lunes, 11 de noviembre de 2013

Yo, saqueadora


En mi artículo "A un tris de la Suprema Felicidad" publicado el pasado sábado en El Nacional, traté de describir lo que se ha vuelto un día cualquiera en un mercado venezolano: la aparición sorpresiva de un producto regulado, y su desaparición en cuestión de minutos como si se tratara de un venadito entre las fauces de una manada de hienas. 
En la tarde descrita en mi crónica apareció en el abasto de La Florida papel higiénico tras una prolongada ausencia. La semana pasada se hizo viral en las redes sociales el video de cuando llegó leche en polvo a un mercado caraqueño, parecía el escenario de una piñata, en esa ocasión no hubo golpes ni malas caras, sino decenas de venezolanos formando parte de un jolgorio general. Ahí nadie parecía bravo, ni siquiera molesto, mas bien todos tenían una sonrisa emocionada de : "¡Qué suerte, encontré leche!¡Aquí, aquí!".
Imaginen si esa piñata ya no es por una lata de leche, sino por costosos electrodomésticos, como pasó tras el mensaje presidencial el viernes pasado cuando Nicolás Maduro en cadena nacional señaló a varias tiendas como especuladoras ante una realidad que el Gobierno se niega a afrontar: que hoy el dólar paralelo está diez veces por arriba del valor del dólar oficial. 
Este es un tema delicado y nada fácil, en un país donde hay control de cambios, donde pareciera que hace años se favorece a la especulación y se castiga a la producción, se han hecho grandes fortunas con eso que llaman el dólar preferencial: la disponibilidad de dólares al valor oficial, o muy por debajo del dólar del mercado negro, para ciertas importaciones. Hay quienes aseguran que entre esas fortunas cambiarias, y no es una fortuna reciente sino desde hace varios años, precisamente está la de quienes el viernes pasado fueron señalados por el dedo acusador de Maduro como especuladores, los propietarios de las tiendas de electrodomésticos Daka, cuya sucursal de Valencia fue saqueada el sábado.
Hay que estar claros que el saqueo en Naguanagua no fue hambre ni necesidad, sino sed de una televisión pantalla plasma gratis. 
Para no pecar de alarmista, Daka Valencia fue la excepción, ese sábado solo en ese local hubo saqueos y la foto de la señora eufórica cargada de electrodomésticos no fueron productos saqueados sino comprados en la rebatiña de Daka Boleíta, donde al igual que otras tiendas de electrodomésticos cuestionadas como especuladoras, cientos de personas se dejaron enumerar la mano con tinta para comprar Blue-Rays, licuadoras y televisores pantalla planas "a precio justo", es decir, muy por debajo de su valor de reposición.
Pero Daka Valencia es el reflejo de la Venezuela que estamos a punto de ser: una tierra de caníbales donde no hay ley sino la de la piñata, esa que aprendemos los venezolanos desde nuestra más tierna infancia cuando nos dan un palo para que le demos a un muñeco hecho de cartón, esperando que se esparza un botín que favorecerá a los niños más fuertes, o a los más vivos, o a los que tengan una mamá o una cargadora que recojan chucherías por ellos sin importarles llevarse a otros chamitos por delante. Lo que importa es acumular el botín de nimiedades. 
Esa mentalidad de piñata es la que parece haber puesto este fin de semana Maduro en el tapete, y uno viendo las colas de venezolanos aspirando conseguir sus artefactos eléctricos a "precios que no volverán", y la licuadora de la casa que decide morirse justo ese sábado. Muerta, muertica, más muerta que eso que alguna vez se atrevieron a llamar el Bolívar Fuerte. 
No nos damos cuenta de lo importante que es la licuadora hasta que nos falla, sobre todo en un país donde quizás no se encuentre ni leche, ni azúcar, ni arroz, ni café; pero hasta ahora, ni verduras ni frutas nos faltan. Por supuesto que volvieron a combatir las dos Adriana: la con halo y alitas, la voz de la conciencia que se resiste a formar parte de una histeria colectiva de aprovechar los artefactos eléctricos a precio de gallina flaca; y la rojita de cachos que me hundía el trinquete, la voz de la razón, recordando los principios básicos de Economía, sobre todo de vivir en Economía Socialista: "no seas boba y aprovecha mientras todavía haya electrodomésticos en Venezuela, que si no se garantiza el valor de reposición de la mercancía, qué incentivo puede tener el comerciante para reponerla".
Así que decidí hacerle caso al diablito y salir a comprar una licuadora sintiéndome parte de las saqueadoras de la rebatiña de precios congelados por el Gobierno Revolucionario. Quizás por eso me fui al Bicentenario de Terrazas del Ávila, ejemplo del Mercado Socialista, que si lo que pasó en Daka Valencia fue el reflejo de la Venezuela caníbal que podemos llegar a ser, Bicentenario es el reflejo de la actual Venezuela: sucia, militarizada, resignada a largas colas para pagar y marcada por la escasez. 
Las redes sociales que no dejan pasar una, tras el saqueo en Daka Valencia, compararon este fin de semana los precios de los electrodomésticos y la línea blanca en Bicentenario con los de Amazon, y era fácil darse cuenta que hasta en la economía socialista el dólar estaba calculado a 60. Habrán hecho sus ajustes tras ser monitoreados por facebookzuela porque este lunes en Bicentenario no quedaban sino cafeteras y sandwicheras. Por lo menos de marca reconocida. La única licuadora que ofrecían a la venta era de una marca desconocida de esas que deben canjear por petróleo a países amigos. Olvídense de televisoras, neveras, lavadoras, secadoras y mucho menos Blu-Ray. De ninguna marca.
En la radio decían que las tiendas de electrodomésticos en distintas ciudades de Venezuela amanecieron abarrotadas de gente comprando artefactos eléctricos. Yo no estaba dispuesta a dejarme marcar como ganado para comprar una licuadora, así que se me ocurrió ir a un supermercado donde sé que venden ciertos electrodomésticos. Y en efecto, al mercado que fui no había ni arroz, ni azúcar, ni leche, ni harina, ni aceite, ni papel toilet; pero si tenían vodka Absolut a 1600 bs, y le quedaban tres licuadoras, de las más básicas, base de plástico y dos velocidades.
La licuadora de marca reconocida estaba bajo un cartel que la anunciaba al mismo precio del vodka importado, pero cuando pasó por caja me cobraron casi la mitad. Era obvio que en esta cadena de supermercados el remarcaje iba paralelo con el dólar negro, y el precio de la licuadora habría estado calculado a 60 Bs. por dólar si Maduro no se hubiese puesto el viernes las espuelas y obligara a los comerciantes a vender a precio de octubre de 2013, cuando la cotización del dólar en el mercado negro era otra. 
No sé si hice bien o si hice mal, pero por supuesto que compré la licuadora sospechando que en menos de una semana, en esta Venezuela de la suprema felicidad, no se va a conseguir ni una plancha. 
Lástima que no me alcanzó para llevarme una caja de vodka. 


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me identifico con este escrito. Y es que ya no soy capaz ni de inventarme una predicción, ni interpretar la situacion.

Ancapi dijo...

Menos mal que estás "evitando intensidades", Adriana... que si no...

Adriana Villanueva dijo...

Me lo decía Lapa el otro día, Andrés, que si seguía así, o emigraba a Escandinavia, o le tenía que cambiar el nombre al blog. Aunque nadie más intenso que un escandinavo, así que será que le quito el "Evitando" y lo dejo en "Intensidades".