúno no saco nada en claro. Primero, porque no están de acuerdo entre ellos y cuando están de acuerdo no saben qué va a pasar. Levi-Strauss me lo ha dicho y lo he escrito: la ciencia es importante, todo el mundo se alegra de ello, pero nada es verdadero porque el mundo se ha vuelto imprevisible. Eso decía.

R. ¿Incluso con Obama?

R. Sobre todo con Obama. ¿Quién había previsto a Obama? Es la confirmación total de lo anterior. La historia de Obama es increíble. Uno de mis mejores amigos es un gran economista americano. Le conozco desde hace treinta años, es un banquero. La semana pasado hablamos por teléfono y al cabo de un rato me dice: "No sé quién será el secretario de Estado; cualquiera, menos Hillary Clinton". ¡Ese era el hombre en quien yo confiaba más desde hace décadas! Y al día siguiente llega la noticia del nombramiento de Hillary Clinton... Y él está allí, en ese mundo. Imprevisible.

P. Usted recuerda esa escena: Camus llega a una boîte, está feliz por la edición del último número de Combat y exclama: "¡Vale la pena luchar por una profesión como esta!" ¿Usted diría lo mismo hoy?

R. [Después de un largísimo silencio] Merece la pena. Sí, creo que merece la pena. He tardado en responderle porque me he vuelto muy preocupado y hasta un poco pesimista. Pero digamos que merece la pena luchar. Él decía: "Vale la pena". Yo digo que merece la pena luchar.

jueves, 15 de enero de 2009

Al maestro con cariño




Una lectora me envió un correo electrónico con la siguiente sugerencia: “un buen tema a tratar en tu columna sería cómo se han ido desapareciendo los ‘por favor’ y las ‘gracias’ en Venezuela. Cada vez es más raro oírlos, ya no las dicen ni en radio ni en televisión”. Le agradecí la idea pero traté de explicarle que con ese tipo de tema prefiero no meterme, porque cuando uno empieza con un sentido “qué es lo que está pasando con las reglas más elementales de cortesía”, seguro termina con un “esta juventud de ahora” que de ipso facto te etiquetará como retrógrada, obsoleta y reaccionaria.
Nada menos vanguardista que estarse metiendo con la juventud. Traté de consolar a la lectora diciéndole que la descortesía parece ser global. Como muestra un botón: un reportaje en El País de España calculaba que el 72 por ciento de los maestros de secundaria madrileños corren el riesgo de sufrir depresiones nerviosas debido al terror que les da entrar al salón de clases. El informe asegura que la juventud de hoy es más indisciplinada y conflictiva que la de hace veinte años, pero también es más desinhibida y exige más de sus profesores. No en balde en las planillas de solicitud de inmigración a Canadá la profesión de maestro tiene uno de los mayores niveles de aceptación -sólo por debajo de los Quiroprácticos-, porque en el siglo XXI para ser profesor de bachillerato hay que tener el carisma de un encantador de serpientes, el coraje de un domador de leones, la destreza de un lanzador de cuchillos, y las necesidades de un faquir para sobrevivir con un sueldo que no admite visitas al psiquiatra, el día a día frente a una tribu de adolescentes con las hormonas revueltas, el vocabulario de Charles Bukowski y el nivel de atención de una libélula.
No, guillo, a mi no me gusta meterme con la juventud, quizás porque si alguna generación fue vapuleada fue la mía, la de los años 80: se nos llamó boba, fatua y poco comprometida. Sé cómo duele ser etiquetado. Sé lo injusto que es generalizar. Pero ahora que soy adulta contemporánea y me la paso haciendo zapping en la radio agobiada de tanta política y música llanera; hace algunos meses se me bajó drásticamente el nivel de tolerancia generacional al toparme con dos locutores de una emisora juvenil jactándose entre carcajadas ficticias de su propia incultura y escasa inteligencia.
Los más puritanos aplauden la ley resorte pero yo como mamá prefiero que mis hijos oigan el “Orgasmo de la A a la Z” como promocionaban en el programa Piel Adentro, que a los “simpáticos” comunicadores que exaltan en horario infantil la necedad como encanto y forma de rebeldía.
Si a mí me perturba la flojera intelectual como modelo de juventud, a otros padres les preocupa más la indisciplina. Los oigo quejarse de que en las escuelas están dejando a los muchachos hacer lo que les venga en gana. Recuerdo que alguna vez fui adolescente, alguna vez le salí con una insolencia a un profesor, me jubilé de matemáticas o me rebelé al sentirme víctima de una nota injusta. Entonces no contábamos con una estricta Ley de Protección al Menor y ante cualquier posible resbalón que ameritara salir en emergencia a buscar un nuevo colegio, nuestros padres nos tenían a raya bajo amenaza de un internado de monjas o una Academia Militar. Hoy, gracias a la Lopna, es casi imposible que un muchacho sea expulsado de su escuela, puede hasta quemarla si le parece divertido. Un arma de doble filo porque les garantiza su irrefutable derecho a la educación pero también les da patente de corso para tratar a los maestros como trapos de limpieza.
Prendo la radio un mediodía de regreso de buscar al chamo el colegio y sonrío con la introducción de “La escuelita no es tan bruta con la madre Teresa de Baruta”, me gusta la irreverencia de jugar con el nombre de una vaca sagrada. También me gusta la idea de un micro que mezcla la cultura y el humor, pero cuando la monjita del programa hace una pregunta en el aula y oigo cómo sus alumnos le responden con todo tipo de insultos: “vieja, apestosa, burra…” antes de demostrar su vasta cultura juvenil, se me borra la sonrisa de la cara, no le encuentro el chiste a reforzar la falta de respeto y la grosería a uno de los oficios más nobles pero ingratos de la vida: ser maestro de escuela.

Publicado hace como tres años en El Nacional.

sábado, 10 de enero de 2009

Vista por casualidad


“Yo soy La Juani”, la más reciente película del director catalán Bigas Luna estrenada en España en el 2006, la vi por casualidad anoche en televisión por cable, y para mi gran sorpresa: me encantó.
Al igual que Almodóvar usa su pueblo como fuente de inspiración, Bigas Luna sitúa a La Juani en un pueblo parecido a su natal Tarragón, en lo que en España llaman la “extrarradio” (fuera de las grandes ciudades) pero que a diferencia de los nostálgicos pueblos de las películas de Almodóvar  habitados por viudas veladas; el pueblo de Bigas Luna es de una juventud que cruza con fuerza al siglo XXI, y el director se esmera tanto en calcarla que la primera parte de “Yo soy La Juani” parece un documental sobre una generación adornada de piercings y de tatuajes que pasa las noches bailando música techno y hip hop, que ama los videosjuegos, cuya principal vía de comunicación es la mensajería de textos, y que al igual que generaciones anteriores de rebeldes cinematográficos, sus vidas giran alrededor de sus autos.
Como todas las películas de Bigas Lunas, en "Yo soy La Juani" hay lamidas, morronga, sandungueos, perreos, zampadas, llámenles como ustedes quieran, pero bien en close up; aunque la Juani lo tiene muy claro, ella puta no es, según le confiesa a su mejor amiga Vane: “Tardé tres meses en chupársela al Johan”.
Johan (Dani Martín), su novio desde los 15 años, es un bueno para nada que tiene un sueño: construirse una casa grande con una piscina para poder vivir con La Juani. Pero cómo va a hacer para lograrlo, no sabemos, porque más allá del esfuerzo que hace por pasar de nivel en los videosjuegos, Johan no es muy dado a trabajar. A diferencia de Juani que pasa el día frente a una caja en una gran tienda y que aunque comparte con su novio el sueño de la casa grande en la que vivirán juntos para siempre; también anhela irse a Madrid para ser una actriz famosa.
Quedarse estancada en su pueblo con su hombre, parecía el destino de La Juani, de no ser porque encontró al muy guarro poniéndole los cuernos; así que acompañada de su amiga Vane (Laya Martí), tomó la decisión de irse para Madrid para cumplir sus sueños. El sueño de Vane es modesto: hacerse las tetas. No tarda en lograrlo. En cambio La Juani nunca imaginó que eso de ser actriz sería tan complicado. Quién se podía imaginar que como ella había miles de muchachas en Madrid anhelando ser estrellas de Hollywood, que además, hablaban inglés.
Al final de la película no sabemos si La Juani logrará ser estrella, sospechamos que sí, porque lo que hace a esta película no es un argumento maravilloso, ni unos diálogos memorables, ni una puesta en escena de lujo, sino el encanto de Verónica Echenagui, la joven actriz que interpreta a Juani seleccionada por Bigas Lunas en un casting de 3000 actrices, y que resulta tan memorable como la chamita Penélope Cruz en su Jamón, Jamón (1992).
Bigas Luna prometió “Juani en Hollywood”, pero en el 2009, todavía está por cumplirlo.

viernes, 9 de enero de 2009

Cuando firmar no fue tan fácil


La lección de Kapuscinski


El veterano periodista polaco Ryszard Kapuscinski estuvo en Caracas la semana pasada dictando cátedra de ecuanimidad, y ¡rayos! como que perdí la lección. Quizás ese miércoles no estaba de buenas, me acababa de enterar vía Internet en la página del Consejo Nacional Electoral(CNE) que a pesar de que escribí mi nombre en papel especial, ante testigos oficialistas y de oposición, como sale registrado en el CNE, en letra clara, inteligible y hasta bonita; que no me salí de la línea, que le puse el palito al uno, que firmé igual que en la cédula, que mi huella digital no quedó como un manchón; a pesar de que mi firma exigiendo un referendo revocatorio presidencial estaba entre la de un ciudadano cuya cédula daba vértigo de tan joven que era, y la de una señor que podría ser mi padre;  ahora me vienen a decir que  el don, el pavo y yo, tenemos un gran símbolo de interrogación en la frente, que formamos parte del más de millón de firmas exigiendo un revocatorio presidencial que fueron objetadas y deben ir a reparo.

Por lo menos tenemos derecho a pataleo, derecho que por supuesto pienso ejercer. Mi prima Cristina no corrió con la misma suerte: su firma no aparece en los registros del CNE. Maestra de cuarto grado y guerrera de las filas pacíficas del Movimiento 1011, la paciente Cristina, que más de una vez ha tenido que instar a sus impulsivos alumnos que sus diferencias jamás deben ser resueltas con violencia, está dispuesta a tomar en operación comando con sus 25 diablitos el CNE, hasta que  entre todos encuentren su firma desaparecida.

En tiempos de voluntades cuestionadas y negadas, es lógico no estar de buenas. Mi amiga Mariahé, quizás temiendo que ante tanto despecho electoral me uniría  al lado más talibán de la oposición, quiso inyectarme un poco de juicio y de paciencia política invitándome al cumpleaños de Pompeyo Márquez. Por supuesto que moría por ir, me imaginaba campaneando unos tragos con Pompeyo, Teodoro y Américo; desguazando a gobierno y a oposición, y la creme de la gauche preguntándose entre ellos: “¿Y esta quién es?”. Pero decidí dejar el farandulerismo político para otro día y no perderme la visita en Caracas de Ryszard Kapuscinski, periodista que en el año  2003 mereció el premio Príncipe de Asturias por su visión tan humana de un mundo donde la guerra, la violencia y la intolerancia, han desbordado ríos de sangre y dolor.

Al llegar a la sede de la CAF, donde se dictaría la conferencia de Kapuscinski, me encontré con una  sala abarrotada de niñas con piercing y galanes de pantalones chorreados. Pensé que me había equivocado y estaba en el concierto de  Blanquito Man. Pero no, eran estudiantes de Comunicación Social y jóvenes periodistas, quienes oyeron a Kapuscinski como si fuera un profeta. La energía que manaba del público era de total admiración ante las palabras del afónico periodista de 71 años, de correcto aunque entrecortado español, quien bromeaba que al periodismo sólo se debía llegar después de descartar las demás posibilidades existenciales, que advirtió que hay que darle la bienvenida a la literatura al  oficio  porque le ha permitido enriquecerse, y afirmó que la ética periodística está en seleccionar al escribir qué dejar fuera y qué no... Y aunque el polaco evitó hablar de la situación venezolana porque dice no conocerla a fondo, gracias a una pregunta  de Boris Muñoz, legó a los jóvenes periodistas que desean escribir para la paz y la reconciliación nacional, el consejo de un viejo zorro que ha  sido testigo en diversos países africanos de situaciones mucho más graves que la que hoy vivimos en Venezuela: “Hay que escribir sin odios, sin crear tensión, no pintar al adversario como a un diablo, ser responsable con lo que escribimos”.

Sin duda tiene razón, pero ¡caray! ante la impotencia del intento de fraude electoral poniendo en entre dicho firmas como la mía, ¡cómo me está costando seguir  la lección de Kapuscinski!

Publicado en El Nacional en mayo de 2004. Ilustración para Nojile de Rogelio Chovet. Kapuscinski murió en el año 2007.

jueves, 8 de enero de 2009

Lecturas de fin de año


Este año decidí preparar hallacas para llevármelas a Margarita. Mi suegra accedió asumir el mando de la jornada culinaria con la condición de que su nuera, la inútil intelectual, procurara los ingredientes. Así que una mañana bien temprano me dirigí al Excelsior Gamma de Santa Eduvigis, y además del cochino, las hojas de plátano, pabilo y onoto; metí en el carrito del mercado la oferta de los dos primeros tomos de "Cuadernos de Lanzarote" de José Saramago, especie de diario que el autor dice haber dudado en publicar por duras menciones a terceras personas.
Lo sabroso de estas páginas no es que Saramago deteste a Tabucchi o que Claudio Magris le resulte medio pendejo; sino constatar cómo busca detener el paso del tiempo, que corre tan rápido, escribiendo sobre los pequeños detalles de su vida. Cotidianidad de un escritor que ya en el año 1993 empezaba a sonar como futuro Nobel portugués -que le fue otorgado en 1998- por obras como "Memorial del Convento", "El evangelio según Jesucristo", "La balsa de piedra"... año en el que comienza "El ensayo sobre la ceguera", novela que le costó terminar debido a constantes interrupciones por compromisos internacionales que apenas le dejaban tiempo para escribir.
Pero por más sabrosa que la lectura de estos "Cuadernos de Lanzarote" me pareciera, no es buen libro para llevarlo a las playas de Margarita. Da dolor llenarlo de Australian Gold. Preferí "El juego del ángel" de Carlos Ruiz Zafón, best seller bastante pesado para la cartera a la hora de montarme en el avión. Lo guardé en la maleta y llevé para la espera en el aeropuerto "Viajes por el Scriptorium" de Paul Auster, novela corta que tenía más de un año en mi cola de libros por leer.

Si hay un autor que escribe una y otra vez la misma obra, ese podría ser Paul Auster, sus libros suelen narrar la desesperanza de aquel que lo pierde todo, y debe empezar otra vez. "Viajes por el scriptorium" no es la excepción, la diferencia estriba en que su protagonista, el señor Blank, debe hacerlo todos los días desde cero, porque su pérdida es de la memoria: cada mañana reconstruye su vida con pistas de aquellos personajes que van apareciendo a visitarlo, de papelitos que le recuerdan el nombre de las cosas; además de una narración que encuentra en su escritorio sobre un soldado que pierde a su familia en la guerra (otra constante del autor: historia dentro de la historia).
Una constante que Auster no cumplió en esta ocasión es desarrollar la novela en las calles de Nueva York: el señor Blank no sale de la habitación en la que se siente encerrado.


"Viajes por el scriptorium" dista de ser el mejor libro de Auster, no lo recomendaría a los no iniciados en su literatura; pero para quienes admiran la obra del autor neoyorkino resulta un buen ejercicio de estilo de un excelente escritor.

Finalizado el señor Blank y sus olvidos, quise descansar mis neuronas con un best seller, y retomé la última novela de Carlos Ruiz Zafón: "El juego del ángel", que me prestó mi papá. No estoy entre las cultoras de "La sombra del viento", el gran éxito del autor barcelonés, quizás porque el estilo de aventuras literatas con un toque de misterio se llenó en mi vida con Arturo Pérez Reverte y su "Club Dumas", sin olvidar "El nombre de la rosa" de Umberto Eco.

Ruiz Zafón, que maneja impecable las herramientas de una novela entretenida, no puede ocultar el resentimiento a los intelectuales españoles que lo consideran un simple autor de best sellers: el protagonista de "El juego del ángel" es un joven escritor de envidiable pluma a principios del siglo XX, despreciado por sus colegas por entender el gusto del lector como ellos jamás podrán hacerlo, quien después de escribir folletines bajo seudónimo durante años para una editorial de medio pelo en Barcelona, se encuentra trabajando para un misterioso personaje que le encarga redactar una nueva religión.



Se pasa el rato leyendo "El juego del Ángel", y ya está, quizás porque tras la limpieza de las prosas de Saramago y Auster, es un salto muy grande entrar en los vericuetos de Ruiz Zafón.


Para cerrar el año, me mudo de la narrativa al ensayo con uno de mis escritores favoritos: el surafricano J.M. Coetzee y su "Contra la censura: Ensayos sobre la pasión por silenciar" que publica la editorial Debate, libro que no me traje de Caracas, sino que conseguí en Margarita en la librería La Palabra de la urbanización Jorge Coll, que todavía no he terminado de leer, y que merece un comentario aparte por ser de un autor indispensable sobre un tema indispensable a la hora de ser leído en países con gobiernos de tendencias autoritarias.

miércoles, 7 de enero de 2009

Las malas mañas se contagian


Desde septiembre que no iba para Margarita, lo que más me sorprendió de esta visita decembrina a la isla no fue la basura por todos lados; o cómo costaba encontrar café o refrescos; sino verla tapizada de vallas políticas.
Ya el rostro del presidente Chávez en cualquier espacio público haciendo énfasis de cómo su Revolución cumple con el pueblo, dejó de sorprendernos, aunque no de indignarnos. Margarita no es la excepción: enormes vallas en las principales vías le recuerdan constantemente al pueblo que debe agradecerle al omnipresente mandatario nacional desde la remodelación del mercado de Los Conejeros, hasta el gasoducto que surte la isla. También abundan afiches del rostro del Presidente vanagloriándose de "otra obra cumplida" en medio de un mojotal sin ninguna obra a la vista. Y a pesar de que ya pasaron las elecciones, siguen por doquier afiches y vallas que dan el espaldarazo presidencial a sus candidatos para alcaldes.

Pero en Margarita no sólo el presidente de la República Bolivariana y los encargados en mantener su propaganda al rojo vivo están pecando de narcisismo, el gobernador del estado Nueva Esparta, Morel Rodríguez, como que le gustó la idea de ver su rostro por doquier y en cuestión de meses ha logrado alcanzar en presencia publicitaria en las vías margariteñas al   líder del Socialismo del Siglo XXI. Lo que el pueblo no tiene que agradecerle a Chávez, se lo tiene que agradecer a Morel, como si obras de gobierno no son algo que uno debería esperar de sus mandatarios.

Tanta propaganda política ensuciando una isla tan bonita, nos hacen lamentar que Margarita hoy no cuente con gobernantes cuya supuesta eficiencia venga acompañada de una dosis de humildad.

El negocio de la década

Sólo le falta matar cucarachas para ser perfecto...

domingo, 4 de enero de 2009

Personaje del año 2006

 

Este diciembre 2006 mi esposo y yo estamos viviendo en carne propia la incomprensión política que divide a las familias venezolanas: ni mi mamá ni mi suegra nos quieren ver ni por asomo en la cena navideña: "Manden a los niñitos y ustedes váyanse a comer dulce de lechosa a Miraflores".

¿Quién habría imaginado tanta intolerancia en nuestras dulces madrecitas? Tanta agresividad, tanto encono, tanto rencor; tan sólo porque por esas cosas de la vida a mi esposo y mí, este diciembre, no nos quedó más remedio que votar por Hugo Chávez Frías.

No se asusten, no saltamos la talanquera política, ni ganamos un contrato millonario con el Gobierno, ni empezamos a ver los avances de la revolución bajo el prisma incondicional de la izquierda europea. En otras palabras: no nos contagiamos con la euforia del rojo, rojito. Seguimos siendo de la oposición todo terreno, esa que no asimila el ventajismo de un gobierno que acapara sin pudor los poderes civiles, que condiciona la ayuda social y los empleos públicos a la militancia revolucionaria, que tiene una preocupante cuota de militares en altos cargos, y que se jacta de aspirar a perpetuarse en el poder.

Pero para ser justos y evitar paranoias malsanas, tampoco nos robaron la identidad, ni la computadora nos volteó el voto, ni nos amedrentaron en los centros de votación, ni nos dieron burundanga en caramelos que regalaban en la cola. Tan sólo fuimos víctimas de las circunstancias. Travesuras del destino.

Empecemos con mi marido: a pesar de que tiene casi 15 años viviendo en el municipio Libertador, todavía vota del otro lado de la ciudad, en la parroquia El Hatillo, en uno de esos colegios de monjas en los que casi todos los electores estaban uniformados de camisa blanca sintiéndose de lo más "atrevidos". Pese a 25 % de abstención en su centro, y que llegó antes de las 8:00 am, en las pasadas elecciones presidenciales tuvo que hacer más de tres horas de cola que aprovechó para ponerse al día con sus antiguos vecinos. Cuando por fin estaba entregando su cédula en la mesa de votación, le pasaron por delante a un recio viejito con acento italiano que a duras penas podía caminar, quien necesitaba ayuda para votar.

Como venía solo y los miembros de mesa no podían ayudarlo, le pidieron a mi marido que pasara con él. El "signore" sabía muy bien dónde iba su voto: "Arriba y a la izquierda, joven, no se equivoque".

Esos son los momentos en los que un hombre demuestra de qué material está hecho; por eso mi marido, que no se ha perdido una marcha de la oposición y que tiene 8 años despotricando contra el Gobierno, tuvo que tragar grueso y apretar el ovalito en el que salía el rostro del candidato de la camisa roja.

Yo, afortunadamente, no pasé por esa dura prueba que todavía despierta en la mitad de la noche a mi marido gritando: "¡Voté rojito! ¡Voté rojito!". El mío fue un voto frío, calculado, de escala internacional. Fue uno de esos impulsos anarquistas que una a veces no puede evitar.

Habría que echarle la culpa a Internet: esta semana me llegó un mensaje masivo alertando a la oposición venezolana que Chávez estaba a punto de ganar sus segundas elecciones este diciembre: la del personaje del año 2006 de la revista Time. El mensaje traía el link del semanario estadounidense junto con la contraseña: "Ya saben qué hacer". Pero al entrar en el link  no supe qué hacer, no sólo porque Chávez iba ganando con 34% de los votos cibernéticos, sino porque imposible votar por su contrincante más cercano, el presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad, que organiza congresos para demostrar que el Holocausto Nazi es pura exageración.

¿Qué hacer? ¿Votar por George W. Bush o Condoleezza Rice? Se me cae la mano primero. ¿Nancy Pelosi? (¿Quién carrizo es Nancy Pelosi?) ¿Al Gore, que se metió a cineasta? ¿Los chicos de You Tube que le dieron un palo a la pobreza? ¿Kim Jong II? Con semejante panorama electoral, tras breves segundos de reflexión, supe qué hacer con el aplomo de Rashkolnikov: voté con convicción por Hugo Chávez. Aunque confieso que mis razones no son idealistas sino más bien un súbito ataque de ironía. Tremenda paradoja que al igual que otros "cocos" de los comecandela venezolanos –Venevisión y los banqueros– los lectores de la revista Time le dan el espaldarazo al socialismo del siglo XXI

Ilustración para Nojile de Rogelio Chovet, Artículo publicado en diciembre 2006 en el diario El Nacional.