domingo, 27 de septiembre de 2009

Huelga estudiantil frente a la OEA

Un grupo de estudiantes de diversas universidades nacionales comenzó el jueves 24 de septiembre una huelga de hambre a las puertas de la sede de la OEA en Las Mercedes, con el objetivo de llamar la atención sobre cómo estos últimos meses en Venezuela ha habido una escalada en la represión política que se hizo patente con la detención del estudiante Julio César Rivas. Hasta los momentos se han declarado en huelga 32 estudiantes en Caracas y 8 en Valencia, a ellos se le han unido diversos presos políticos. El lunes prometen unírseles estudiantes de otras regiones del país.

Este el testimonio gráfico de diez minutos frente a la OEA el domingo en la tarde.Su causa es noble, necesitan apoyo y solidaridad, que se puede hacer material donándoles, entre otras cosas, agua potable, toallitas húmedas, pedialyte, Pureza, Omeprazol, termómetros, pilas, material de lectura, sábanas y cobijas secas.
No abandonemos en la lucha por la libertad de expresión a nuestros estudiantes.

viernes, 25 de septiembre de 2009

De Courtney a Marelisa: en una noche tan linda como esta

Sabía que este Miss Venezuela sería diferente: leí en la prensa que en el año 2009 habría diez candidatas menos porque el presupuesto no daba para miss Costa Oriental del Lago ni miss Península de la Guajira ni miss Dependencias Federales y demás excentricidades geográficas-inflacionarias, y que ya las misses no harían su primer desfile al ritmo del himno gringo: "O what a day", o como se llame, se le vencieron los derechos y ni por todo el oro del mundo sus propietarios se los quisieron extender a la organización Miss Venezuela.
Y vaya qué fue diferente, y no por la reducción del número de misses, mas bien eso lo favoreció, ni tampoco por el cambio del himno, conservaron gran parte de la letra del popular: "En una noche tan linda como esta..." y la melodía es casi la misma; fue un Miss Venezuela particular porque este año lo vi arropada por la tecnología.
A las 7 de la noche, puntual, comenzó el colorido espectáculo homenaje a Bollywood a lo Joaquín Riviera, y después de cantar Wanda y Yelimar, las ex tigritas, hoy piernonas treintonas, entraron las misses, ya no recuerdo ni qué atuendo lucían, porque estaba enfrascada en un chateo Blackberry con mi amiga Beatriz, y a los pocos instantes se nos unió Maruja: "¡Al estilista de Daniel Sarcos habría que meterlo preso por ese copete que le puso!", "A Maite se le pasó la mano en el salón de bronceado", "Boris tiene razón: Chino es de muerte" "Más de la mitad de las misses tienen la nariz del difunto Michael Jackson".
Entre comentario y comentario, entraba en Twitter y en Facebook y así me enteré que en una noche tan linda como esa, en el ojo del huracán capitalista: Nueva York, no sólo la estrafalaria Courtney Love se retrataría chick to chick con el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías, sino también Larry King, el periodista estrella de CNN, le haría una entrevista.
Sólo de ver las fotos de nuestro mandatario cachete a cachete con la viuda de Kurt Cobain, el mismo día que en Venezuela se prohibe la serie Family Guy por apología al consumo de marihuana, bastó para que yo hiciera abuso de una droga legal, medio pote de Maalox, tras hacerme la firme promesa de que a Chávez con Larry King lo vería en diferido: en el canal del Estado si era una entrevista complaciente, o en Globovisión, si King le daba hasta con el tobo.
Pero cuando Tito el Bambino le cantaba a El amor, no aguanté la tentación al masoquismo revolucionario y cambié a CNN para ver al presidente de Venezuela, bajo un enorme cuadro de Simón Bolívar, invitando al presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, a unirse a la cruzada del Socialismo del Siglo XXI.
La ola twitter estaba indignada, Larry King fue complaciente con su entrevistado quien dijo amar de los Estados Unidos el cine, a Oliver Stone, Danny Glover y Charles Bronson. Pum, pum. En El Poliedro estaba por comenzar el desfile de los vestidos de gala.
Ya para ese entonces me quité la careta y llevé la computadora frente al televisor para comentar los pormenores con mi comunidad virtual. Por Blackberry Beatriz se quedó dormida antes de que Miss Amazonas apareciera desfilando un revelador vestido verde botella, y Maruja comenzaba a fastidiarse. Mi marido se había ido a una fiesta a la que me negué a acompañarlo ( a quién se le ocurre cumplir años en una noche tan linda como esta) y mis hijas me abandonaron para ver la final del America's Next Top Model (¡Abajo el Imperialismo¡). Hasta se habían ido a acostar los típicos cortanota de los concursos de belleza en Twitter y Facebook, los "por eso es que el país está así", y sólo quedábamos la entrañable María Alejandra López, la doña ultra escuálida de Chigüire Bipolar; y quienes no les da rubor decir: "Sí, entre tanto infierno político, por lo menos dos noches al año, me dejo abrazar por la frivolidad de los concursos de belleza".
¿O es que la revolución bolivariana nos va a arrebatar hasta nuestros placeres culposos?
La final no fue sorpresiva: la estudiante de Arquitectura de 2o años Marelisa Gibson, Miss Miranda, fue coronada Miss Venezuela y Adriana Vasini, Miss Zulia, Miss World Venezuela. No había terminado de dar su primer desfile como reina de la belleza nacional la linda Marelisa cuando la señal televisiva fue interrumpida por una cadena: se retransmitiría el discurso del presidente Chávez en la Organización de Naciones Unidas.
Dudé entre la mitad que quedaba del pote de Maalox, o un lexotanil.
Apagué el televisor, en mi comunidad twitter quedaba señales de vida recordando que un grupo de estudiantes universitarios estaba en huelga de hambre a las puertas de la OEA en Las Mercedes exigiendo la libertad de Julio César Rivas, el estudiante preso desde hace semanas por manifestar contra el Gobierno; mientras que en el Hospital Universitario ingresaba un líder estudiantil herido, supuesta víctima del hampa común.
Apagué la computadora y opté por el lexotanil, preguntándome qué tipo de drogas consumiría Courtney Love en una Venezuela que se ahoga en lentejuelas, represión, demagogia y violencia.


miércoles, 23 de septiembre de 2009

La ineficacia de las buenas intenciones

El mismo presidente Chávez ayer lo dijo, que la situación de la salud en Venezuela está en crisis, la mejor prueba es que gran parte de los módulos de Barrio Adentro no están operantes. Tenía que decirlo el único que tiene derecho en Venezuela para criticar la situación del país para hacer oficial lo que ya todos los venezolanos sabemos: que rico o pobre, el que se enferma hoy en Venezuela debe pasar un vía crucis para ser atendido porque tanto clínicas como hospitales están colapsados.
Tampoco es que Barrio Adentro, uno de los mayores orgullos revolucionarios, pretendiera suplantar una clínica o un hospital, pero en teoría la idea era buena: tener un pequeño dispensario con médico incluido en comunidades desasistidas. Al principio funcionó, cuando llegaron los tan criticados médicos cubanos a barrios cerro arriba y monte adentro, donde pocos doctores venezolanos se atreverían a llegar.
Un amigo médico me contó que tuvo la oportunidad de tratar con una colega cubana en un pueblito de la costa en el Estado Vargas y merecía un gran respeto porque aunque su manera de ejercer podría parecer primitiva en este siglo XXI, era la manera de resolver problemas de salud con los escasos recursos con los que se podía contar en la zona.
¿Qué pasó con Barrio Adentro? ¿Siguen llegando médicos cubanos? ¿Los venezolanos están tomando su lugar? ¡Qué sé yo! Lo que siguen es construyendo módulos aunque no haya quien los atienda como pude percatarme en mi última visita a Margarita: casi todos los días, y a diferentes horas pasé por un pequeño módulo que se veía recién construido, pero ya en vías de abandono. Ni una sola vez lo vi abierto, a diferencia del módulo de Antolín del Campo, que sí parecía funcionar.
También pasaba por un desteñido cartel que ofrecía "La ruta de la empanada", entrando en Pampatar, y me acordé de cuando el Gobierno hace unos años pretendió tomar el control de uno de los oficios más populares del Estado Nueva Esparta, y ofrecía carritos modernos con el logotipo "Venezuela ahora es de todos". Se vieron unos cuantos carritos de esos, pero a los pocos meses de la idea sólo quedó la intención: las empanaderas preferían vender sus empanadas en prácticas mesitas plegables, como tienen varias generaciones haciéndolo.
Los Mercal son otra historia parecida, hay uno en cada pueblo en Margarita, pequeñas casas con el cartel de Mercal, soberanía alimentaria, pero adentro no se consigue ni pan.
Barrio Adentro, La ruta de la Empanada, Mercal: tres obras que hoy, por lo menos en Margarita, son muestra de cuán ineficiente pueden llegar a ser las buenas intenciones.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Vista por casualidad


Hay películas que van directamente a DVD sin escala en el cine. Ese es el caso de I could never be your woman (Nunca podré ser tu mujer) de Amy Heckerling. La vi casualmente en Movie City hace unas noches, la agarré desde el principio, preguntándome qué raro que esta película del año 2007 con Michelle Pfeiffer, una de las grandes divas del cine moderno, y Paul Rudd, uno de los galanes consentidos del circuito Indie, hubiese pasado desapercibida. Ése fue precisamente el problema, I could never be your woman tiene uno de los peores castings que he visto en mi vida.
El mal casting comienza con Michelle Pfeiffer, una buena actriz pero que a sus recién cumplidos 50 años, está más espectacular que nunca, lo que no trata de disimular en el papel de Rosie, una escritora divorciada de 45 años, exitosa en todos los campos menos en el sentimental: no sale con nadie desde que su esposo la abandonó por una chama de 28 años. 
Y uno diría que eso le podría pasar hasta a la más estelar de las mujeres de no ser porque el papel del ex marido conquistador no lo interpreta un George Clooney, ni siquiera un Alec Baldwin, sino Jon Lovitz haciendo el típico papel de Jon Lovitz: un gordito feo, neurótico y fracasado.
Rosie (Pfeiffer) es guionista de lo que una vez fue un exitoso programa de televisión sobre una colegiala, pero su protagonista hace tiempo pasó la adolescencia, ahí entra el tercer error de casting: Paul Rudd en el papel de Adam, un joven comediante contratado para subir los números de rating, que nada más verla, se enamora de la escritora estrella.
Adam es una especie de Jim Carrie, candidato a los tres chiflados, ese tipo de galanes hiperkinéticos que nadie podría soportar más de cinco minutos seguidos, pero a Rosie le resulta adorable, aunque la diferencia de 15 años entre ambos parezca una barrera infranqueable. Paul Rudd, usualmente carismático, no logra inyectarle carisma al personaje, su Adam es demasiado tonto como para enamorar a cualquier mujer que tenga ciertas expectativas a la hora de encontrar pareja, y no precisamente por la diferencia de edad.
El único casting acertado es el de Saoirse Ronan como Izzie, la hija preadolescente de Rosie, quien vive su primer amor con un indiferente compañero de escuela.
Viendo en la película de Heckerling como Rosie, una mujer por la que cualquier hombre se batiría a duelo, sólo por haber pasado los 40 años pareciera estar condenada a la soledad, al contrario de su insoportable ex marido que puede aspirar a una mujer más joven sin levantar una ceja, da rabia de género que se insista en el estereotipo de que si una mujer entra a su madurez sola, es más fácil que muera en un atentado terrorista que conseguir quien la quiera. 
Si "I could never be your woman"  hubiese sido una verdadera parodia o crítica de la importancia que se le da a la edad de la mujer en la sociedad norteamericana y no una comedia romántica como terminó siendo, la película no hubiese pasado directo a Televisión por Cable.  Pero no es ni chicha ni limonada y este nuevo intento de Heckerling de dirigir dista de ser entrañable como Clueless(1995), con Alicia Silverstone y Paul Rudd, una de las mejores comedias románticas de los últimos tiempos, quizás porque tras el guión de esta historia de una chica alocada que trata de servir de casamentera, está el genio de Jane Austen quien en el siglo XVIII se hizo famosa escribiendo sobre de cómo el encanto femenino no tiene porqué ajustarse a las expectativas de la sociedad de su época.

Luna de miel en Caracas


Kanako y Francisco se conocieron en Peruggia, amor a primera vista de un venezolano y una japonesa que se comunican en italiano. Se casaron 5 años después en Montreal. Como parte de su Luna de Miel, el novio llevó a su joven esposa a Caracas, a pesar de que la mayoría de sus amigos insistieron que visitarnos en el año 2009, es hacer turismo extremo.
En su estadía en este revolucionado valle a Kanako no le han tocado mayores turbulencias políticas: ni  desafueros presidenciales contra la oposición ni marchas reprimidas ni cierre de medios. Lo que sí le tocó en su segunda visita a la ciudad donde nació su marido, son travesuras de la naturaleza: un fin de semana de aguaceros,  granizo, tormentas eléctricas y temblor de intensidad 6.2 en la escala de Ritcher. 
Afortunadamente, las inclemencias del tiempo no impidieron la parrilla dominguera para conocer amigos y familiares de su esposo, quienes en un papiamento de inglés y español, comentábamos el movimiento telúrico que el día anterior se sintió en Venezuela.
Pertenecientes a una generación que aún no había nacido o apenas recuerda el último terremoto en Caracas, el de 1967, todos teníamos un relato exagerado de los 5 segundos que duró el sacudón. Kanako oía con sonrisa educada, no sintió el temblor porque a las 3.36 de la tarde del sábado estaba en un carro en movimiento.   
Era obvio que la esposa del primo Francisco, oriunda de Kioto, no le daba mucha importancia a que la tierra se tambaleara. Ha vivido decenas de sismos similares en Japón. Habrá pensado que los venezolanos somos alarmistas,  pero fue discreta  y no lo dijo, lo que sí confesó es que le costaba entender porqué tanto misterio en torno a la noticia: en Japón no han pasado minutos de un fuerte temblor cuando en todos los canales de televisión están dando información sobre las características del sismo.
Difícil explicarle a Kanako, sin entrar en la complicada política venezolana, que transmitir una noticia tan irrefutable como un sismo, antes que la versión oficial(que sabrá Dios cuánto puede tardar), hoy podría significar el cierre de un medio de comunicación social en Venezuela.

De regreso a casa, viendo árboles caídos y raudales de agua y tierra obstaculizando el paso tras un nuevo chaparrón, pensaba que más que los terremotos a los venezolanos nos aterra la fuerza del agua después del deslave en el estado Vargas sucedido en diciembre de 1999,  que costó tantas vidas.  Y sí a un aguacero se le une un sismo, pasarán semanas antes de que podamos dormir sin estar vestidos, listos para echar a correr.
¿Cómo no temerle al agua y a los movimientos de tierra, por más insignificantes que sean, en una ciudad en la que se ha construido y se sigue construyendo sobre quebradas, terrenos inestables y dónde la basura y los escombros van a parar en los desagües? Cómo no temerle a las malas pasadas de la naturaleza viviendo en un país donde dar una noticia sobre algún desastre natural debe esperar a la versión oficial; cómo no temer que vuelva a suceder lo de hace algunos  meses cuando los medios estaban encadenados por una alocución presidencial sin importancia, mientras una fuerte lluvia anegaba la ciudad, y miles de caraqueños atrapados en un tráfico infernal desesperados por alguna información vial.
Pero eso no se lo decimos a Kanako, no queremos que en su Luna de Miel en Caracas, la linda recién casada duerma intranquila.
Publicado en El Nacional el sábado 19 de septiembre de 2009.

viernes, 18 de septiembre de 2009

La vida de Julia en Francia


Cuando ví  publicadas las memorias póstumas de Julia Child: "My life in France" (2006), pensé qué de interesante puede tener la vida de una señorona gringa (medía más de 1.80) por muy pionera de las clases de cocina televisadas que fuera. Porque mucho antes que Kristina Wetter, que Ángel Lozano, inclusive que Cocine con las Morochas, Julia Child busco hacerle fácil la cuisine bourgeoise a las amas de casa "que no tenían quien les cocinara".
El programa de Julia Child o bien no se pasó en Venezuela, o lo transmitían antes de que yo sintiera la necesidad de preparar un Beef Bourguignon, la vida de este fenómeno mediático para mí carecía de interés hasta que en una revista leí que entre las 10 mejores memorias recientemente publicadas estaba "My life in France".
Así que la compré por Amazon, y me atrapó, porque Mi vida en Francia no es la historia de una vida, sino la historia de una vida a partir del momento que descubre la cocina francesa. Con la ayuda de su sobrino, el periodista Alex Prud'homme, a los 91 años la tía Julia evoca su primera comida en suelo francés: un sole meunière, era el año 1948, recién desembarcada en la costa normanda, camino a establecerse en París con su marido, Paul Child, burócrata de profesión, fotógrafo y sibarita de vocación, se detienen a almorzar en Rouen, y gracias a la Guía Michelin, lo hacen en el restaurante La Corounne, en medio de un barrio medieval que databa del año 1345. 
Como abrebocas media docena de ostras portuguesas servidas con pain de seigle y beurre. A pesar de que Rouen es famoso por sus platos de canard (pato), Julia escoge el Sole Meunière como plato principal, acompañado por una botella de Poully-Fumé, y después del "Bon Apetit" del mesonero, con el primer bocado se le abre un universo de sabores: "Honey, we are not in Pasadena anymore".
Poco se cuenta en My life in France antes de ese epifánico Sole Meunière, mas allá que Julia McWilliams, nacida en 1912, era la mayor de tres hijos de una acomodada familia en Pasadena, California, que su mamá no tenía idea de cocinar porque siempre tuvo quien le cocinara, que su papá era ultraconservador, que Julia, liberal hasta la médula, se casó a los 34 años con Paul Child, a quien conoció cuando ambos trabajaban en Ceilán (Sri Lanka) durante la II Guerra Mundial, que pronto se dio cuenta que con el modesto sueldo de burócrata que tenía su marido, mejor aprendía a cocinar o se morían de hambre, y tomó unos cursos sencillos en Washington, DC, donde la pareja fijó residencia. Su ambicioso primer plato como esposa enamorada fue unos sesos al vino, también su primer fracaso.


Cuando la pareja se estableció en 1948 en el barrio latino en París, ya Julia tenía nociones básicas de cocina, eso sí, muy a la americana a punta de papas y gravy. Su verdadera pasión por la cocina nace al descubrir las posibilidades de los ingredientes que ofrecían los mercados franceses, en especial la mantequilla: en París, a pesar de la escasez de la posguerra, se conseguían decenas de diferentes tipos de mantequilla con los que se podía trabajar como un alquimista. 
Julia canalizó su pasión por la cocina francesa recibiendo clases en la Escuela Cordon Bleu, donde debido a la antipatía que sentía por ella su directora, no le fue fácil conseguir diploma: "Nunca serás una gran cocinera, no te preocupes, les americains no se darán cuenta".

Julia Child no habría sido "The Julia Child" de no ser por su amistad con Simone Beck y Louisette Bertholle, quienes tenían años elaborando un libro de cocina francesa para el público norteamericano, proyecto que no terminaba de cuajar. Julia, con su meticulosidad para el detalle, probando una y otra vez las recetas hasta conseguir que los resultados fueran equivalentes a lo leído, transformando la imprecisión de las medidas de sus coautoras por una exactitud digna de un ingeniero, buscando semejanzas en los ingredientes que se consiguen en los Estados Unidos para dar con el sabor francés; logró tras muchos años de intentos fallidos, que el libro "Mastering the Art of French Cooking"(1961) fuera una realidad.

Este libraco de cocina que supera las 700 páginas e incontables reediciones, además de un segundo volumen de recetas de cocina francesa publicado en 1970, ya sin la colaboración de Bertholle, y su popular programa de televisión: "The french chef", transmitido entre 1963-1973; constituyeron la educación gastronómica de millones de norteamericanos. Una de ellas fue Julie Powell, otra recién casada pero de la primera década del 2000, quien para abatir la monótona vida de oficinista decide embarcarse en la aventura de preparar las más de 600 recetas publicadas en el libro de Julia Child, dándose como plazo un año, y escribir un blog sobre su experiencia.

Uniendo la vida y el amor por la buena comida de ambas Julias, Norah Ephron dirige y escribe: "Julie & Julia",  historias paralelas protagonizada por Amy Adams en el papel de la oficinista residente de la planta alta de una pizzería en Queens, y Meryl Streep como la legendaria Julia Child.


Quién sabe cuando llegará la película a la cartelera venezolana, y si el libro de las memorias de Julia Child algún día llegará a nuestras escuálidas librerías. Mientras tanto nos queda el libro rojo de Armando Scanonne, y una idea que dejo al aire: ¿Quién se anima a preparar una a una las recetas del maestro de la cocina venezolana y narrar su experiencia en un blog?

lunes, 14 de septiembre de 2009

El Beau Geste de Beyoncé


No lo estaba viendo, a estas alturas de mi vida, qué me pueden importar los MTV Awards, pero mis hijas adolescentes se habían apoderado de la televisión de mi cuarto porque su hermano veía Los Simpson en la sala. Justo cuando entré para exigir mi territorio de vuelta, me mandaron a callar porque en ese momento iban a  decir quién era la ganadora del mejor video de una interpretación femenina. 
A las nominadas apenas las conocía: Beyoncé, protagonista de Dreamgirls, lo más cercano a una diva de los años 40 en el 2009; Lady Gaga, de quien no podría tararear una canción, pero me da la impresión que es la Cindy Lauper del momento; Katy Perry, cantante de la pegajosa "I kiss a girl and I like it" que a menudo me encuentro tarareando en el mercado para gran vergüenza de mis hijas; Pink ultracool con sus cortes de pelo asimétricos, y Taylor Swift, una linda rubia de 19 años, la más pángola de las nominadas, cuyo video: You belong with me, pasan a cada rato por Sony Entertainment y recuerda las películas de adolescentes gringas estereotipos de Highschool: la nerd que se enamora del papi deportista que está empatado con la frívola porrista.
Esperé a que dijeran el nombre del video ganador, aunque ya había conseguido el desalojo del cuarto. Apostaba por cualquiera menos por Taylor Swift, la pángola catirita, quien al oír su nombre subió medio patuleca de la emoción y tomó el micrófono temblando como una hoja por llevarse este premio de voto popular ante semejante competencia, ella, una cantante de raíces country ganando un premio MTV... 
Unos segundos habían pasado de su discurso, cuando el cantante Hip Hop Kayne West le arrebató el micrófono: "I'm very happy for you", pero se había cometido una gran injusticia: "El de Beyoncé es uno de los mejores videos de todos los tiempos". 
La pobre muchachita se quedó paralizada sin saber qué decir, millones de telespectadores esperábamos el punch line, esto tenía que ser una broma, parte del libreto de un irreverente espectáculo. La cámara enfocaba a Beyoncé entre el público, casi se le desprendía la mandíbula del asombro, como pensando que si esto era una broma, era de muy mal gusto. Supimos que no era planificado cuando Taylor hizo un puchero antes de retirarse con su premio, sin saber qué hacer con él, mientras el público se dividió entre una ovación para ella y una monumental pita para el impertinente cantante.
El animador trató de arreglar el entuerto, le restó importancia con algo así como que cada quien tiene derecho a dar su opinión. La pita fue aún mayor. Me pregunté que habría pasado si en lugar de Taylor Swift, tan conejita, hubiese ganado Pink, o Katy Perry, o Lady Gaga; ¿se habría atrevido West a hacerles semejante desplante?  ¿Habrían tenido la rapidez de contestarle con una ironía? ¿Con un desplante aún mayor? ¿Se habrían dejado arrebatar el micrófono?¿O se lo habrían atestado en la cabeza? ¿Qué habría hecho yo? Sin duda ponerme a llorar. ¿Y si se lo hubiesen hecho a una hija mía? Busco una escopeta y salgo a cazar a ese desgraciado.
El show debe continuar, y a Taylor Swift le tocó presentar su canción en vivo, ahí fue cuando apagué el televisor. La canción no es buena y el video facilón, quizás West tenía razón, no en hacer lo que hizo, humillar a una niña en público, aunque sí en su criterio musical, pero quiénes somos Kayne y yo para cuestionar el voto popular. 
A la mañana siguiente me enteré de que la reina de la noche terminó siendo Beyoncé, quien al ganar el premio mayor, el del mejor video gracias a Single Ladies, recordó lo importante que fue para ella llevarse un MTV Award a los 17 años cuando era parte de Destiny Child, y llamó a Taylor Swift para que disfrutara de su momento. La flaca regresó al escenario vestida de rojo  y terminó un discurso estándar de agradecimiento a productores, abogados, músicos, etcétera, etcétera.
Hoy la voz de Internet se pregunta si el impulsivo Kayne West se recuperará de semejante metida de pata; a los 19 añitos ahora es que le queda por demostrar qué tipo de artista puede llegar a ser Taylor Swift, pero fue Beyoncé, con su Beau Geste, quien se reiteró como la gran reina del Pop.

 

viernes, 11 de septiembre de 2009

La palabra en tiempos de horror

 La reacción mundial la mañana del martes 11 de septiembre de 2001 ante la imagen  del vuelo 175 de la United Airlines embistiendo la torre sur de las Torres Gemelas, fue una mezcla de horror con incredulidad. Según el filósofo español Fernando Savater: “Las imágenes terriblemente insólitas tenían paradójicamente algo de déjá-vu. Los antiguos creían que los sueños profetizaban los acontecimientos venideros; ahora esta función la cumplen las películas, esos sueños compartidos por tanta gente”. 

¿Dónde estaban Bruce Willis y  Harrison Ford cuando realmente se les necesitaba?

Cuando el primer avión se estrelló contra la primera torre gemela, se pensó que era uno de los peores accidentes aéreos de la historia. 18 minutos después fue obvio que no fue accidental cuando un segundo avión dio en el blanco de la otra torre gemela ante los estupefactos ojos de millones de televidentes. El escritor chileno Ariel Dorfman también dio en el blanco al asegurar que junto con las Torres Gemelas, caía: “el famoso excepcionalismo norteamericano, aquella actitud que ha permitido a los ciudadanos de este país imaginarse a sí mismos como más allá de los males que plagan a los otros pueblos, menos afortunados, de este planeta”.  

CNN mostraba en vivo el derrumbe de ambas torres y la inmensa nube de humo que  nos  convirtió a cientos de millones de telespectadores en testigos de uno de los más sanguinarios ataques terroristas de la historia contemporánea. Como si fuera poco, también vimos la evacuación del Pentágono, y a un tercer avión lleno de pasajeros -que supuestamente tenía ese blanco-estrellándose en Pensilvania. No todo era dolor: CNN también mostró imágenes de decenas de palestinos celebrando la desgracia yanqui.  Días después,  a CNN le salió detractor: un catedrático brasileño  aseguraba que esas imágenes de celebración palestina eran anacrónicas. 

Esta acusación no fue tomada en serio porque en palabras del escritor español Manuel Vázquez Montalbán,  semejante jolgorio era: "una imagen creíble, porque los palestinos están acostumbrados a que los israelíes les bombardeen con misiles norteamericanos y les destruyan barrios enteros como actos de represalia” 

Horas después del ataque terrorista,  el presidente estadounidense, George W. Bush, habló: “El bien triunfará... aplastaremos a nuestros enemigos... Dios está con nosotros”.  Su discurso alcanzó un 90 por ciento de aceptación entre los norteamericanos y en menos de 24 horas la mayor parte de las cabezas de estado se unieron al duelo estadounidense, desde Arafat hasta Castro, pasando por Blair, Chirac, Samper, y last, but not least, Chávez.

A pesar de la solidaridad mundial con los Estados Unidos ante el ataque a las Torres Gemelas, no faltaron los cuatro gatos en las grandes ciudades que en medio de la desgracia norteamericana se afanaron en quemar la bandera de las barras  y las estrellas.

Susan Sontag,  quien se definió: “horrorizada y triste estadounidense y neoyorkina”, no llegó a estos extremos antiyanquis, pero tampoco compartía la euforia vengativa y belicista de la mayoría de sus compatriotas:  “Lloremos desde luego juntos. Pero no seamos todos juntos unos estúpidos. Unos cuantos jirones de conciencia histórica podrían ayudarnos a comprender lo que acaba de ocurrir y lo que puede seguir ocurriendo. ‘Nuestro país es fuerte’ se nos dice una y otra vez. Yo, por lo menos, no encuentro esto completamente consolador. ¿Quién puede dudar que los Estados Unidos  sea fuerte? Pero eso no es todo lo que los Estados Unidos tiene que ser”.

Esta carencia de conciencia histórica de la cual acusó Sontag a la mayoría de sus compatriotas, fue el vox populi de la conciencia intelectual mundial a los pocos días del ataque. A Maruja Torres, periodista española veterana de más de una guerra,  la Operación Libertad Duradera la intranquilizó no sólo porque  le  sonó a marca de condones, sino también porque la expresión le planteó una serie de dudas: “Libertad Duradera, ¿Para quién?  ¿Para quienes disfrutan de ella y la sienten amenazada por el terrorismo? ¿Para quienes nunca la poseyeron y ahora ven a sus regímenes autoritarios reforzados por sus alianzas con los occidentales? ¿Para Israel o para Palestina? ¿Para la monarquía Saudí o para sus adúlteras lapidables? ¿Para los afganos en general o sólo para los que puedan correr con mayor rapidez hacia el refugio?”

El escritor Juan Goytisolo también tenía sus preguntas: “La indispensable identificación y castigo de los asesinos y de todos sus cómplices ¿ha de limitarse a una pura venganza, a millares de ojos por millares de ojos, o será el primer paso hacia un mundo más justo y más seguro –más seguro por ser más justo-, hacia un nuevo orden internacional fundado en el respeto a los valores de la diversidad y  la tolerancia y la lucha contra la pobreza, la iniquidad y el racismo?”.

Para el escritor británico Martín Amis, el mensaje terrorista tras los atentados era: “Estados Unidos, ya es hora de que sepan lo impecablemente que se les odia”.  Amis es de la convicción que los estadounidenses pecan de “déficit de empatía para los sufrimientos de la gente que está lejos” y desconocen  la nefasta política internacional que los responsabiliza de matanzas  peores que la sucedida en el World Trade Center. 

Y no es que Amis  sea solidario con “los bárbaros de sofisticación demencial” que realizaron los ataques: “Pensando en las víctimas, los perpetradores, y en el futuro cercano, sentí pena de especie, después vergüenza de especie, y luego miedo de especie”.

Pero  aquellos que esperaban que la tragedia vivida en suelo norteamericano despertara a su Gobierno ante los sufrimientos del resto del mundo,  el  pasado 20 de septiembre vieron  sus esperanzas de una nueva humildad estadounidense desvanecerse cuando el presidente Bush hizo un llamado mundial: “La nación que no está con nosotros, está con los terroristas”. 

Para Tomás Eloy Martínez, lo grave de este llamado era que “el presidente norteamericano ha instalado la idea de que la patria, su patria, defiende los únicos valores dignos de la civilización, garantiza el único futuro digno de ser vivido. El único, el único. La historia de la que habla está hecha de futuro y no de otra cosa. No hay una sola lágrima ni acto de contrición por las atrocidades del pasado”.  Ya en  este mundo no hay lugar para aquellos que están “en contra toda otra forma de terror guerrero”. Se acabaron los guabineos.

El mexicano Carlos Fuentes afirmó que Washington se ha vuelto “la mirada de la Medusa, capaz de convertir en piedra a cualquier nación que la desafíe”. Para Fuentes hay otras opciones distintas a la guerra: “Si los EE UU quieren en verdad combatir el terrorismo que tan impunemente le ha llagado su corazón nacional deben aprovechar esta trágica oportunidad para unirse a los esfuerzos encaminados a sancionar legalmente los crímenes de guerra y los abusos contra los derechos humanos, reforzar a los organismos internacionales, sumarse a las medidas protectoras del medio ambiente, encabezar las campañas para la erradicación de la pobreza, el hambre, la enfermedad y el analfabetismo en el mundo cada vez más injusto, más dividido, más explosivo...”.

 Menos de un mes después del ataque a las torres gemelas,  los Estados Unidos bombardeó Afganistán mientras Osama bin Laden amenazaba a los  estadounidenses con que la sangre “infiel” seguirá corriendo por sus calles. 

El poder de las palabras no pudo contra el poder de los misiles. Como diría Martín Amis: "¡Qué vergüenza de especie! ".

Esta crónica-recopilación de fragmentos de diversos artículos sobre el  ataque contra las Torres Gemelas lo hice menos de un mes después del fatídico 11 de septiembre, quedó en computadora, 8 años después, la rescato para Evitando Intensidades.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

De paso por Hermanos Moya

Antolín del Campo es rojo, al transitar por este pequeño pueblo margariteño veremos a  sus pobladores, la mayoría pasada la tercera edad, con camisas rojas alusivas a diferentes campañas publicitarias del Gobierno. Pero no todo es rojo en este municipio, al borde de la carretera vía Playa El Agua, frente a una sede de los militares en retiro con el rostro del presidente Chávez en la fachada y la orden: "Vencer"; queda una de las grandes atracciones de la isla que, afortunadamente, no parece tener color político: la arepera Hermanos Moya, un modesto tarantín al lado de una placita resguardada por el Ánima de Taguaripe, donde han sido colocadas varias mesas para que la clientela pueda disfrutar sus arepas y batidos bajo la sombra de frondosos árboles.
Nos recibe quien imagino debe ser uno de sus dueños, que al hacer las recomendaciones del día confesó que de vez en cuando se metía en Google y escribía Hermanos Moya para ver qué salía. Así fue como descubrió que una revista Gourmet describe su arepa especial con relleno de cazón, aguacate y queso pecorino como "una de las nuevas maravillas de la Isla". Demasiada fusión para mi gusto, preferí irme por una tradicional arepa de chorizo. Mi esposo, de paladar más aventurero que el mío, pidió la arepa recomendada, y la aderezó con picante de mango, otra exquisita especialidad de la casa.
Regresamos un par de veces a desayunar donde los Hermanos Moya durante nuestra estadía de diez días en Margarita, lo hicimos temprano porque en temporada vacacional es difícil encontrar mesa. Las arepas son crocantes y los batidos helados, lástima que no se consigan arepas y batidos tan sabrosos en las areperas de Caracas. Varias recomendaciones: pidan sus arepas tostaditas y no perdonen el picante de mango. También sirven buen café. 
Dos observaciones: lástima que no tengan perico entre los rellenos, la arepa de huevo y jamón es un poco desabrida, y no vale la pena comprar arepas para llevar a quienes se quedaron dormidos, llegan aguadas. 
Detalles nimios, las arepas de los Hermanos Moya son junto con las del Mercado de Conejeros, una delicia que ningún buen diente puede dejar de comer cuando está de paso en Margarita.
 

lunes, 7 de septiembre de 2009

Purgatorio en la playa


Difícil describir los sentimientos encontrados leyendo en la playa una novela como Purgatorio, del escritor argentino Tomás Eloy Martínez. Por un lado es una novela amena y con un tema apasionante, lo que la hace una excelente lectura playera: Emilia se reencuentra en New Jersey con su marido, Simón, tras treinta años sin verlo desde que el joven cartógrafo desapareció en 1976 en un cárcel de Tucumán, sólo que Emilia luce los 60 años que tiene, y Simón se estancó en los rozagantes 33 años que tenía cuando desapareció. Así comienza una historia que se lee como un juego de espejos.

Por otro lado el mismo tema de la novela: los desaparecidos en la Dictadura Militar en Argentina durante los años 70, leído untada de Australian Gold, tomando cerveza y comiendo empanadas de cazón en una Venezuela donde la represión política comienza a sentirse con fuerza sin llegar al extremo del horror de las dictaduras militares del Sur, nos hace sentir que ante semejante lectura el escapismo al que aspiramos en las vacaciones, difícilmente se logrará, y aún peor, que no le damos a tan devastador tema el respeto que merece.

 No es que Purgatorio sea una gran novela, me gustaron más Santa Evita y El Vuelo de la Reina del mismo autor; le hizo falta la distancia emocional necesaria para ser una obra con matices interesantes. Pareciera que ni el tiempo (más de 30 años han pasado de su exilio) ni el regreso a la Democracia en Argentina, han logrado mitigar un ápice la rabia y la impotencia del escritor y periodista –que en los años 80 vivió en Venezuela y fue director de El Diario de Caracas-  ante el infierno político en el que se sumergió su país por una Dictadura Militar en la que, según el último censo, 27.949.480 habitantes fueron víctimas fatales de la represión política, y que al autor de Santa Evita lo obligó a vivir sin ver crecer a sus hijos mayores.

 Sin embargo Purgatorio tiene escenas muy buenas como cuando el malo, maluquísimo doctor Orestes Dupuy, editor del diario La República, padre de Emilia y colaborador incondicional del régimen militar, se le ocurre la idea que para levantar la deplorable imagen que se tiene en el resto del mundo del Gobierno Militar de Argentina, hace falta una película que le sirva de propaganda como sirvió la cámara de Leni Riefenstahl al Nazismo en las Olimpíadas de Berlín, y qué mejor ocasión para exaltar la gloria de un gobierno cuyo lema era: “Dios-Patria-Hogar” que el Campeonato Mundial de Fútbol del año 1978.   

Semejante misión sólo podía recaer en un gran cineasta, insuperable creador de ilusiones, como Orson Welles, a quien le vendría bien la generosa remuneración ofrecida por filmar este documental mercenario para financiar sus proyectos personales por los que nadie daba un centavo en Hollywood. Dupuy, sin ser cinéfilo, sabía que Welles tenía en su curriculum la mejor película de la historia del cine: El ciudadano Kane; además de ser el responsable del programa radial La guerra de los mundos, que a principios de los años 40 causó en los Estados Unidos un ataque de histeria colectiva por una supuesta invasión extraterrestre anunciada en la grave voz de Welles.  

 La respuesta de Orson Welles al aborrecible doctor Dupuy no se las voy contar para que se lean Purgatorio de Tomás Eloy Martínez, por más de vacaciones que uno piense que esté, es importante recordar lo que sufre un país bajo la sombra de un gobierno totalitario.


Publicado en El Nacional el sábado 5 de septiembre 2009

domingo, 6 de septiembre de 2009

Cuántos kilómetros contra el pensamiento único

Marchando rumbo a la avenida México, bajo el inclemente sol del mediodía, tanto que una maracucha se quejaba: "¡Y después los caraqueños dicen que en Maracaibo hace calor!", rodeada de miles de personas unidas por el grito: "¡No más Chávez!", me dio por sacar cálculos matemáticos: ¿Cuántas marchas se habrán realizado desde que el gobierno de Hugo Chávez comenzó a tomar visos autoritarios? ¿Cuántas personas habremos caminado para protestar contra un proyecto político que busca imponerse a como dé lugar? ¿Cuántos kilómetros habrán sido caminados contra el autoritarismo multiplicados por el número de asistentes de cada marcha? ¿Cuánto faltará por caminar?
Me dio por ponerme matemática porque camino a la Fiscalía para protestar contra la Fiscal General de la República, Luisa Ortega Díaz, quien amenazó con penalizar las marchas contra el Gobierno por perturbar la paz de la Nación, sentí que a pesar de ser una de las marchas más concurridas, donde no hubo incidentes de violencia, donde la presencia policial fue mínima a diferencia de  la última marcha que fue reprimida con lo que el presidente Chávez  llama "gas del bueno"; no sentí en esta ocasión la alegría que caracterizó otras marchas, tampoco sentí miedo, muchas familias caminaban con sus niños, pero sí sentí tristeza, cansancio, un hasta cuándo, rabia, dolor. 
Ya la gente no canta y grita consignas pegajosas como antes, la mayor parte del tiempo se caminó en silencio exhibiendo pancartas pidiendo la libertad de los presos políticos, exigiendo que se respete la Libertad de Expresión, o manifestando repudio ante la nueva Ley de Educación.
Cuántos kilómetros faltarán por caminar para demostrar la determinación de un pueblo que no cree que un líder autoritario es el futuro que se merece Venezuela.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Una película mala cualquiera

Rara vez pasa: que uno está viendo una película, la está disfrutando, la trama va por buen camino, es divertida, los personajes son interesantes, buenas actuaciones, y de repente, nos empezamos a mover en la silla, a voltear los ojos, a pensar:  ¡pero, bueno, quién escribió este guión, mi chamo de 9 años lo habría hecho mejor! Porque las películas malas generalmente son malas desde el principio, difícilmente se desinflan a mitad del camino, como es el caso de Whatever works, el film más reciente de Woody Allen.
Whatever works es un guión escrito por Allen en los años 70 a la medida para Zero Mostel, pero el actor murió y Allen lo engavetó antes de darle, casi cuarenta años después, el rol del neurótico profesor de ajedrez a otro actor que ha hecho carrera interpretando neuróticos: Larry David, guionista de Seinfeld, famoso por la serie de HBO: Curb your enthusiam.  
Utilizando la técnica del distanciamiento Bretchtiano en la que el narrador conversa con el público, Boris Yelnikof (Davis) uno de esos genios con la inteligencia emocional en cero, trata de convencer a sus amigos de la cuadra (y a quienes estamos comiendo cotufas en la sala de cine) que en cuestiones de amor no existen reglas, "whatever works", aquello que funcione estará bien, como por ejemplo cuando Boris recogió en su apartamento a Melody (Evan Rachel Wood) una hermosa chica sureña de 21 años que fue a probar fortuna en Nueva York. 
Melody se deslumbra con la inteligencia y el cinismo de Boris, le parecen encantadoras sus neurosis que incluyen ataques de pánico diarios y lavarse las manos cantando tres veces cumpleaños. Boris duda que su amistad pueda pasar de ser platónica: hay una abismal diferencia de edad y de intelecto. Whatever works, de alguna extraña manera, su relación funciona, por lo menos hasta que los padres de Melody descubren su paradero.
En el instante en el que la actriz Patricia Clarkson entra en escena como Marietta, la madre decidida a que el matrimonio de su hija fracase, la película comienza a desinflarse, y no porque Clarkson sea una mala actriz, por el contrario, se roba las escenas en las que aparece, el problema es de guión: cuando la reprimida ama de casa de Missisipi se suelta el moño embarcándose en una atípica relación, el Whatever works de Allen deja de ser sutil para convertirse en una exagerada moraleja. Es como si el director de Annie Hall y de Zelig se cansó a medio camino, y decidió matear la película con resoluciones absurdas. 
Recordando la frase citada en la reseña de Vicky, Cristina, Barcelona que una película regular de Woody Allen es mejor que una película cualquiera, en la segunda mitad de Whatever works se demuestra que una mala película de Allen, puede ser tan mala como cualquiera.