domingo, 28 de junio de 2009

Despecho melómano

Me perdí el concierto de Gustavo Dudamel con el violinista Itzhac Perlman no sé si por pichirre o si es que ya los venezolanos damos a Dudamel por sentado, porque a pesar de ser el joven director más aplaudido del mundo, es generoso con su país: cada vez que puede viene a derrochar su genio a precios populares. Por eso cuando leí que el valor de las entradas, como eran a beneficio del Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles, oscilaría entre 600 y más de 1000 bolívares fuertes(para quienes no manejen el bolívar, entre 100 y 250 dólares al precio del mercado paralelo), a pesar de la buena causa preferí esperar para ver a Dudamel con toda mi familia.

Quizás habría invertido, por lo menos en una entrada para mí, de no ser porque dos semanas después, el domingo 28 de junio, Dudamel regresaría a la sala Ríos Reyna, esta vez acompañado por el afamado violonchelista Yo-Yo Ma, y las entradas más costosas serían a 60 bolívares (Poco menos de diez dólares mercado paralelo). Había que estar pendientes de qué día saldrían a la venta, se agotarían rápido. Inocente de mí, jamás imaginé cuán rápido habrían de agotarse.

La venta sería el domingo 21 de junio en taquilla, la prensa no especificó a partir de qué hora, tampoco me preocupé, fue fácil conseguir entradas en excelentes puestos y a mejores precios para presenciar la Novena Sinfonía de Beethoven cuando Claudio Abbado dirigió a la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolivar; y cuando vino Lorin Maazel a dirigir a nuestro jóvenes músicos acompañados por la pianista Gabriela Montero.

Así que ese domingo en la mañana me lo tomé con calma, como era el Día del Padre, preparamos un gran desayuno, leí el periódico y a las 11.30 me acordé: “¡Ah caray, hoy salían a la venta las entradas de Yo-Yo Ma con Dudamel!”, partí de inmediato esperando no tener mucha gente por delante, había almuerzo en casa de mis padres.

Entré en el estacionamiento del Teresa Carreño pasado el mediodía, me crucé con una despeinada muchacha guardando sus entradas con el mismo sigilo de si fueran unos zarcillos de diamantes. “Qué bueno”, pensé, “comenzó la venta, voy a salir rápido de esto”. Tal sería mi optimismo que ni siquiera al ver a cientos de personas bajo el sol sentadas a lo largo del murito que bordea al complejo cultural, me dio mala espina. Me acerqué a un guardia en taquilla para preguntarle por el final de la cola. Señaló con indiferencia casi la fuente de Maragall en el parque Los Caobos. 

Tomé mi lugar en la kilométrica fila con un dejo de esperanza pero corría la voz que quedaban 400 puestos, si se admitían 4 ventas por persona, había más posibilidades de ganar la lotería que de coronar taquilla. Quienes compraron sus entradas estaban desde las 5 de la madrugada haciendo cola, quienes estaban a punto de ser atendidos en una de las dos taquillas abiertas, llegaron antes de las 7, y yo que llegué al mediodía, mis posibilidades eran nulas. Decían que cuando comenzó la venta a las 9 de la mañana, ya casi todo el patio central estaba reservado. Me fui descorazonada a la una de la tarde sabiendo que Yo-Yo Ma y Dudamel no serían para mí.

Al pagar el estacionamiento encontré una amiga con cara de derrota, llegó a las 7 y media de la mañana y casi 6 horas después se daba por vencida: le quedaba mucha gente por delante y en la pantalla de la computadora de la taquilla apenas brillaban unas luces amarillas. 

2100 espectadores es el aforo de la Sala Ríos Reyna del Teresa Carreño, ¿cuántos melómanos habrán quedado por fuera de este histórico concierto?  


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