domingo, 26 de octubre de 2008

El crash de la socióloga.



Cuando Crash de Paul Haggis ganó el Oscar a la mejor película de 2005, no sólo Jack Nicholson -a quien le tocó leer la película ganadora- quedó boquiabierto, también la crítica norteamericana: en una lista de las 100 mejores películas de ese año según los principales 15 críticos del medio, Crash quedó en el puesto 58, empatada con el Señor y la Señora Smith; muy por debajo de las otras nominadas: Brokeback Mountain (2), Capote y Goodnight and Good Luck (empatadas en el tercer lugar), y Munich de Spielberg de quinta. La favorita de los críticos fue Grizzly Man de Werner Herzog, un documental sobre un ambientalista que pasó 13 veranos filmando osos salvajes en Alaska, hasta que por fin uno se lo comió.
Pero ¿por qué esa tirria con Crash? Algunos críticos la consideraron una presentación Power Point de clichés raciales con giros efectistas. Otros dijeron que darle el Oscar como mejor película fue una manera acomodaticia de la Academia de negárselo a Brokeback Mountain (que sí trasgredía esquemas puritanos narrando una historia de amor gay entre vaqueros). Premiar a Crash era como jactarse: "Miren que liberales somos admitiendo que hay racismo en Los Angeles".
Me atrevería a apostar que los espectadores caraqueños coinciden más con la Academia que con la crítica. De eso me dí cuenta cuando la Sociedad Psicoanalitíca de Caracas me invitó a participar en el foro sobre Crash un sábado en la mañana en el cine Trasnocho.
"¿A quién le va a interesar Crash dos meses después de haber sido estrenada en Caracas?" pensé, y acepté con la certeza de que irían cuatro gatos, lo que era un alivio porque sufro de miedo escénico.
No fue así, las piernas me temblaban mientras el cine se iba llenando. Afortunadamente, Adriana Prengler, mi copanelista, como la excelente psicoanalista que es, logró bajarme el nivel de estrés, y una vez finalizada la película, después de un receso y siguiendo los tips de mi amiga Carolina Espada para hablar en público: "Hazlo despacio, con aplomo y modula", arranqué mi disertación que no era sino un breve recorrido por la lucha por los Derechos Civiles en los Estados Unidos contra la intolerancia racial, agregándole una dosis de humor, un poco de farándula y apenas un toque de política, porque la política todo lo pone piche.
Le confesé al público que a pesar de los estereotipos que le achaca la prensa norteamericana, Crash me conmovió por esa sensación de lo que llaman "la otredad": los personajes de la película - en este caso por motivos raciales— son incapaces de establecer empatía. El que no es como yo, no vale la pena. En lo que no quise ahondar fue en que esa distancia, ese desprecio,lo siento similar al que vivimos día a día en una Venezuela donde las diferencias políticas nos han vuelto hinchas de bandos irreconciliables. Ni siquiera aceptamos matices. Somos tan irascibles con "el otro", el que no piensa como yo, como los personajes de Crash.
Pero preferí no meterme en profundidades políticas, no un sábado de cine, así que después de la interesante ponencia de la doctora Prengler; comenzó la ronda de intervenciones desde el norteamericano orgulloso porque en su país, a pesar de sus defectos, se hacen películas como Crash, hasta la madre rubia cuya familia de tez morena sufre a diario el racismo en Venezuela. Sin faltar quien encontró un mensaje de amor en la película y quienes ven reflejada en Crash a nuestra hipócrita sociedad.
Todo iba bien hasta que en mis palabras de despedida se me ocurrió mencionar la otredad política, apenas dije "política" saltó de la cuarta fila una muchacha despeinada gritando: "¡No aguanto la ignorancia! ¡Tengo 7 años soportándola! ¡La tolerancia tiene un límite y este es el mío, yo me voy!".
Y entre los murmullos de horror del público, la chica hizo su salida triunfal.
Superado el trance y acabado el foro, busqué a la pasionaria (que después de todo no se había ido) para preguntarle qué demonios dije yo para que se pusiera como Linda Blair en El Exorcista.
"No le pares", me contestó. Y aunque no se disculpó me confesó que era muy impulsiva. Me contó que era socióloga, no era chavista, pero creía que los escritores estábamos desconectados de la realidad nacional y a la política le achacábamos todos nuestros males.
A pesar de su sentido reproche, la repentina explosión de la socióloga me dio la razón, por lo menos en eso de la "otredad": bastó con decir la palabra "política" para que el verdadero crash en el cine Trasnocho comenzara dos horas después de terminada la función.


Publicada en Ficción Breve.

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