Tres jóvenes madres se reúnen todas las mañanas en un parque infantil de un suburbio norteamericano. Conversan mientras sus niños juegan. Una cuarta mamá prefiere leer. Cuando entra un apuesto papá en escena, no le dirigen la palabra, aunque se refieren a él como el chico más guapo del baile. Se conforman con verlo de lejos. Hablar con el papi representaría un desequilibrio en sus monótonas pero perfectas vidas clase media. “¡Nos tendríamos que maquillar!”, tratan de explicarle a la mamá lectora. El papazote, por guapo y varón, sólo puede ser marginado.
La primera escena de la película “Secretos íntimos” (2006) de Todd Field resulta marciana para las caraqueñas, porque si bien en nuestra ciudad viven cientos de aburridas mujeres clase media, todas se maquillan hasta para ir a la farmacia. De un papirruqui solo paseando a su niño, digamos, en el parque de Colinas de Valle Arriba, no quedaría ni el huesito.
Quizás las urbanizaciones del sureste de Caracas son el fenómeno que más se acerca a los suburbios gringos, tranquilos vecindarios supuestamente protegidos de los vicios de las grandes ciudades, aunque en nuestro valle ni con mil alcabalas lograríamos conseguir la frágil sensación de seguridad de vivir en una comunidad donde los niños transitan por las calles en bicicleta y se cumplen todas las normas cívicas de buen comportamiento. No sólo porque la delincuencia no respeta alcabalas vecinales, sino porque las virtudes criollas no dan para tanto.
Pero no hay que seguir la serie televisiva “Amas de casas desesperadas” para saber que hay algo podrido en los suburbios estadounidenses, en el caso de “Secretos íntimos” basada en la novela de Tom Perrota: “Little Children” (Juegos de niños), la podredumbre tiene varios aromas, el más suave es el de la infidelidad.
Si las madres del parque condenan un beso impulsivo, qué no serían capaces de hacer ante la amenaza de un pederasta exconvicto viviendo en el vecindario. ¿Cómo culparlas?
En este puritanismo radica la sátira social de la película, porque tratando de mantener impoluto ese Shangrilá de casas de veredas blancas, niñitos rubios y sexo programado, el alma humana saldrá mal parada.
Kate Winslet en el papel de Sarah es la perfecta Madame Bovary de suburbia: siempre vestida de blue jean es bonita sin ser bella, inconforme, fastidiada; el objeto de su pasión, un lampiño y musculoso Patrick Wilson, tan poco merecedor de su afecto como los amantes de Emma Bovary.
Completando el “a este vecindario se lo llevó el diablo” está un bizarro Jackie Earle Haley en el papel de Ronnie, exhibicionista no sabemos si reformado, que protegido por su anciana madre, se niega a abandonar el paraíso suburbano.
Sin embargo en la película de Field al final los timoratos vecinos pueden sentirse seguros: la institución del matrimonio prevalece y gracias a un salvaje sacrificio, la comunidad quedará a salvo.
Tom Perrota, autor de la novela y del guión, es menos lapidario en el cine que en la literatura: al terminar la última página de “Juego de niños”, la pesadilla de la frágil seguridad suburbana apenas comienza.
Aquellos que sueñan con el american dream deberían ver “Secretos íntimos”, o mejor aún, leer “Juego de niños”, quizás entenderían la lección que nos legaron Adán y Eva cuando cedieron ante la tentación de la serpiente: que en la esencia del ser humano, por lo visto, no está vivir en el edén.
Crónica publicada en la revista Contrabando.
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