Rara vez pasa: que uno está viendo una película, la está disfrutando, la trama va por buen camino, es divertida, los personajes son interesantes, buenas actuaciones, y de repente, nos empezamos a mover en la silla, a voltear los ojos, a pensar: ¡pero, bueno, quién escribió este guión, mi chamo de 9 años lo habría hecho mejor! Porque las películas malas generalmente son malas desde el principio, difícilmente se desinflan a mitad del camino, como es el caso de Whatever works, el film más reciente de Woody Allen.
Whatever works es un guión escrito por Allen en los años 70 a la medida para Zero Mostel, pero el actor murió y Allen lo engavetó antes de darle, casi cuarenta años después, el rol del neurótico profesor de ajedrez a otro actor que ha hecho carrera interpretando neuróticos: Larry David, guionista de Seinfeld, famoso por la serie de HBO: Curb your enthusiam.
Utilizando la técnica del distanciamiento Bretchtiano en la que el narrador conversa con el público, Boris Yelnikof (Davis) uno de esos genios con la inteligencia emocional en cero, trata de convencer a sus amigos de la cuadra (y a quienes estamos comiendo cotufas en la sala de cine) que en cuestiones de amor no existen reglas, "whatever works", aquello que funcione estará bien, como por ejemplo cuando Boris recogió en su apartamento a Melody (Evan Rachel Wood) una hermosa chica sureña de 21 años que fue a probar fortuna en Nueva York.
Melody se deslumbra con la inteligencia y el cinismo de Boris, le parecen encantadoras sus neurosis que incluyen ataques de pánico diarios y lavarse las manos cantando tres veces cumpleaños. Boris duda que su amistad pueda pasar de ser platónica: hay una abismal diferencia de edad y de intelecto. Whatever works, de alguna extraña manera, su relación funciona, por lo menos hasta que los padres de Melody descubren su paradero.
En el instante en el que la actriz Patricia Clarkson entra en escena como Marietta, la madre decidida a que el matrimonio de su hija fracase, la película comienza a desinflarse, y no porque Clarkson sea una mala actriz, por el contrario, se roba las escenas en las que aparece, el problema es de guión: cuando la reprimida ama de casa de Missisipi se suelta el moño embarcándose en una atípica relación, el Whatever works de Allen deja de ser sutil para convertirse en una exagerada moraleja. Es como si el director de Annie Hall y de Zelig se cansó a medio camino, y decidió matear la película con resoluciones absurdas.
Recordando la frase citada en la reseña de Vicky, Cristina, Barcelona que una película regular de Woody Allen es mejor que una película cualquiera, en la segunda mitad de Whatever works se demuestra que una mala película de Allen, puede ser tan mala como cualquiera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario