Este año decidí preparar hallacas para llevármelas a Margarita. Mi suegra accedió asumir el mando de la jornada culinaria con la condición de que su nuera, la inútil intelectual, procurara los ingredientes. Así que una mañana bien temprano me dirigí al Excelsior Gamma de Santa Eduvigis, y además del cochino, las hojas de plátano, pabilo y onoto; metí en el carrito del mercado la oferta de los dos primeros tomos de "Cuadernos de Lanzarote" de José Saramago, especie de diario que el autor dice haber dudado en publicar por duras menciones a terceras personas.
Lo sabroso de estas páginas no es que Saramago deteste a Tabucchi o que Claudio Magris le resulte medio pendejo; sino constatar cómo busca detener el paso del tiempo, que corre tan rápido, escribiendo sobre los pequeños detalles de su vida. Cotidianidad de un escritor que ya en el año 1993 empezaba a sonar como futuro Nobel portugués -que le fue otorgado en 1998- por obras como "Memorial del Convento", "El evangelio según Jesucristo", "La balsa de piedra"... año en el que comienza "El ensayo sobre la ceguera", novela que le costó terminar debido a constantes interrupciones por compromisos internacionales que apenas le dejaban tiempo para escribir.
Pero por más sabrosa que la lectura de estos "Cuadernos de Lanzarote" me pareciera, no es buen libro para llevarlo a las playas de Margarita. Da dolor llenarlo de Australian Gold. Preferí "El juego del ángel" de Carlos Ruiz Zafón, best seller bastante pesado para la cartera a la hora de montarme en el avión. Lo guardé en la maleta y llevé para la espera en el aeropuerto "Viajes por el Scriptorium" de Paul Auster, novela corta que tenía más de un año en mi cola de libros por leer.
Si hay un autor que escribe una y otra vez la misma obra, ese podría ser Paul Auster, sus libros suelen narrar la desesperanza de aquel que lo pierde todo, y debe empezar otra vez. "Viajes por el scriptorium" no es la excepción, la diferencia estriba en que su protagonista, el señor Blank, debe hacerlo todos los días desde cero, porque su pérdida es de la memoria: cada mañana reconstruye su vida con pistas de aquellos personajes que van apareciendo a visitarlo, de papelitos que le recuerdan el nombre de las cosas; además de una narración que encuentra en su escritorio sobre un soldado que pierde a su familia en la guerra (otra constante del autor: historia dentro de la historia).
Una constante que Auster no cumplió en esta ocasión es desarrollar la novela en las calles de Nueva York: el señor Blank no sale de la habitación en la que se siente encerrado.
"Viajes por el scriptorium" dista de ser el mejor libro de Auster, no lo recomendaría a los no iniciados en su literatura; pero para quienes admiran la obra del autor neoyorkino resulta un buen ejercicio de estilo de un excelente escritor.
Finalizado el señor Blank y sus olvidos, quise descansar mis neuronas con un best seller, y retomé la última novela de Carlos Ruiz Zafón: "El juego del ángel", que me prestó mi papá. No estoy entre las cultoras de "La sombra del viento", el gran éxito del autor barcelonés, quizás porque el estilo de aventuras literatas con un toque de misterio se llenó en mi vida con Arturo Pérez Reverte y su "Club Dumas", sin olvidar "El nombre de la rosa" de Umberto Eco.
Ruiz Zafón, que maneja impecable las herramientas de una novela entretenida, no puede ocultar el resentimiento a los intelectuales españoles que lo consideran un simple autor de best sellers: el protagonista de "El juego del ángel" es un joven escritor de envidiable pluma a principios del siglo XX, despreciado por sus colegas por entender el gusto del lector como ellos jamás podrán hacerlo, quien después de escribir folletines bajo seudónimo durante años para una editorial de medio pelo en Barcelona, se encuentra trabajando para un misterioso personaje que le encarga redactar una nueva religión.
Se pasa el rato leyendo "El juego del Ángel", y ya está, quizás porque tras la limpieza de las prosas de Saramago y Auster, es un salto muy grande entrar en los vericuetos de Ruiz Zafón.
Para cerrar el año, me mudo de la narrativa al ensayo con uno de mis escritores favoritos: el surafricano J.M. Coetzee y su "Contra la censura: Ensayos sobre la pasión por silenciar" que publica la editorial Debate, libro que no me traje de Caracas, sino que conseguí en Margarita en la librería La Palabra de la urbanización Jorge Coll, que todavía no he terminado de leer, y que merece un comentario aparte por ser de un autor indispensable sobre un tema indispensable a la hora de ser leído en países con gobiernos de tendencias autoritarias.
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