lunes, 8 de marzo de 2010

La zona del miedo entre adolescentes


Cuando anoche Tom Hanks sin preámbulos -porque recordar las 10 películas nominadas en el 2010 llevaría por lo menos media hora- anunció: "And the winner is: The Hurt Locker". Imagino la reacción de las tres muchachas que estaban entre el público la tarde del miércoles que se me ocurrió ver en el cine San Ignacio la en Venezuela titulada: La Zona del miedo. Se habrán texteado de inmediato:
"Marika ganó la ladilla!!!!!"
"WTF!!!!!!"
Carita asombrada.
Tan asombradas como todos aquellos que esperaban el triunfo de los N'avi, los hombres azules de Avatar, en especial su director James Cameron, que en similares circunstancias en 1998, ante el avasallador triunfo de Titanic, proclamó: "I'm the king of the world!".
La competencia del Oscar del año 2010 será recordada como el enfrentamiento de James Cameron, el cine de efectos especiales, 300 millones de dólares de presupuesto, historia sencilla, pensada para llegar a la mayor cantidad de público posible; contra el cine intimista de Kathryn Bigelow, ex-esposa de Cameron, que hizo su película con tres centavos sabiendo que no iba a ganar en taquilla porque al tratar sobre la guerra de Iraq, tocaba temas más que incómodos, incomprensibles para gran parte del público, como por ejemplo, tres adolescentes venezolanas que van una tarde al cine a pasarla bien.
También voy al cine a pasarla bien, por eso hago lo posible por ir en horario de escaso público, como a las cuatro de la tarde de un caluroso miércoles cuando imagino que el grupo demográfico que más molesta en el cine, los adolescentes, estará saliendo del clases.
En una Venezuela marcada por el calor y la crisis energética ver The Hurt Locker es una experiencia stanilavskiana, comiendo cotufas hipersaladas, aquel calorón y sin nada que tomar porque en la caja de las chucherías no hay cambio para un billete de a 10. Llego cuando la película está comenzando, la sala oscura, las luces de emergencia apagadas y no hay quien alumbre con una linterna para saber dónde están los escalones y qué puestos están vacíos. Suelo sentarme en la parte de atrás de los cines, pero lo único que pude discernir en la oscuridad fue un ruido que me heló la sangre: risas de adolescentes. Tanteando no fuera a perder las cotufas por un traspiés, llegué hasta el medio de la pequeña sala buscando alejarme lo más posible de los chamos sin terminar con dolor de cabeza por la cercanía a la pantalla.
Cuando por fin logré sentarme, me pareció estar ante un Western apocalíptico: un pueblo polvoriento, en la hora de más calor, parece muerto, sólo se respira polvo y tensión, como a la espera de un duelo, en este caso entre el jefe del equipo de marines encargado de desmantelar bombas en Irak al que sólo le faltan semanas para concluir su misión, y una bomba a punto de estallar. Escena emocionante que presenta el ambiente, el momento histórico, y nada que me logro concentrar porque desde esa primera escena se oyen risas y parloteos juveniles que no mitigan ni los espectaculares efectos de sonido de la película de Bigelow. Parloteos que no pararon hasta que el sargento James (Jeremy Renner) reconociera que lo suyo es la adrenalina del peligro antes de regresar a desmantelar bombas en Iraq. Corto monólogo que me perdí por estar mandando a callar a los muchachos detrás de mí.
Y con aquella sed y aquel calor, porque el aire acondicionado estaba apagado para ahorrar energía, me sentía de lo más stanilavskiana: Caracas en Bagdag, encandilada por el flash de los adolescentes que se tomaban fotos entre sí. Pensaba que ser joven en Caracas es también vivir en el peligro de una ciudad  violenta, chamos expuestos a la delincuencia, pero qué pueden saber nuestros alegres jóvenes lo que significa tener 18 años, que te monten en un avión para luchar una guerra incomprensible en un país dos continentes de distancia del tuyo. O peor aún, ser un joven iraquí y sentirte colonizado por los hombres de verde que no hablan tu idioma y que transitan las calles de tu ciudad en tanques, calles donde cadáveres de niños sirven como depósitos de explosivos.
La película de Bigelow es mucho más que los horrores de la guerra, es una película dirigida por una mujer que trata sobre testosterona pura, sólo dos mujeres salen en la película: la señora que saca a empujones al sargento de su casa cuando éste trata de averiguar la suerte del niño que vendía CDs en el campamento, y la esposa del teniente James, la aguerrida Kate de Lost (Evangeline Lilly), que aquí hace de sufrida esposa.
Conflictos internos de hombres en batalla, invasores en un país sumido en la anarquía, que no saben -ni parece interesarles, es su misión como soldados- si hacen bien o hacen mal, si podrán recuperar sus vidas, ser humanos, sentir. Si cuando regresen a los Estados Unidos, si es que lo logran, podrán regresar a ese estado de seguridad interior que llaman home.
Demasiadas intensidades juntas para los adolescentes, debieron ver otra vez Sherlock Holmes, y dejar que los intensos disfrutaran The Hurt Locker en todo su esplendor.
No me puedo quejar, alguna vez fui adolescente, y hoy soy madre de dos y de un chamo que desde ya pinta como que va ser de los que echan broma parejo en el cine.
Pero esto no se va a quedar así, no los voy a dejar que salgan impunes, espero a los fascinerosos en la salida para decirles que qué fastidio. Eran tres muchachas, fueron simpáticas, se sonrojaron cuando les dije que no me dejaron disfrutar la película, me contestaron entre risas reconociendo sus propias limitaciones: "Es que para nosotras era muy fastidiosa". No quise ser aleccionadora, pero les propuse que para la próxima no tenían que calarse una película fastidiosa, fastidiaban a los demás, mejor era salir y tomarse un café viendo a los papis pasar. Sonrieron y me dijeron que tenía razón. Ni una película ladilla más.
Imagino que las chamas ayer viendo la entrega del Oscar serían del team Avatar, y cuando el galardón por fin fue a parar a manos de Bigelow, se habrán texteado consternadas:
"¿Será que la volvemos a ver?"

2 comentarios:

Ancapi dijo...

Pues Piki, "Good Morning, Star Shine" está entre mis canciones favoritas desde la infancia. Antes, cuando escuchaba radio, el oírla era preludio de un buen día. Menos mal que el optimismo es una enfermedad que cura el tiempo.

Adriana Villanueva dijo...

Andrés a mi también siempre me encantó Good Morning, Star Shine que cuando nosotros estábamos chamos lo ponían tanto en la radio como el I got a felling de Black Eyed Peas de hoy. Así que esa mala maña del optimismo como que pasa de generación en generación.