sábado, 27 de noviembre de 2010

El loco del Metro


Lo único peor a estar en un vagón de Metro atestado es estar en un vagón de Metro atestado con un loco gritando: “¡Soy don Diego de la Vega, vengo a rescatarlos de las garras del Capitán Monasterios!”. Busco impaciente al loco, pero hay tanta gente en el vagón, todos con igual cara de impaciencia, que la reencarnación del Zorro se me escapa.
El viaje de ida al Centro de Caracas ese sábado en la mañana no fue tan atosigado: dejé el carro en el estacionamiento de Colegio de Ingenieros y tomé un taxi rumbo a la Plaza Caracas. El taxista me dijo que este era un truco usual porque desde que cerraron al público los estacionamientos del Centro Simón Bolívar, es casi imposible encontrar donde estacionar el carro en el Centro de la ciudad.
Y qué decir del Metro colapsado si tan solo 24 horas antes 35 personas habían sido llevadas detenidas por amotinarse en un vagón en Propatria donde los tenían 45 minutos del timbo al tambo.
“Imagínese” me contó el taxista, “hace poco uno de los trenes se quedó accidentado, y a un señor le entró tal ataque de claustrofobia, que le dio un infarto y se murió ahí mismo”.
No sé si semejante cuento será verdadero, pero verídico es, yo me lo creo, si me quedo atracada en un vagón del Metro con ese gentío no dudo que me dé un ataque de pánico de la claustrofobia.  El taxista sigue su monólogo contándome que por razones como esta, un gobierno ineficaz, sus 3 hijos, todos profesionales, se fueron a vivir al exterior: “Converso diariamente con ellos por skype, y les mando cada vez que puedo un paquete de Harina Pan porque en España la venden a 6 euros”.


Hago lo que tengo que hacer en los alrededores de la Plaza Caracas, y me queda tiempo para pasear por la I Feria de Economía Comunal. Nunca he visto una Feria más vacía y triste que esta, la cara de quienes ofrecían su mercancía era desoladora, el trueque como que todavía no es atractivo, quién va a querer cambiar un dulce de Lechosa por una franelita de Hello Kitty. Hasta a la Economía Comunal le hace falta un toque capitalista de suerte. Y aunque vendían comida en esta Feria Socialista -mucho apio, ñame y yuca eso sí- la leche en polvo no se consigue ni en la gracia del Gobierno, solo un derivado de Soya que se vendía como “producto Socialista”  de marca “La Perijanera”.
De regreso me voy en Metro, ¿qué tanta gente puede haber un sábado al mediodía? Créanme que mucha, tanta que a pesar de tenerlo cerca, no consigo ver al loco que se dice el Zorro y que los pasajeros aguantan impacientes, hasta que el loco cambia de tema: “Aquí todos sabemos de quién es la culpa de que el Metro está fallando, ya no se le puede ocultar al pueblo meeeesmo tras 12 años de mal gobierno”, los pasajeros lo empiezan a escuchar sonreídos ahora que no es El Zorro sino una torpe imitación del Comandante en Jefe lo que sale por la boca del improvisado orador.
Un gordito de camisa roja desteñida grita en medio del vagón: “¡Callen a ese loco!” nadie lo apoya, el resto de los pasajeros ríe mientras don Diego clama con voz de Aló Presidente: “¡No creo en Dios, solo creo en Fidel!”.
El gordito insistía: “¡Callen a ese loco!” cuando el tren paró en la estación Colegio de Ingenieros. Me bajé apresurada recordando al señor a quien le dio un infarto tras una ataque de claustrofobia, no sin antes darle una última mirada al gordito enardecido, quizás sabía que los locos, como los niños, suelen tener la razón.

Artículo publicado en El Nacional 27 de noviembre 2010

1 comentario:

Nico dijo...

Yo tengo otra versión de el dicho : los locos y los niños, siempre dicen la verdad...slds