martes, 27 de enero de 2009

La novia engrapada


Tenía tiempo sin ir a una despedida de soltera, la novia homenajeada era mi primita Elisa, su tía invitó familiares y amigas a una merienda para aperar el futuro hogar de su sobrina. Después de una cola atroz, llegué a la merienda pasadas las seis, puse mi regalo entre sartenes, exprimidores de jugo y tupperwares, y tras saludar a la novia y a sus amigas, me serví una copa de sangría antes de unirme a mi grupo demográfico: el de las tías y las mamás de los novios quienes discutían acaloradamente sobre la mejor edad para casarse.

Algunas convidadas decían que después de graduadas, otras que cuando el amor llegara, las divorciadas que nunca. No había terminado de sentarme para dar mi opinión cuando apareció la anfitriona con una cesta con papel blanco, malla y engrapadora, anunciando el juego de la tarde: las de treinta y dele pa’rriba competirían con las veinteañeras en la elaboración de un traje de novia, escogiendo maniquís entre las comensales.

En cuestión de segundos dejamos la habladera de tonterías y elegimos como maniquí a otra tía de la novia que por su actual estado civil (viuda), y sus atributos físicos (buenota), daría la pelea a la hora de lucir el blanco nupcial. Se hizo rogar, la muy coqueta, asegurando que ya no estaba para eso, además, vestirse de novia sin intención de casarse era pavoso. Una copa de sangría después, nuestra “novia” estaba rodeada de un dream team de modistas amateurs entre quienes se encontraban ejecutivas, artistas plásticas y hasta doctoras, arreglándola con tanto esmero como hace más de veinte años la había vestido Guy Meliet la noche de su boda. Como las manualidades no son mi fuerte, me decreté cronista social mientras me comía las frutitas de la sangría.

En esas estábamos, cuando de repente se oyó un adolorido: “¡auuch!”. Hasta a la más hábil de las costureras se le va una puntada: una de las artesanas, ajustándole la falda al corpiño, le engrapó la barriga a la novia cuarentona, colándose cuatro gotas de sangre en el papel. Las modistas se quedaron paralizadas. Fue necesario que la novia gritara todavía más duro: “¡Coño! ¿Nadie me va a sacar la grapa?” Para que las adultas contemporáneas reaccionaran ante la insólita emergencia y corrieran a buscar en las carteras sus anteojos de ver de cerca: sin ellos ninguna vería dónde carrizo estaba clavado el vil metal. Cuando por fin salió la grapa, la sufrida modelo exhaló un suspiro de alivio.

Cambiando la sangría por un whisky en las rocas que también le sirvió de desinfectante, la novia engrapada desfiló amenizada por “What the world needs now, it’s love sweet love” de Burt Bacarach. Lucía hermosa, a pesar de las gotitas de sangre que tiñeron el traje, aunque las supo ocultar hábilmente con el bouquet de rosas blancas y amarillas que minutos antes había sido uno de los centros de mesa. Pero la competencia fue desleal: las veinteañeras escogieron como modelo una morenota que no desentonaría en las grandes pasarelas de Milán. Como era un concurso amistoso, a las dos novias las aplaudieron igual.

Todas salimos contentas, o por lo menos eso pensé hasta que finalizada la velada oí a la novia engrapada pidiéndole encarecidamente a la anfitriona: “Para la próxima, mamita, regresa a lo tradicional, déjate de estar inventando vestidos de novia de papel, y búscate un stripper”.



Publicado en la revista Contrabando

2 comentarios:

Andrés Schmucke dijo...

Hola señora Villanueva, tanto tiempo. ¿Tú viste el "Cabellero de la noche"? ¿Te parece que la actuación de Ledger fue efectista? A mi me parece que él es la película, su Gauason sera recordado por decadas. Efectista no, yo díría que fue bastante efectivo.

Un saludo.

Adriana Villanueva dijo...

Si me pareció efectista el Guasón, señor Schmucke, tenía que serlo, eso no quiere decir que no me pareció efectiva la actuación de Heath Ledger en The dark knight, sólo que me conmueven más, me parecen un verdadero reto para un actor, el tipo de papeles como el del vaquero gay donde no hay tics, ni gritos, ni desafueros de ningún tipo; en los que segundos de una mirada bastan para decirnos lo que el personaje lleva por dentro.