“Machiatto y negro se lo vendo a su propio riesgo”, me advirtió la surtidora de una máquina de Nescafé ante la falta de azúcar en el pequeño local. Le dije que no importaba, lo que quería era una botellita de agua, y comprendía por lo que estaba pasando, tengo como un mes sin conseguir azúcar en el mercado. Detrás de mi saltó el típico retrechero: “Pues no sé a qué mercado irá, porque en el Central Madeirense siempre hay”.
Así que al día siguiente para las compras navideñas escogí Chacaíto, no tanto porque entre El Tijerazo, Beco, Don Disco y las librerías encontraría regalos para todos los gustos, sino porque en el centro comercial queda un automercado Central Madeirense. Pero no había azúcar. El dependiente al que le pregunté por el preciado cristal blanco, se me quedó viendo con el mismo desparpajo de si le hubiera pedido una lata de caviar beluga.
Finalizadas mis compras, me acerqué a curiosear en la vecina Sabana Grande un espectáculo musical en una tarima adornada con matas papagayos y banderines del PSUV. No eran gaitas ni aguinaldos, ni salsa ni reggaetón, ni tampoco esos temas raperos y hip-hop con los que hacen campaña por el presidente Chávez a cada rato en las televisoras del Estado; se trataba de una joven de lo más formal vestida de camisa y pantalones oscuros con chaleco rojo, que acompañada por una banda de instrumentos de cuerdas, cantaba: “Amor eterno” del compositor mexicano Juan Gabriel que inmortalizó la gran Rocío Durcal.
La verdad es que no sabría decir si la intención del concierto era recoger firmas para la enmienda constitucional que busca la reelección presidencial indefinida. Imagino que sí porque había un toldito rojo al lado de la tarima, pero me pareció una curiosa selección de repertorio pre-electoral un tema tan triste. No había mucho público interesado en esta canción divinamente kitsch que en mi adolescencia tomé como un tema de amor más, hasta que una amiga me aseguró, con el mismo énfasis del señor que insistía que en diciembre de 2008 no escaseaba el azúcar en Caracas, que si le prestaba atención a la letra me daría cuenta de que el Amor Eterno al que Rocío le cantaba era su pequeña hija muerta en las playas de Acapulco. Se lo refuté: ¿Cómo era posible que no me hubiese enterado antes de semejante tragedia? ¡Yo que casi que era presidente del club de fans de Rocío Durcal en Venezuela! No hubo despecho en mi vida que no estuviera musicalizado con La gata bajo la lluvia. Pero mi amiga fue tan convincente que terminé creyendo su historia, y desde entonces me fue imposible oír Amor Eterno sin sentir un escalofrío al asociarla con el dolor de una madre.
Durante años cada vez que oía este tema repertorio en tantas orquestas populares, sufría imaginando la tragedia en Acapulco, hasta que hace poco leí una entrevista de Juan Gabriel desmontando la leyenda: Amor Eterno fue compuesto en honor a su mamá, doña Victoria, quien murió en 1974 cuando el compositor tenía 24 años.
Viendo a la muchacha del chaleco rojo cantar con desgano sobre un Amor Eterno, pensé que hay pocos amores que desafían el tiempo: el amor a los padres suele ser eterno, el amor a los hijos también, pero ante la infaltable imagen de Hugo Chávez en la tarima, contando con semejante andamiaje publicitario, es fácil preguntarse si aún así el amor a un Presidente puede llegar a ser tanto eterno como incondicional.
Así que al día siguiente para las compras navideñas escogí Chacaíto, no tanto porque entre El Tijerazo, Beco, Don Disco y las librerías encontraría regalos para todos los gustos, sino porque en el centro comercial queda un automercado Central Madeirense. Pero no había azúcar. El dependiente al que le pregunté por el preciado cristal blanco, se me quedó viendo con el mismo desparpajo de si le hubiera pedido una lata de caviar beluga.
Finalizadas mis compras, me acerqué a curiosear en la vecina Sabana Grande un espectáculo musical en una tarima adornada con matas papagayos y banderines del PSUV. No eran gaitas ni aguinaldos, ni salsa ni reggaetón, ni tampoco esos temas raperos y hip-hop con los que hacen campaña por el presidente Chávez a cada rato en las televisoras del Estado; se trataba de una joven de lo más formal vestida de camisa y pantalones oscuros con chaleco rojo, que acompañada por una banda de instrumentos de cuerdas, cantaba: “Amor eterno” del compositor mexicano Juan Gabriel que inmortalizó la gran Rocío Durcal.
La verdad es que no sabría decir si la intención del concierto era recoger firmas para la enmienda constitucional que busca la reelección presidencial indefinida. Imagino que sí porque había un toldito rojo al lado de la tarima, pero me pareció una curiosa selección de repertorio pre-electoral un tema tan triste. No había mucho público interesado en esta canción divinamente kitsch que en mi adolescencia tomé como un tema de amor más, hasta que una amiga me aseguró, con el mismo énfasis del señor que insistía que en diciembre de 2008 no escaseaba el azúcar en Caracas, que si le prestaba atención a la letra me daría cuenta de que el Amor Eterno al que Rocío le cantaba era su pequeña hija muerta en las playas de Acapulco. Se lo refuté: ¿Cómo era posible que no me hubiese enterado antes de semejante tragedia? ¡Yo que casi que era presidente del club de fans de Rocío Durcal en Venezuela! No hubo despecho en mi vida que no estuviera musicalizado con La gata bajo la lluvia. Pero mi amiga fue tan convincente que terminé creyendo su historia, y desde entonces me fue imposible oír Amor Eterno sin sentir un escalofrío al asociarla con el dolor de una madre.
Durante años cada vez que oía este tema repertorio en tantas orquestas populares, sufría imaginando la tragedia en Acapulco, hasta que hace poco leí una entrevista de Juan Gabriel desmontando la leyenda: Amor Eterno fue compuesto en honor a su mamá, doña Victoria, quien murió en 1974 cuando el compositor tenía 24 años.
Viendo a la muchacha del chaleco rojo cantar con desgano sobre un Amor Eterno, pensé que hay pocos amores que desafían el tiempo: el amor a los padres suele ser eterno, el amor a los hijos también, pero ante la infaltable imagen de Hugo Chávez en la tarima, contando con semejante andamiaje publicitario, es fácil preguntarse si aún así el amor a un Presidente puede llegar a ser tanto eterno como incondicional.
1 comentario:
Pues amor eterno es el que le deben tener los que quieren re-elegirlo indefinidamente. Serà que les gustan las eternas cadenas; la eterna inflaciòn; la basura eterna; la delicuencia eterna y la correupciòn eterna, que a decir verdad, debe ser el eterno sueño!!
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