miércoles, 8 de octubre de 2008

El cordonazo




Éste casi pudo haber sido un relato erótico, pero la ciudad no me dejó. Un caluroso lunes por la tarde, vísperas del cordonazo de San Francisco -monumental palo de agua que los caraqueños esperamos todos los años a principios de octubre- se me ocurrió ir al Centro Comercial Paseo Las Mercedes a entregar unos libros. Después de todo el cielo estaba azul y por Petare no se asomaba ni una nube. Salí de La Florida temprano, previendo el tráfico que se está armando en la principal de Las Mercedes por el cierre de dos canales. Sorpresivamente, no había casi cola, y eso que ya eran pasadas las cuatro y media de la tarde.

Me di cuenta que no sería una tarde perfecta cuando cargada de libros “Margot en dos tiempos” que tienen el espesor de un libreto de teléfonos viejo, llegué a la Librería El Buscón en el sótano de Paseo y la encontré cerrada. Y no sólo la librería sino también los cines y el teatro de Trasnocho Cultural, el café, la chocolatería Kakao, la galería de arte, Esperanto y el restaurante Biarritz. Parecía un primero de mayo. Lo único abierto era el estudio Soham Yoga. Un vigilante me explicó que le estaban haciendo mantenimiento al aire acondicionado del centro comercial y la mayoría de los inquilinos del sótano decidieron no abrir. Sólo se veía mujeres con sus Yoga Mats a quienes ni el calor del infierno les impediría llegar al perfecto estado Samadhi, o paz infinita.

Aproveché para comprar un regalo en El Tijerazo antes de irme, cuando salí de Paseo Las Mercedes todavía no eran las seis de la tarde y no parecía haber mucho tráfico, pensé que en menos de media hora estaría en casa ayudando a mis hijos con sus tareas. Pero a la altura del elevado frente al CADA, como por arte de magia, no sólo el tráfico se trancó, sino que también comenzaron a caer gruesas gotas que pronto se tornaron en una tempestad. Incapaz de alcanzar mi “samadhi” en semejante aguacero, como en una película neorealista italiana, no me quedó otra que ser voyeur de mis vecinos de carro: una pareja en un Mazda destartalado disfrutando eso que en los años 80 llamábamos “una morronga”, tenue línea entre lo erótico y lo pornográfico.
Cuando el pudor y un cornetazo no me permitieron seguir mirando, recordé que en la página literaria Ficción Breve había leído una convocatoria de la revista Urbe Bikini para un concurso de relatos eróticos. Más allá de la poco despreciable posibilidad de ganarme un millón de bolívares y el derecho a pasar tres noches en el hotel Aladdin, me sedujo el reto de que yo, con tantas crónicas en mi haber, jamás había escrito una erótica. ¿Acaso sería una pacata?

Cuarenta minutos y apenas dos cuadras después, a la altura de los hoteles Dallas y GilMar, por mi rubia cabecita habían pasado todo tipo de encuentros, situaciones y posiciones que habrían hecho ruborizar hasta al mismo Luis Fernández. Otros cuarenta minutos y otras dos cuadras después, a la altura de la avenida Venezuela en El Rosal, justo donde se paran los mariachis colombianos, tenía una obra por escribir que ni la de Anaís Nïn. Pero subiendo esa esquina mi carro se quedó atravesado en la intersección, el tráfico no se movía hacia ningún lado, por eso cuando llegaron los motorizados del Vivex (Vigilancia de Vías Expresas), me alegré pensando que venían a poner orden en el caos. ¡Qué ilusa fui! A los pocos segundos apareció contra flechado en la vía despejada por los funcionarios -desde Mc Donalds hasta Juan Sebastián Bar- un par de camionetas negras con placas oficiales escoltando un autopullman de lujo, y no sé quienes serían sus pasajeros, pero en un abrir y cerrar de ojos pasaron por un congestionamiento en el que no se habría colado una ambulancia.

Quienes estábamos estancados en la cola, ante tanta arbitrariedad, bajamos el vidrio negados a movernos, a pesar de que eso significaba ensoparnos, protestando a voz en cuello el abuso de poder: “¡Qué se calen la cola!” se oía entre el corneteo, hasta que un flaco enfluxado se bajó de una de las camionetas negras que decían COMANDO, confrontando con actitud amenazadora a aquel que se atreviera a rechistar. Cuando vio que su caravana había salido del atolladero, corrió a unírsele y se perdieron en la avenida Francisco de Miranda.

Ustedes se preguntarán, ¿y qué pasó con el relato para Urbe Bikini? La imagen del hombrecito de flux y corbata parado bajo el chaparrón abriéndole paso a las camionetas COMANDO, patético como un Yorkshire Terrier mojado, le habría cortado la inspiración erótica hasta a Henry Miller.



Publicado en el diario El Nacional creo que hace dos años, no llegué a envíar el relato erótico a Urbe Bikini, quien sí lo hizo fue Salvador Fleján, y ganó el concurso. Ilustración para Nojile: Rogelio Chovet.

No hay comentarios: