En entrevista
en VTV, Roque Valero justificó su simpatía revolucionaria alegando que en este
Gobierno en Venezuela se ha exaltado el nacionalismo, el orgullo patrio. Y yo que
ando con la venezolanidad tan bajita, más que por las razones que aduce Valero
como típica quejantina de la oposición: la escasez, la delincuencia, la
inflación… cómo estar orgullosa de vivir en un país dividido, donde a un
artista que se declara partidario del candidato del Gobierno, por hacerlo, se
ve amenazado por desconocidos e insultado públicamente por amistades de toda la
vida; y que me digan los “artistas independientes” cómo se puede sentir orgullo de una Venezuela donde desde hace catorce años,
desde la plataforma comunicacional de los múltiples medios del Estado, además
de un monumental y descarado aparato de propaganda revolucionaria, se ha
forjado una sistemática campaña que marca a los opositores del Gobierno como a tontos
útiles del veneno de los medios privados (o lo que queda de ellos), o como a enemigos
declarados del pueblo.
Hizo
falta atravesar el Atlántico para que me volviera a titilar la venezolanidad al visitar en el Centro George Pompidou, en
Paris, la estupenda exposición de Jesús Soto donde se exhiben veinte obras del
artista guayanés radicado desde su juventud en Francia, abarcando distintas
etapas de su carrera entre los años 1955-2004, obras que sus herederos cedieron
al museo francés como forma de pago del impuesto de sucesión.
Soto,
quien murió en París en el año 2005 a los 81 años, nunca perdió el vínculo de
afecto con su tierra natal, visitaba Venezuela constantemente, por eso le tocó
testimoniar lo que debió representar un gran dolor, el vandalismo a su Esfera en
la autopista Francisco Fajardo (obra que fue reconstruida por PDVSA-La Estancia después de su
muerte). Soto hizo crítica pública del maltrato de la obra urbana cinética en
Caracas –visto por algunos como “arte burgués”- por lo que su muerte pasó por
debajo de la mesa para el presidente Chávez, como pasaron las de tantas glorias
nacionales que habían demostrado en vida su falta de fe en el Proceso
Revolucionario.
Y
esa venezolanidad tan bajita que yo la tenía, en París hasta llegó a encandilar
al oír a mi vecino de puesto murmurarando: “Il est vênêzuélien” cuando tuve el
privilegio de presenciar cómo el barquisimetano Gustavo Dudamel fue ovacionado
por el exigente público parisino tras dirigir a la Orquesta Filarmónica de Los
Ángeles en la Salle Pleyel, en un programa que incluía La Mer de Debussy y El
pájaro de fuego de Stravinski.
Aunque
Dudamel ha tratado de mantenerse al margen de la división que hoy nos enferma a
los venezolanos evitando opinar públicamente sobre política, por momentos
puntuales como prestar su imagen para abrir el nuevo canal TVES que representó
el fin de RCTV, el simpático guaro es una gloria nacional que despierta múltiples antipatías, tantas, que
más de un melómano se niega el placer de oír a Dudamel dirigir un concierto
catalogándolo de “Mefisto”, como el ambiguo personaje de la película alemana.
Sería
interesante saber si en caso que el candidato del cambio, Henrique Capriles
Radonsky, ganara las elecciones, el maestro Dudamel vendría a dirigir el Himno
Nacional en su honor. Mientras tanto, y mientras esa brecha de odio político
nos divida a los venezolanos, que me perdone el nacionalista Roque Valero, pero
a mi el orgullo patrio, si acaso, me titilará a ratos.
Artículo publicado en El Nacional el sábado 6 de abril, 2013.
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