"Mi cabeza es como un ridículo cobertizo repleto de cosas sobre las cuales me gustaría escribir", dijo Sumire. "Imágenes, escenas, palabras... brillan en mi mente, vivas. ¡Escribe! me gritan. Una gran historia está por nacer- la puedo sentir. Me transportará a un nuevo y esplendoroso lugar. El problema es que una vez que me siento en el escritorio a ponerla en papel, me doy cuenta que falta algo vital. No cristaliza- no hay cristales, sólo piedras. No me transporta a ningún lado".
Frunciendo el ceño, Sumire tomó una roca y la tiró a la laguna.
"Quizás me falta algo. Algo que absolutamente debe uno tener para ser novelista".
Siguió un profundo silencio. Parecía esperar mi opinión.
Al cabo de un rato, comencé a hablar: "Hace mucho tiempo en China había ciudades rodeadas por enormes murallas. Tenían portales gigantescos, magníficos. Estos portales no sólo servían para entrar y salir, había un significado mayor. La gente creía que el alma de la ciudad residía en ellos. O por lo menos debía residir ahí. Era como en Europa en la Edad Media cuando la gente sentía que el corazón de las ciudades latía en sus catedrales y plazas mayores. Por eso todavía hoy en China es fácil encontrar espléndidos portales en pie. ¿Sabes cómo los construían los chinos?".
"Ni idea", contestó Sumire.
"Llevaban carretas a los campos de batalla para recolectar los huesos desteñidos sepultados ahí, o regados por el campo. China es un país antiguo -muchos viejos campos de batalla- así que no tenían que buscar muy lejos. A la entrada de la ciudad construían un enorme portal y lo sellaban con los huesos adentro. Esperaban que conmemorando de esta manera a los soldados muertos, ellos seguirían cuidando el pueblo. Pero hay más. Una vez que los portales estaban terminados, traían varios perros, les abrían las gargantas y esparcían sus sangre en el portal. Sólo mezclando sangre fresca con huesos secos, revivirían magicamente las antiguas almas de los muertos. Por lo menos esa era la idea".
Sumire aguardó en silencio a que continuara:
"Escribir novelas es más o menos lo mismo. Juntas huesos y haces tu portal, pero no importa qué maravilloso sea ese portal, eso sólo no le da vida, no la hace una novela que respire. Una historia no es algo de este mundo. Una verdadera historia requiere una especie de bautismo mágico para unir el mundo de este lado con el mundo del otro lado".
"¿Así que lo que estás diciendo es que vaya y busque mi propio perro?".
Asentí.
"¿Y vierta sangre fresca?"
Sumire se mordió el labio pensando sobre lo que acababa de decir. Tiró otra piedra a la laguna:
"Yo no quisiera matar ningún animal si pudiera evitarlo".
"Es una metáfora", le dije, "No tienes por qué matar nada".
Sputnick Sweetheart, Haruki Murakami, (Vintage International, 2001) traducción del inglés al español por el equipo de Evitando Intensidades.
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