domingo, 4 de enero de 2009

Personaje del año 2006

 

Este diciembre 2006 mi esposo y yo estamos viviendo en carne propia la incomprensión política que divide a las familias venezolanas: ni mi mamá ni mi suegra nos quieren ver ni por asomo en la cena navideña: "Manden a los niñitos y ustedes váyanse a comer dulce de lechosa a Miraflores".

¿Quién habría imaginado tanta intolerancia en nuestras dulces madrecitas? Tanta agresividad, tanto encono, tanto rencor; tan sólo porque por esas cosas de la vida a mi esposo y mí, este diciembre, no nos quedó más remedio que votar por Hugo Chávez Frías.

No se asusten, no saltamos la talanquera política, ni ganamos un contrato millonario con el Gobierno, ni empezamos a ver los avances de la revolución bajo el prisma incondicional de la izquierda europea. En otras palabras: no nos contagiamos con la euforia del rojo, rojito. Seguimos siendo de la oposición todo terreno, esa que no asimila el ventajismo de un gobierno que acapara sin pudor los poderes civiles, que condiciona la ayuda social y los empleos públicos a la militancia revolucionaria, que tiene una preocupante cuota de militares en altos cargos, y que se jacta de aspirar a perpetuarse en el poder.

Pero para ser justos y evitar paranoias malsanas, tampoco nos robaron la identidad, ni la computadora nos volteó el voto, ni nos amedrentaron en los centros de votación, ni nos dieron burundanga en caramelos que regalaban en la cola. Tan sólo fuimos víctimas de las circunstancias. Travesuras del destino.

Empecemos con mi marido: a pesar de que tiene casi 15 años viviendo en el municipio Libertador, todavía vota del otro lado de la ciudad, en la parroquia El Hatillo, en uno de esos colegios de monjas en los que casi todos los electores estaban uniformados de camisa blanca sintiéndose de lo más "atrevidos". Pese a 25 % de abstención en su centro, y que llegó antes de las 8:00 am, en las pasadas elecciones presidenciales tuvo que hacer más de tres horas de cola que aprovechó para ponerse al día con sus antiguos vecinos. Cuando por fin estaba entregando su cédula en la mesa de votación, le pasaron por delante a un recio viejito con acento italiano que a duras penas podía caminar, quien necesitaba ayuda para votar.

Como venía solo y los miembros de mesa no podían ayudarlo, le pidieron a mi marido que pasara con él. El "signore" sabía muy bien dónde iba su voto: "Arriba y a la izquierda, joven, no se equivoque".

Esos son los momentos en los que un hombre demuestra de qué material está hecho; por eso mi marido, que no se ha perdido una marcha de la oposición y que tiene 8 años despotricando contra el Gobierno, tuvo que tragar grueso y apretar el ovalito en el que salía el rostro del candidato de la camisa roja.

Yo, afortunadamente, no pasé por esa dura prueba que todavía despierta en la mitad de la noche a mi marido gritando: "¡Voté rojito! ¡Voté rojito!". El mío fue un voto frío, calculado, de escala internacional. Fue uno de esos impulsos anarquistas que una a veces no puede evitar.

Habría que echarle la culpa a Internet: esta semana me llegó un mensaje masivo alertando a la oposición venezolana que Chávez estaba a punto de ganar sus segundas elecciones este diciembre: la del personaje del año 2006 de la revista Time. El mensaje traía el link del semanario estadounidense junto con la contraseña: "Ya saben qué hacer". Pero al entrar en el link  no supe qué hacer, no sólo porque Chávez iba ganando con 34% de los votos cibernéticos, sino porque imposible votar por su contrincante más cercano, el presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad, que organiza congresos para demostrar que el Holocausto Nazi es pura exageración.

¿Qué hacer? ¿Votar por George W. Bush o Condoleezza Rice? Se me cae la mano primero. ¿Nancy Pelosi? (¿Quién carrizo es Nancy Pelosi?) ¿Al Gore, que se metió a cineasta? ¿Los chicos de You Tube que le dieron un palo a la pobreza? ¿Kim Jong II? Con semejante panorama electoral, tras breves segundos de reflexión, supe qué hacer con el aplomo de Rashkolnikov: voté con convicción por Hugo Chávez. Aunque confieso que mis razones no son idealistas sino más bien un súbito ataque de ironía. Tremenda paradoja que al igual que otros "cocos" de los comecandela venezolanos –Venevisión y los banqueros– los lectores de la revista Time le dan el espaldarazo al socialismo del siglo XXI

Ilustración para Nojile de Rogelio Chovet, Artículo publicado en diciembre 2006 en el diario El Nacional.

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