miércoles, 1 de octubre de 2008

Bailoterapia




A Isa, por prestarme su voz


Hola, me llamo Isabel y tengo 10 años. Como en el colegio me están enseñando a escribir textos de cinco párrafos, mi mamá me pidió que escribiera su columna de esta semana y les manda a decir que la disculpen, pero así como mucha gente se pregunta “para qué seguir marchando”, a algunos columnistas les entró el desánimo de “para qué seguir escribiendo”.
Pero no piensen que mi mamá da a Venezuela por perdida, no, mamá dice que sólo se está cargando las baterías y por eso desde hace unas semanas lo único que hace es bailar.
Todo comenzó en Navidad cuando el Niño Jesús le trajo un iPod, aunque yo creo que en realidad mi papá fue quien se lo compró porque él siempre se estaba quejando de que hay libros y discos regados por toda la casa. Con los libros no pudo hacer nada pero con los discos sí, porque el iPod es una maquinita en la que caben miles de canciones; se oye con audífonos, con cornetas y hasta en el radio del carro. Papá dice que esa es nuestra mejor inversión de los últimos años porque por fin guardó los CD de mamá en una caja en el maletero, pero primero tuvo que poner a funcionar el bendito aparato, como lo llama él. Le tomó varias noches instalarlo y enseñarle a mamá cómo guardar sus discos, primero en la computadora y después en el iPod. La pobre no entiende mucho de esas cosas. En cambio, yo aprendí rapidito.
Al principio fue perfecto, después de grabar mis canciones favoritas de Juanes y Maroon 5, mamá grabó uno a uno sus discos de salsa, rock y pop, pero seguía leyendo, escribiendo, ayudándonos en las tareas y regañándonos si pasábamos mucho tiempo viendo televisión. Hasta que una tarde mi papá llegó a casa bravo por algo que oyó en la radio, gritando que a sus niños no hay cómo sacarles la cédula y en cambio los guerrilleros de las FARC la sacan facilito.
Mamá no le hizo caso, tenía los audífonos puestos y en lugar de contestarle con esa frase que siempre dicen los adultos cuando hablan de política: “¡Este país se lo llevó el diablo!”, se sacó los zapatos, de un salto se montó en la cama y empezó a cantar y a bailar Sobreviviré al son de Celia Cruz. Desde entonces mi mamá no se despega del iPod: se desayuna cantando, lee el periódico cantando, nos lleva al colegio cantando, ni siquiera le da pena bailar cuando hace las compras; mientras busca y busca leche en polvo, canta a voz en cuello: “Pronto llegará, el día de mi suerte...” Mis hermanos y yo caminamos unos metros detrás de ella porque nos morimos de la pena, pero nos damos cuenta de que a su paso contagia a los adultos y casi todos terminan tarareando “... sé que antes de mi muerte, seguro que mi suerte cambiará”.
Papá está furioso, le dice a mamá que si se cree una quinceañera, ella le contesta moviendo el dedo índice de arriba para abajo: “Ah, ah, stayiiiin aliiive”. Papá desesperado llamó a Diana, su prima psiquiatra, quien le dijo que no se preocupara, que ya se le pasará, que es un típico caso de diversionismo ideológico, o algo así, que en Cuba se castigaba con la cárcel pero en Venezuela todavía no.
“Suele ser contagioso”, le advirtió Diana a papá, aunque le recomendó que a él un poco de música no le vendría mal, como a Richard Gere en la película Bailemos. Mi papá le gruñó; sin embargo, una semana después llegó a casa dando un portazo alarmado con la noticia de que el Gobierno está congelando las relaciones comerciales con Colombia, y vio a mamá tan feliz cantando “La gota fría”, de Carlos Vives, que le arrancó los audífonos, conectó el iPod a las cornetas, la tomó entre sus brazos y desde entonces no han parado de bailar. Tienen 64 horas bailando.
Mi hermana mayor llamó a la prima Diana porque no sabemos qué hacer.
Diana dijo que no nos preocupáramos, que ya se les pasará, pero mi hermana podría jurar que al otro lado de la bocina se oyó clarito el ritmo de una samba.

Publicado en el diario El Nacional, el sábado 29 de enero de 2005
Ilustración para Nojile: Rogelio Chovet.

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