¡Ay Santos Luzardo! Tú estás acabado de salir de la Universidad y crees que eso de reclamar derechos es tan fácil como parece en los libros.
Intentando comprender la turbulencia que vive Venezuela, mi amigo Andrés sugirió entre un grupo de los egresados en el año 80 del colegio Santiago León de Caracas que hiciéramos una lectura colectiva de Doña Bárbara de Rómulo Gallegos. Quizás leyendo los clásicos de nuestra literatura podríamos descifrar la maraña política en la que estamos metidos.
Tardamos meses en empezar la lectura: casi la mitad de nuestra promoción ya no vive en Venezuela. Por eso mientras Morella lo pedía prestado en una biblioteca pública en Miami, Roberto esperaba que su papá le llevara una copia a Nueva York, Jorge lo buscaba entre cajas en Barcelona, y Velma lo recibía por correo en San Luis; yo confiaba que la Doña me aguardaba en mi biblioteca caraqueña durmiendo el paciente sueño de los libros que esperan ser releídos.
Cuando por fin dimos la voz de ¡partida! ahí estaban La Trepadora y Canaima, pero la Doña había desaparecido. No entré en pánico, en casa de mis padres debía estar entre Lanzas Coloradas yVenezuela Heroica, pero si bien estaban las novelas de Uslar Pietri y de Eduardo Blanco, la novela de Gallegos se había esfumado.
Cuando por fin dimos la voz de ¡partida! ahí estaban La Trepadora y Canaima, pero la Doña había desaparecido. No entré en pánico, en casa de mis padres debía estar entre Lanzas Coloradas yVenezuela Heroica, pero si bien estaban las novelas de Uslar Pietri y de Eduardo Blanco, la novela de Gallegos se había esfumado.
Mi abuela me ofreció una copia amarillenta deshaciéndose a la que ya le faltaban unas páginas, así que decidí dejar la pichirrería y salir a comprar una nueva edición de Doña Bárbara. Y aunque en esta Venezuela bolivariana sabemos que difícilmente encontraremos la última novela de Javier Marías, las memorias parisinas de Vila-Matas, o los cuentos de Carlos Fuentes; ni el alma más pesimista podría imaginar que la Doña como que de verdad se perdió en el Arauca.
Busqué la gran novela venezolana en Noctúa, en Macondo y en Monteávila, y los libreros me confesaron con cierto rubor, que la Doña hace tiempo que no se consigue. La encontré en Lectura, pero sus letras eran tan chiquiticas que parecían hormigas amotinadas. Por fin en una librería Tecni-Ciencias la fortuna me sonrió, y como una hazaña arqueológica, conseguí una copia de la editorial Armitano con ilustraciones de Alirio Palacios.
Busqué la gran novela venezolana en Noctúa, en Macondo y en Monteávila, y los libreros me confesaron con cierto rubor, que la Doña hace tiempo que no se consigue. La encontré en Lectura, pero sus letras eran tan chiquiticas que parecían hormigas amotinadas. Por fin en una librería Tecni-Ciencias la fortuna me sonrió, y como una hazaña arqueológica, conseguí una copia de la editorial Armitano con ilustraciones de Alirio Palacios.
Releyendo Doña Bárbara coincido con Milagros Socorro cuando aseguró que la Doña es “un falso recuerdo” que tenemos los venezolanos, porque darla por leída en bachillerato, es como jamás haberlo hecho. Sólo un alumno aplicado como Andrés se puede acordar de la lectura anti-positivista que nuestra profesora Elizabeth Uzcátegui le daba a la novela de Gallegos, porque el resto de los mortales, adolescentes al fin, estábamos dedicados a hazañas más propias de la edad como pintar corazoncitos o jugando batalla naval.
Pero no sólo la lectura obligada en bachillerato nos quitó el placer de leer Doña Bárbara, en una época se puso de moda que los intelectuales venezolanos la trataran con desdén. Juan Liscano escribió en 1986 que el Gallegos político y moralizador se comió al escritor, y que la barbarie agropecuaria retratada en Doña Bárbara parecía un cuento de hadas si se le comparaba con la posterior barbarie urbana. Sin embargo, para Liscano todavía se podía advertir en los venezolanos rasgos tan bien descritos en la novela de Gallegos como: “ la violencia, la viveza, la falta de pulcritud en el manejo de los fondos públicos, la avidez crematística, el afán de trepar a cualquier costo”.
Todas esas características están resumidas en un personaje de Doña Bárbara: Ño Pernalete, el servil funcionario público cuya conciencia está en función de los intereses de la señora. Y aunque la buena literatura da para muchas lecturas, viviendo en una Venezuela revolucionaria donde los servidores públicos son en su mayoría descarados Ño Pernaletes que no sirven a un país sino a un comandante; me pregunto cómo podemos olvidar a Gallegos en esta V República si hoy es el escritor más contemporáneo de Venezuela.
© Publicado en El Nacional el sábado 6 de junio de 2004
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