martes, 16 de marzo de 2010

Cine, literatura y genética.



A veces los temas de nuestras lecturas no los buscamos sino que nos encuentran. Tras leer “My sister's keeper” (2005) de Jodi Picoult seguido por “Nunca me abandones” (2005) del inglés Kazuo Ishiguro, sólo espero que el tema de la ingeniería genética sea mera coincidencia, porque ambas novelas, cada una en su estilo, pintan un panorama desolador de uno de los avances más importantes de la medicina moderna.

Picoult e Ishiguro no son los primeros autores en cuestionar el afán de los humanos de alcanzar la perfección, vencer el dolor, o ganarle a la muerte gracias a la genética. Cómo olvidar “Un mundo feliz” (1932) de Aldous Huxley, novela pionera en infundir paranoias a futuro si seguíamos insistiendo en trastocar las leyes de Mendel. Huxley, periodista y escritor inglés nacido en 1894, provenía de una familia de eminentes científicos: su padre era biólogo y su medio hermano fue premio Nobel de medicina. Pero el joven Aldous salió al abuelo poeta: idealista, místico y espiritista, dedicando su pluma a cuanta causa noble se le cruzaba por delante. Quizás con tanto científico en la familia, Huxley temblaba al pensar qué pasaría si los grandes avances de la ciencia del siglo XX fueran usados por razones equivocadas, como por ejemplo, un sistema de castas en el que si bien se erradica las grandes miserias de la vida como el crimen, la guerra y la pobreza, controla y domina hasta la sexualidad de los hombres y mujeres del futuro.


Siguiendo esta premisa, muchos admiramos la película Gattaca (1997) del neozelandés Andrew Niccols, donde la palabra “pelón” cobra fuerza cuando en un futuro no tan lejano una mujer queda embarazada tras un irresponsable arrebato de pasión con su marido, en el que por supuesto, faltó el respaldo de la ingeniería genética. El resultado del “pelón” es un Ethan Hawke a quien después de un examen de sangre siendo bebé, le pronostican cuanta tara pueda haber latente en la familia: miopía, problemas del corazón y una alta probabilidad de alcoholismo. El muy testarudo se las arregla para escalar posiciones furtivamente en Gattaca, la compañía aeronáutica donde trabaja como personal de limpieza, hasta llegar al mayor escalafón: astronauta; probando que el espíritu humano puede ser más poderoso que cualquier etiqueta represiva.

A diferencia de “Un mundo felíz” y “Gattaca”, “My sister's keeper” de Jodi Picault no narra el futuro ni tampoco es Ciencia Ficción, trata sobre los efectos de la ingeniería genética en una familia del presente estadounidense. Picoult, escritora nativa de Long Island nacida en 1967, se ha destacado como autora de unos melodramones con temas escabrosos como infanticidio y pactos suicidas entre adolescentes; difíciles para un escritor abordar y para cualquier lector, sin el morbo exaltado, digerir.

“My sister's keeper” como lo testimonia su título en español: “La decisión más difícil”, no es la excepción, por algo el título es literalmente intraducible al castellano puesto que tiene un doble sentido ese “keeper” en inglés: el bíblico, el famoso “acaso soy el guardián (keeper) de mi hermano” que le contesta Caín a Jehová cuando éste le pregunta por Abel, y el “keeper” de mantener, de ser sostén, como es el caso de la pequeña Anna que nace para que su hermana Kate pueda seguir viviendo.

La idea de la novela surgió tras dos años de constantes entradas y salidas al hospital cuando uno de los hijos de Picoult enfermó, y aunque el niño se recuperó, la escritora quedó con la obsesión de cuánto estaría dispuesta una familia a arriesgar con tal de salvar a uno de los suyos. Así nace la historia de Kate quien a los dos años le diagnostican leucemia y su único hermano no resulta el donante adecuado. Sus padres, aconsejados por los médicos, deciden tener un nuevo bebé genéticamente compatible con la niña enferma. Pero Kate nunca termina de sanar y 13 años después, esa bebé, Anna, demanda a sus padres judicialmente buscando su independencia médica: se niega a seguir sometiéndose a dolorosos tratamientos y arriesgar su salud a futuro, ni siquiera para prolongar la vida de su adorada hermana. Una vida llena de sufrimiento.

La antagonista de esta historia es Sara, madre de las adolescentes, abogada que decide regresar al ejercicio de su profesión para pelear en corte la negativa de su hija menor de donarle un riñón a su hermana. Picoult describe a Sara como a una mujer capaz de todo por salvar a su hija mayor, aún poniendo en riesgo el resto de la familia. A pesar de lo antipático del personaje es imposible no sentir empatía por Sara: ¿quién no estaría dispuesto a todo por no ver morir un hijo? Pero este interesante dilema moral que expone Picoult lo resuelve haciendo lo que ningún escritor que se respete debería hacer: dejarle al cruel destino la última palabra. Picoult se escabulle de afrontar hasta la última consecuencia la difícil interrogante que se plantea, y una vez terminado el epílogo, queda la sensación de un cazador que muerto el tigre, le tuvo miedo al cuero. Quizás producto del moralismo de la era de George W. Bush, presidente norteamericano que entre otras cosas pasará a la historia por negarse a la investigación con células madres.

Al igual que la novela de Picoult, “Nunca me abandones” de Kazuo Ishiguro (1954) transcurre si no en el presente, en un pasado cercano (comienza en los años noventa), lo que la hace una Ciencia Ficción atípica, género que Ishiguro – autor de seis novelas, entre ellas, el premio Booker 1989: “Lo que queda del día”- asegura no dominar pero fue la única manera que encontró de narrar la historia de este bizarro colegio inglés, Hailsham, en el que el lector no se entera sino hasta bien pasada la mitad de las páginas de dónde vienen los estudiantes, y hacía dónde van. Difícil escribir sobre “Nunca me abandones” sin revelar sus secretos, sólo basta con decir que es una novela que va dejando calar una especie de horror frío gracias a la voz de la narradora: una de las estudiantes, Kathy H, tan despegada a cualquier tipo de sentimentalismos como Stevens, el mayordomo narrador de “Lo que queda del día”. Las cosas son como son y así las va recordando Kathy, sin cuestionar el destino, sin cuestionar el futuro, sin cuestionar a las autoridades. Sin siquiera dar la pelea.

Después de todo cuál es el sentido de la vida, inclusive de la ciencia, si al final tenemos tan poco control sobre ella.

Esta crónica la escribí para Ficción Breve hace unos años, desde entonces salió la película basada en "My sister keeper" con Cameron Díaz en el papel de la madre, y aunque la película no es buena, tiene una final más lógico

No hay comentarios: