jueves, 19 de noviembre de 2009

La profesora que fue y el profesor que no pudo ser




Fui pésima estudiante de literatura, el último año de Humanidades pasé la materia justo con la nota necesaria. Cosa rara porque desde pequeña el adjetivo que mejor me describía era ser “lectora”. Leía de todo y sin prejuicios: comiquitas, clásicos de Mark Twain, Louisa May Alcott, Charles Dickens, las novelas infantiles de Enid Blyton y Astrid Lindgren. En mi temprana adolescencia pasé a Agatha Christie y a Taylor Caldwell, luego a las primeras novelas de Stephen King, y antes de graduarme de bachiller podía decir, con cierta propiedad y sin exagerar, que entre mis autores favoritos estaban Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, y por supuesto, Gabriel García Márquez.


Entonces ¿por qué fui tan mala en clases de Lengua y Literatura ese último año de bachillerato? Hoy lo achaco a cierta rebeldía que todavía conservo: siendo una ávida, ecléctica y desordenada lectora; siempre he detestado que me impongan qué debo leer, como por ejemplo, las modas literarias: “¿Acaso no has leído la trilogía Millenium de Larsson? ¿O Sándor Márai? ¿O la serie Resplandor de Stephanie Meyers?”
Esas modas, en las que sin desmerecer la calidad de sus autores, todo el mundo parece estar leyendo lo mismo. Desde adolescente repelía formar parte de un rebaño lector, imagínense si esta imposición lectora no venía de una moda, o de nuestros amigos, afines en gustos, sino de una cátedra, de una posición de poder, de una profesora de Literatura con la que cuesta congeniar.



Este tipo de profesora, o profesor -no nos pongamos sexistas a estas alturas- nos puede mandar a leer Harry Potter, La vida exagerada de Martín Romaña, La tía Julia y el escribidor, Amor y Humor de Aquiles Nazoa; cualquier libro, por más divertido que sea, y ese libro parecerá una imposición. Ese es mi inicio en la historia de las lecturas dirigidas, sencillamente, no congeniaba con mi profesora, sería cuestión de química, porque de casualidad aprobé la materia y amigos que de las novelas de Sidney Sheldon no pasaban, no les iba tan mal.

Hace poco encontré un trabajo de bachillerato en el que la bendita profesora me puso 10 (sobre 20 puntos como se califica en Venezuela). Me dio cosa leerlo, temblaba de los horrores que pude escribir, descubrir que a lo mejor ella tenía razón y yo era una mala estudiante, una tonta adolescente que se las daba de intelectual, creída, jactanciosa, pero elemental. Lo leí con temor, con pudor hasta tecnológico porque estamos hablando del año 1981, cuando las únicas computadoras que existían en Venezuela eran unos mamotretos con tarjetas que estaban en el IVIC y parecían las computadoras de la baticueva del Batman en technicolor que pasan en el canal Retro. Hago énfasis en este detalle tecnológico porque imagino que quienes tienen menos de 30 años no pueden imaginar una vida así: cero copy-paste, cero delete, cero corrección ortográfica, cero Wikipedia. Una vida estudiantil donde se escribía en una Olivetti, armada con tippex, diccionario y papel carbón. Un solo fluir de escritura.


Así que enfrentada a quien fui a los 17 años, leí el trabajo del 10, y no me ruboricé, me pareció que estaba bien, pocos errores ortográficos, puntuación correcta, narración fluida, quizás no sería una joven María Fernanda Palacios, pero qué se podía esperar, tenía 17 años, y no les voy a caer a mentiras, tampoco era un cerebro vanguardista, soy producto del apogeo de la época Disco, pero el trabajo estaba bien, no asomaba a una futura pensadora, pero estaba bien.
Leyendo a los 40 y picote de años ese trabajo que de milagro pasé, me doy cuenta que la antipatía parecía mutua, así que imagínense cuando por fin logré terminar ese tormento que se llama bachillerato, cuando por fin entro en la Universidad Central de Venezuela, a estudiar en la Escuela de Arte, materias como Teatro dada por José Ignacio Cabrujas, Taller de expresión oral y escrita por Isaac Chocrón, Cine por Iván Feo, Estética por Victoria D’Estéfano. Este era el momento de enseriarme, abandonar la fobia por las lecturas impuestas, acatar un nuevo espíritu de humildad, y dejarme ilustrar por mis maestros. Podrán imaginar el espanto al ver en mis horarios, que con ese Dream Team de profesores, en Literatura me tocaría nada más y nada menos que la aborrecible profesora de bachillerato.

En ese entonces los alumnos de los primeros años de la Escuela de Arte, dependiendo de la materia, o podíamos estar juntos en un gran salón como era el caso de Expresión Oral y Escrita dada por Chocrón; o podíamos estar divididos en dos o más grupos, que por lo general se daban por orden alfabético, en el caso de dos grupos: de la A a la L uno, de la M a la Z otro. Así que mientras los que se apellidaban, digamos de Abadía a Luzardo estudiarían con uno de los profesores estrellas prestado de la Escuela de Letras, el escritor José Balza; quienes nos apellidábamos de Machado a Zurita, tendríamos a la profesora de mis tormentos.
Aunque imagino que a todos los que les tocó Literatura en la Escuela de Arte con mi Némesis habrían preferido estudiar con Balza porque su fama de profesor estrella lo antecedía, para mí se volvió una cruzada personal cambiar de salón. Sobre todo porque una compañera de colegio que entró conmigo en la Escuela de Artes, apellidada Méndez, logró de milagro hacer el bendito corte, aunque seguro hizo falta una jaladita.

Méndez estaba deslumbrada por no decir que enamorada de Balza, que en ese entonces era igualito como lo vemos hoy en día, menudo, de copete, con sus anteojotes y por lo menos físicamente, sin mucha gracia, pero Méndez lo amaba como solemos enamorarnos de nuestros profesores carismáticos, y cuando nos cruzábamos en el cafetín, no hacía sino hablarme de lo maravilloso de las clases de Balza. Era y sigue siendo una de mis amigas más queridas, la enamoradiza Méndez, ¡pero cómo la odié! Sobre todo porque mi detestada profesora nos mandó a leer El Castillo de Kafka, sin duda una de las grandes obras de la literatura universal, pero un ladrillo bajo la batuta de una profesora más críptica que el mismo Kafka. Me rendí de entrar al castillo mucho antes de que K lo hiciera. También encontré ese trabajo por ahí, saqué 12. Por lo menos había evolucionado.
Por supuesto que pedí cambio, solía ser una opción en la Escuela de Arte, era obvio que Méndez lo hizo. En la mayoría de las materias se lograba el cambio con un sencillo trámite burocrático: presentar en Secretaría de Humanidades una carta firmada del profesor a cuya clase queríamos pertenecer. Así que le monté una cacería a Balza hasta que por fin logré hablar con él, rogándole que me diera un par de minutos de su valioso tiempo, siempre estaba apurado, como corriendo. Al tenerlo ante mí, tras un “rapidito que tengo clases al otro lado de la universidad”, usé todas mis armas adolescentes: flirteé, exageré, lloré, dramaticé, jalé bolas, sólo me faltó ofrecerle un soborno… todo fue inútil, el profesor fue inclemente, el cupo estaba lleno, no podía aceptar ni un estudiante más, con sus alumnos de la Escuela de Letras no se daba abasto.
Le saqué a Méndez, “porqué Méndez sí y Villanueva no”, la verdad es que no recuerdo si es que Méndez se me adelantó a la hora de pedir cambio o si era un asunto limítrofe, la mitad del grupo de 100 estudiantes podría darse en la M pero jamás se daría en la V.
Al profesor Balza no le importó que yo le asegurara casi que abrazándole las rodillas que la profesora la tenía agarrada conmigo desde bachillerato. Insistió, a pesar de mis lágrimas desgarradoras, que ni un alumno más, estaba decidido, sin excepciones. Quizás sabía que si no era inflexible en esa regla, el salón de su colega se vaciaría en cuestión de minutos y a él no le alcanzaría el tiempo para corregir tantos trabajos y además escribir sus libros.


A estas alturas se estarán preguntando, si, pobrecita la bachiller Villanueva, por un caprichoso orden alfabético se tuvo que calar a su abominable profesora dos semestres más, pero qué tiene esta travesura del destino, este karma estudiantil, que ver con un tema tan serio a tratar en este foro como definir si las mujeres escritoras somos o no somos una Literatura de Género.
Adelantemos el reloj de esos hoy vilipendiados años 80, casi 20 años, no recuerdo si 1999 o 2000. Entonces yo era lo que Bryce Echenique describe “una escritora sin obra”, me sentía escritora, pero no había escrito nada, pero ya lo haría, en ese momento acababa de tener o estaría por nacer mi tercer hijo y comenzaba a aficionarme al mundo de Internet y a la maravilla de escribir en computadora. Seguía siendo una ávida y ecléctica lectora, y entre mis lecturas se encontraba la prensa, el Papel Literario de El Nacional, y dentro de Papel Literario, la columna del mismo profesor de mis despechos: José Balza, aquella montaña académica que no pude conquistar.
La verdad es que no me cuento entre el club de fans de José Balza, quizás por mi despecho universitario, o sencillamente porque no es mi estilo de escritor, sin embargo, la mayoría de sus columnas literarias las leía, y aquella mañana sabatina, leí con estupor como el maestro que no pudo ser se refería a “las mujercitas escritoras” en una columna en contra de autoras como Isabel Allende, Marcela Serrano y Ángeles Mastretta, escritoras latinoamericanas que tienen enorme éxito de ventas con una supuesta fórmula de narrar historias que apelan a cierta sensibilidad femenina.
Balza sentaba distancia, no lo fueran a creer misógino, no todas las escritoras eran mujercitas escritoras, Virginia Woolf, Victoria D'Estéfano y no recuerdo cuales otras mencionaba, merecían ser llamadas “escritoras”, aquellas mujeres que lograron entrar al panteón de la palabra.
No pretendo ser apologista de las novelas de Allende, Serrano o Mastretta, sin duda Balza tiene un criterio literario más elevado que el de millones de lectores que compran los libros de estas tres escritoras. Tampoco pienso caer en una discusión sobre los méritos que debe tener una obra para ser considerada literatura y si algún libro de ventas millonarias puede llegar a serlo, lo que me molestó, lo que me atragantó el café esa mañana de hace 10 años o más, fue el término utilizado contra las populares escritoras: “mujercitas”.
Me costaba entender cómo uno de nuestros grandes intelectuales, aquel profesor venerado en la Escuela de Artes por quien casi me decreto en huelga de hambre encadenada en la puerta de su salón para que me aceptara como alumna, denigrara el ejercicio de una escritora con ese argumento: “Mujercitas” así de despectivo.
Estaba en su derecho el profesor Balza de desestimar el estilo que veía mercenario de este trío de narradoras, lo que no tenía derecho era de denigrarlas a ellas y a sus lectoras en su condición de mujeres. Acaso a la hora de reseñar cualquier libro de dudosa calidad literaria pero implacable existo editorial, cualquier best seller firmado por un hombre, habría tildado a su autor como “hombrecito escritor”, eso sería impensable. Es que la frase Literatura Masculina, al contrario de Literatura Femenina, no existe, o por lo menos yo nunca me la he topado (Gisela Kozak dice que Luis Barrera Linares la usa). Los escritores que se regodean en plomo-culos y tetas, para hablar de un estereotipo de lo masculino, podrían ser catalogados quizás de malos escritores, o escritores mercenarios, pero jamás de hombrecitos escritores. En cambio una escritora que quizás se regodea en el romance facilón, para hablar del romance como estereotipo de lo femenino, debía calarse a la hora de ser juzgada su prosa un “mujercita”.

Hoy ya puedo hablar no como mujer ofendida sino como escritora, tengo casi diez años escribiendo en El Nacional y otros medios, un par de libros publicados, y otro par de libros en computadora. Y aquí estamos, discutiendo en la Universidad Metropolitana si las mujeres escritoras somos un género como decir la literatura Fantástica o Ciencia Ficción o las novelas de Detectives. Por supuesto que no me gusta sentirlo así, me parece más que injusto, retrógrado, que a estas alturas de la historia se hable de Literatura, al referirse a la buena narrativa de un escritor del sexo masculino, y a menudo se anteponga la muletilla Literatura Femenina, cuando se trata de la obra de una escritora, como si de verdad fuéramos un género aparte.
Quisiera creer que los escritores no se clasifican por sexo, sino en escritores buenos, regulares o malos; en escritores que nos gustan y en aquellos que no nos llaman la atención; en escritores que releemos y en aquellos que damos por leídos; como suele suceder en el universo literario masculino. Pero la realidad es otra, o por lo menos la práctica, tanto es así que en un ámbito universitario estamos discutiendo si las mujeres escritoras somos un género. Imagínense este foro con el título: "¿hombres escritores o literatura de género?" Sería impensable. Y henos aquí a Gisela Kozak, a Krina Ber y a Adriana Villanueva discutiendo sobre el tema.
Ese karma de género no lo siento en el mundo literario anglosajón, en dos libros sobre el ejercicio de escribir: Plotting and writing suspense fiction de Patricia Highsmith y The faith of a writer de Joyce Carol Oates, el detalle de ser mujeres escritoras no ocupa ni una línea. Pero sí parece ser tema frecuente en las letras hispanas: recientemente leí un par de entrevistas a exitosas autoras españolas (no las nombro porque cuando las leí no sabía que escribiría sobre este tema y no quiero citarlas mal) el hecho de ser mujeres salió en ambas ocasiones, la primera escritora comentaba que todavía a estas alturas se encuentra con hombres que dicen que no leen libros escritos por mujeres, punto. Tienen el prejuicio que las mujeres somos incapaces de escribir un buen libro. Otra escritora recientemente premiada decía que las mujeres escritoras, al igual que cualquier hombre escritor, escribíamos sobre temas que conocíamos o nos interesaban, quizás cuando Jane Austen escribía los intereses de las mujeres se basaban en conseguir un buen marido, pero en este siglo XXI los intereses femeninos y masculinos ya no están delimitados: hoy las mujeres son profesionales y las labores del hogar se comparten.
Claro, hay cierta Literatura, digamos que femenina, que se podía considerar como un género, esa que los genios del marketing anglosajón promocionan como Chick Lit que empezó con Bridget Jones de Helen Fielding en los años 90, una fórmula para un público específico que quiere leer novelas urbanas con toques de glamour y alusiones de la moda a lo revista Vogue, escritas con mucho sentido de humor donde las protagonistas son profesionales que al final logran éxito en el amor y en el trabajo. Excelente material para ser llevado al cine comercial protagonizada por Amy Adams o Renée Zellweger. Pero este género dista de abarcar la imaginería de la literatura reciente escrita por mujeres en los Estados Unidos e Inglaterra que van desde el niño mago de J.K. Rowlings, novelas de misterio a lo Patricia Cornwell, hasta autoras de la categorías de Zadie Smith.
El género asumido con orgullo por sus autoras del Chick Lit es posterior a la obra de las “mujercitas escritoras” a las que se refería Balza al referirse a tres populares escritoras hispanoamericanas, pero no creo que ni Allende, ni Serrano, ni Mastretta se sienten orgullosas antecesoras del movimiento de Literatura para Chicas, como yo me negaría a sentirme parte de su versión criolla aunque mi primera novela, El móvil del delito, sea narrada por “La chica plástica”.
¿Escribo desde mi perspectiva femenina? Sin duda que sí, como también lo hago desde mi perspectiva social y cultural, y mi particular espectro de intereses y pasiones. Cualquier escritor hombre o mujer lo hace según el suyo. Encuentro paralelos en lo que escribo con digamos, Gisela Kozac, las debo tener porque somos de la misma generación, del mismo entorno cultural, de la misma ciudad, pero la razón de que ambas seamos mujeres no nos acerca más como narradoras que a otros autores contemporáneos, nacidos en esta ciudad en la misma década de los 60, con quienes a veces encontramos paralelismos y otras, profundas diferencias.
Entonces qué nos une a Gisela, a Krina, a María Ángeles Octavio, a Milagros Socorro, a Silda Cordoliani, a Sonia Chocrón, a Gisela Capellin; a otras escritoras venezolanas que nos anteceden porque tienen más tiempo publicando como Victoria D’Estéfano, Ana Teresa Torres, Elisa Lerner, Antonieta Madrid, Michelle Ascencio; y si nos vamos más atrás, a Antonia Palacios y a la mismísima Teresa de La Parra.
¿Qué nos une? Que por lo visto debemos justificarnos en nuestra condición de mujeres, que nos movemos en un universo, el de narrar historias, que parecía destinado a los hombres. Lean cualquier entrevista a una escritora famosa, por lo menos hispanoamericana, y el asunto de la feminidad saldrá al tapete.

¿Acaso eso pasa con los escritores, tienen que contestar desde su punto de vista de hombres que escriben, o tan sólo de escritores?
Por eso hoy que el profesor y también escritor, Karl Krispin, tiene la gentileza de invitarnos a hablar sobre el tema recuerdo aquella profesora que me calificaba bajo, aquel karma que me persiguió hasta mis años universitarios. ¿Se acordará de mí?
Quizás habrá leído alguno de mis artículos en El Nacional, o se habrá tropezado con alguno de mis libros en alguna librería, y me habrá asociado con aquella alumna flaca y despeinaba que pensaba que se las sabía todas y no se sabía ninguna. Quizás no pasa del primer párrafo de mis textos, y exclamará: "¡a los niveles que ha llegado la literatura nacional!" Pero sin duda la prefiero a ella que me estará juzgando según su criterio de lo que debe o no debe ser un buen escritor, que al profesor que no pudo ser, a José Balza, quien no tiene porqué acordarse de mí, y me imagino que si se enfrenta con aquello que he escrito su criterio puede ser uno de dos: o “he aquí una escritora” o “¡no, otra mujercita escritora no!”.


Conversación con estudiantes de la Universidad Metropolitana el miércoles 18 de noviembre: "Mujeres escritoras o Literatura de Género", levemente editada para hacerla más leíble. Foro presentado por Laura Febres, me acompañaron en el panel Gisela Kozak y Krina ber. Algunas fotos son de mis álbumes personales, otras robadas de Internet, y otras a Facebook a mis amigos Héctor Torres (libros), Jacqueline Mejías (estudiantes Escuela de Arte-UCV) y Rafael Pedraza (la bachiller Villanueva).

15 comentarios:

Roberto Echeto dijo...

Adriana, qué belleza de texto.

Sólo recuerda que hay mucha gente necia y que los josesbalzas (los jueces de la literatura) se reproducen como conejos.

Un beso.

Adriana Villanueva dijo...

Gracias Roberto, a Balza después de todo le debo algo, gracias al arrecherón que agarré leyendo el artículo de las "mujercitas", escribí una queja a Papel Literario, a Nelson Rivera le gustó mi estilo y me ofreció una columna, ese fue uno de mis inicios como "mujercita escritora".

Ancapi dijo...

¡Pobre Catalina!

Adriana Villanueva dijo...

Andrés, este artículo está escrito desde el resentimiento, seguro que tu sacabas puro 20.

Ancapi dijo...

Sin el menor esfuerzo, además. Pero la escritora eres tú, ¿viste? Yo no soy sino un corrector.

Adriana Villanueva dijo...

Por algo eras el alumno estrella del salón de una profesora tan exigente, Andrés, tus amigos sabemos que el día que te decidas a publicar lo que te hemos leído, el Premio Octavio Paz regresa a Venezuela.

cristina mendez dijo...

jaja! que comico Adriana! y que de tiempo! pues aunque no soy Sonia, igual hice la primera Literatura con Catalina y la segunda con Balsa, como no leo mucho periodico, pues lo que guardo entre pecho y espalda es una pasion inusitada por la literaruta latinoamericana motivada por sus especiales dotes de profesor. Me encanta leerte, y disfrute un mundo Arrancame la vida y lo poco que he leido de Isabel Allende. Las mujeres somos lo maximo, y tambien, ademas, escribiendo... jaja

Adriana Villanueva dijo...

¡Vieron como a Méndez la hechizó Balza! Aunque la verdadera enamorada del profesor, la que caminaba a unos centímetros de la tierra después de cada clase de literatura, era nuestra amiga Sonia.

Elvia Sánchez dijo...

De corazón Piki...esto es de lo mejor que he leido de tu pluma. Fantastico! He de decir que yo pasé por la misma calamidad de tener a Catalina com profesora y lloré amargamente por no caer en la clase de Balza. Las penurias de apellidarse Sánchez...Catalina me aburrió hasta la muerte en el colegio y me remató en la Escuela de Artes. Si no hubiese sido por Isaac, en esa época casi aborrecí la literatura y me hizo desistir de mi piche ambición de escritora...ya ves! Pero bueno por otro lado confieso que después de toda la alharaca con Balza nunca he podido terminarme un libro suyo. Anatema? Pues que le voy a hacer....el recuerdo de los dos me aburre sin remedio. En cambio pienso en Isaac y se me ilumina la cara. Cómo me hizo amar el teatro y las letras!
Un abrazote madrileño
Elvia
PD: Ancapi...deja que te agarre!!!!

Adriana Villanueva dijo...

Elvia a veces olvido que tenemos trayectorias académicas similares, hasta nuestra incapacidad para la física compartimos, pero pensé que tu serías más favorecida que yo en las notas de Literatura, me entra un respirito saber que pasaste por el mismo calvario. Isaac es lector de Evitando intensidades y ya pasó por este post, llamó a comentármelo, le voy a decir que vuelva a entrar para leer tu comentario que seguro lo va a poner muy contento, su Taller de Expresión Oral y Escrita es tanta fuente de orgullo como cualquiera de sus obras

Diana Risquez dijo...

Querida Piki,como asomada que soy en este mundo literario, por fin siento alguien contestó a una de las preguntas que me han surgido desde que comencé el curso de Icrea... allí me di cuenta con horror, que las mujeres escritoras la tienen dificil a la hora de ser "criticadas".Pocas logran que sus obras sean consideradas "Literatura". me pregunte como lo hago en otros ámbitos que atañen a la mujer, si esto es verdad o simplemente obedece a un paradigma masculino de "ver", "hacer" y por lo tanto "juzgar" lo que venga de las mujeres. Al final, creo que la confusión radica en ubicar lo femenino, exclusivamente en la mujer y lo masculino, exclusivamente en el hombre. Existe, psicológicamente hablando, una forma "femenina" de abordar el mundo(Yin), de la misma manera que existe la forma "masculina". Creo que por cultura, la masculina nos es mas familiar y por ende , aceptable (A hombres y mujeres).Me parece también que está emerginedo de esa misma cultura, el hacer femenino, que incluye las letras, y que al principio suena discordante. por elo no creo en la igualdad, sino en el acceso igualitario a los derechos sociales y las consideraciones especiales de género, en el embarazo, la maternidad, la paternidad y la niñez. me encantó tu escrito, lo guardo, lo comparto y se lo leo a mis profes de escritura. ;)

la coneja dijo...

Oh "catalina comenaba"..como "cariñosamente" me refería a la profesora en cuestión..Hizo que odiara "el popol vuh" a tal punto...que en mis pesadillas veía "jojotos"con brazos y piernas correteandome para ejecutarme!!

Cris dijo...

Hola, Adriana

Me gusta mucho tu blog, aunque tenía tiempo que no lo leía. Esta entrada me encanto, comparto tu opinión. Mi tesis de licenciatura fue justamente sobre este tema, la presenté hace casi seis años y me habría encantado entrevistarte.
Ahorita voy a leer la entrada de los libros electrónicos. Allí dijiste una cosa que me sucede a menudo: que las personas que viven afuera en vez de pedir torontos piden la última obra venezolana

Muchos saludos

Margarita Liscano dijo...

Excelente, no conozco tú trabajo como escritora pero me identifico plenamente con lo que escribes en esta oportunidad; en el mundo del Arte a las mujeres nos toca luchar mas, pareciera que es un oficio solo para hombres...felicidades.

facebook/alixelenarosales dijo...

Me he indentificado contigo en su narración biográfica y sus aventuras del liceo y la universidad. También con su "evolución" porque en lugares diferentes y personas que ni se conocen pasan por ciertos "coladores", y sin penas ni glorias...pero al final se logra lo que dentro se sueña. Le daré compartir, porque me estoy releyendo por dentro.Yo también tengo una colección de 12 de la facultad de letras de ULA. Saludos desde Italia, he dado compartir a tu blog en mi perfil.