La reacción mundial la mañana del martes 11 de septiembre de 2001 ante la imagen del vuelo 175 de la United Airlines embistiendo la torre sur de las Torres Gemelas, fue una mezcla de horror con incredulidad. Según el filósofo español Fernando Savater: “Las imágenes terriblemente insólitas tenían paradójicamente algo de déjá-vu. Los antiguos creían que los sueños profetizaban los acontecimientos venideros; ahora esta función la cumplen las películas, esos sueños compartidos por tanta gente”.
¿Dónde estaban Bruce Willis y Harrison Ford cuando realmente se les necesitaba?
Cuando el primer avión se estrelló contra la primera torre gemela, se pensó que era uno de los peores accidentes aéreos de la historia. 18 minutos después fue obvio que no fue accidental cuando un segundo avión dio en el blanco de la otra torre gemela ante los estupefactos ojos de millones de televidentes. El escritor chileno Ariel Dorfman también dio en el blanco al asegurar que junto con las Torres Gemelas, caía: “el famoso excepcionalismo norteamericano, aquella actitud que ha permitido a los ciudadanos de este país imaginarse a sí mismos como más allá de los males que plagan a los otros pueblos, menos afortunados, de este planeta”.
CNN mostraba en vivo el derrumbe de ambas torres y la inmensa nube de humo que nos convirtió a cientos de millones de telespectadores en testigos de uno de los más sanguinarios ataques terroristas de la historia contemporánea. Como si fuera poco, también vimos la evacuación del Pentágono, y a un tercer avión lleno de pasajeros -que supuestamente tenía ese blanco-estrellándose en Pensilvania. No todo era dolor: CNN también mostró imágenes de decenas de palestinos celebrando la desgracia yanqui. Días después, a CNN le salió detractor: un catedrático brasileño aseguraba que esas imágenes de celebración palestina eran anacrónicas.
Esta acusación no fue tomada en serio porque en palabras del escritor español Manuel Vázquez Montalbán, semejante jolgorio era: "una imagen creíble, porque los palestinos están acostumbrados a que los israelíes les bombardeen con misiles norteamericanos y les destruyan barrios enteros como actos de represalia”
Horas después del ataque terrorista, el presidente estadounidense, George W. Bush, habló: “El bien triunfará... aplastaremos a nuestros enemigos... Dios está con nosotros”. Su discurso alcanzó un 90 por ciento de aceptación entre los norteamericanos y en menos de 24 horas la mayor parte de las cabezas de estado se unieron al duelo estadounidense, desde Arafat hasta Castro, pasando por Blair, Chirac, Samper, y last, but not least, Chávez.
A pesar de la solidaridad mundial con los Estados Unidos ante el ataque a las Torres Gemelas, no faltaron los cuatro gatos en las grandes ciudades que en medio de la desgracia norteamericana se afanaron en quemar la bandera de las barras y las estrellas.
Susan Sontag, quien se definió: “horrorizada y triste estadounidense y neoyorkina”, no llegó a estos extremos antiyanquis, pero tampoco compartía la euforia vengativa y belicista de la mayoría de sus compatriotas: “Lloremos desde luego juntos. Pero no seamos todos juntos unos estúpidos. Unos cuantos jirones de conciencia histórica podrían ayudarnos a comprender lo que acaba de ocurrir y lo que puede seguir ocurriendo. ‘Nuestro país es fuerte’ se nos dice una y otra vez. Yo, por lo menos, no encuentro esto completamente consolador. ¿Quién puede dudar que los Estados Unidos sea fuerte? Pero eso no es todo lo que los Estados Unidos tiene que ser”.
Esta carencia de conciencia histórica de la cual acusó Sontag a la mayoría de sus compatriotas, fue el vox populi de la conciencia intelectual mundial a los pocos días del ataque. A Maruja Torres, periodista española veterana de más de una guerra, la Operación Libertad Duradera la intranquilizó no sólo porque le sonó a marca de condones, sino también porque la expresión le planteó una serie de dudas: “Libertad Duradera, ¿Para quién? ¿Para quienes disfrutan de ella y la sienten amenazada por el terrorismo? ¿Para quienes nunca la poseyeron y ahora ven a sus regímenes autoritarios reforzados por sus alianzas con los occidentales? ¿Para Israel o para Palestina? ¿Para la monarquía Saudí o para sus adúlteras lapidables? ¿Para los afganos en general o sólo para los que puedan correr con mayor rapidez hacia el refugio?”
El escritor Juan Goytisolo también tenía sus preguntas: “La indispensable identificación y castigo de los asesinos y de todos sus cómplices ¿ha de limitarse a una pura venganza, a millares de ojos por millares de ojos, o será el primer paso hacia un mundo más justo y más seguro –más seguro por ser más justo-, hacia un nuevo orden internacional fundado en el respeto a los valores de la diversidad y la tolerancia y la lucha contra la pobreza, la iniquidad y el racismo?”.
Para el escritor británico Martín Amis, el mensaje terrorista tras los atentados era: “Estados Unidos, ya es hora de que sepan lo impecablemente que se les odia”. Amis es de la convicción que los estadounidenses pecan de “déficit de empatía para los sufrimientos de la gente que está lejos” y desconocen la nefasta política internacional que los responsabiliza de matanzas peores que la sucedida en el World Trade Center.
Y no es que Amis sea solidario con “los bárbaros de sofisticación demencial” que realizaron los ataques: “Pensando en las víctimas, los perpetradores, y en el futuro cercano, sentí pena de especie, después vergüenza de especie, y luego miedo de especie”.
Pero aquellos que esperaban que la tragedia vivida en suelo norteamericano despertara a su Gobierno ante los sufrimientos del resto del mundo, el pasado 20 de septiembre vieron sus esperanzas de una nueva humildad estadounidense desvanecerse cuando el presidente Bush hizo un llamado mundial: “La nación que no está con nosotros, está con los terroristas”.
Para Tomás Eloy Martínez, lo grave de este llamado era que “el presidente norteamericano ha instalado la idea de que la patria, su patria, defiende los únicos valores dignos de la civilización, garantiza el único futuro digno de ser vivido. El único, el único. La historia de la que habla está hecha de futuro y no de otra cosa. No hay una sola lágrima ni acto de contrición por las atrocidades del pasado”. Ya en este mundo no hay lugar para aquellos que están “en contra toda otra forma de terror guerrero”. Se acabaron los guabineos.
El mexicano Carlos Fuentes afirmó que Washington se ha vuelto “la mirada de la Medusa, capaz de convertir en piedra a cualquier nación que la desafíe”. Para Fuentes hay otras opciones distintas a la guerra: “Si los EE UU quieren en verdad combatir el terrorismo que tan impunemente le ha llagado su corazón nacional deben aprovechar esta trágica oportunidad para unirse a los esfuerzos encaminados a sancionar legalmente los crímenes de guerra y los abusos contra los derechos humanos, reforzar a los organismos internacionales, sumarse a las medidas protectoras del medio ambiente, encabezar las campañas para la erradicación de la pobreza, el hambre, la enfermedad y el analfabetismo en el mundo cada vez más injusto, más dividido, más explosivo...”.
Menos de un mes después del ataque a las torres gemelas, los Estados Unidos bombardeó Afganistán mientras Osama bin Laden amenazaba a los estadounidenses con que la sangre “infiel” seguirá corriendo por sus calles.
El poder de las palabras no pudo contra el poder de los misiles. Como diría Martín Amis: "¡Qué vergüenza de especie! ".
Esta crónica-recopilación de fragmentos de diversos artículos sobre el ataque contra las Torres Gemelas lo hice menos de un mes después del fatídico 11 de septiembre, quedó en computadora, 8 años después, la rescato para Evitando Intensidades.
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