Ayer en medio de la zozobra política me enteré por facebook de una triste noticia: mi amiga Esther acababa de morir en Mérida. Al leer la cantidad de mensajes que iban llegando a su muro que describían exactamente lo que yo sentía por mi pana de universidad, un ser lleno de luz, lloré, lloré por Esthercita, que en su breve paso por mi vida tanto me dio, y lloré por la Venezuela llena de odio en la que nos está tocando vivir.
A Esther la conocí el primer semestre de la Escuela de Arte en el año 1982, no fuimos amigas inmediatas, veníamos de planetas distintos, a mis 18 años pertenecía a un planeta de colegios privados y domingos en la noche en Le Club, y Esther, rozando los 30, luchaba por criar a su hija Thonie, a quien yo le llevaba los mismos años que me llevaba su mamá a mí.
Fue como en el segundo semestre que estas dos habitantes de planetas distintos comenzamos a coincidir, conversando en los pasillos, entre clase y clase, tomando un café cuando tardaba en llegar un profesor, y descubrimos que éramos espíritus afines, teníamos similar sentido del humor, amábamos el Arte y la Literatura, y Esthercita, como solía llamarla aunque era mayor que yo, al igual que hizo con otros compañeros de la Escuela, me adoptó, y en esos primeros semestres sentí que al fin tenía lo que la vida no me había dado: una hermana mayor.
La principal conexión que teníamos Esther y yo era las barajas del tarot, a los 19 años, más como hobby que como espíritu místico, comencé a estudiar el Tarot de Marsella y se lo leía a mis amigas. A esa edad es fácil leerles la suerte a las muchachas del planeta de donde yo vengo: traición de una rubia que dice ser tu amiga, problemas en tu casa, ten paciencia que está por entrar en tu vida un hombre alto y moreno... Esther también leía el Tarot pero el egipcio, y si yo lo hacía por hobby, ella lo hacía para redondearse, como también trabajaba a destajo pasando a máquina trabajos escritos a mano.
Frase que para los más jóvenes hoy será arcánica.
Ayer, cuando le comenté a mi mamá que estaba muy triste porque había muerto mi amiga Esther, apenas se acordaba de ella, haciendo memoria más fue lo que yo fui a su casa que ella vino a la mía. Al principio de nuestra amistad vivía con su hija, madre y hermanos en un apartamento en la parta baja de Altamira, ahí solo recuerdo haber ido una vez, hasta que tuvieron que mudarse porque iban a demoler el edificio. Entonces Esther se mudó con su hija a la planta alta de una casita en mi vecina Chapellín. La llenó de matas y su nuevo hogar logró el espíritu de su inquilina, alegre y luminosa. Como quedaba cerquita de mi casa, yo me la pasaba ahí, entonces Thonie era una flaquita vivaz, que bailaba y saltaba de aquí para allá como un saltamontes; poco después se les unió Fernando, el español de sus tormentos, de quien Esther se habría de enamorar apasionadamente.
En medio de ese amor tormentoso, Esther me pedía que le leyera las cartas, ella decía que lo hacía muy bien. Yo se las leía gratis, porque para eso estamos las amigas, y ella me cobraba un precio simbólico cuando me las leía a mi, porque esto es un oficio, sea seria caraj.
Nuestra estrecha amistad duró hasta que entramos en mención: Esther en Artes Plásticas y yo en Artes Escénicas, sencillamente dejamos de tener tiempo para tomarnos juntas un café, nuestros planetas se distanciaron no por otra razón que así es la vida. Por esa época también dejé de leer el Tarot, sentía que al hacerlo me estaba cargando de energías negativas, se lo dije a Esther, y ella me contestó que no podía dejar de hacerlo, era parte de su vida.
La última vez que vi a Esther fue hace 22 años, en la Feria de Navidad del Ateneo de Caracas, le conté que tenía una bebé, y ella me contó que Fernando había regresado a España y Thonie estaba por hacerla abuela. Nos despedimos con afecto pero sin mayor emoción, ¿cómo sabe una que esta será la última vez que verá a una amiga?
Pasaron los años y no supe más de Esther, nuestra amiga en común, Cristina, me contó que se fue con Thonie y su nietecito a vivir a Mérida, allá era una profesora de Arte muy querida en la Universidad de Los Andes. Cuando comenzó la nota de Facebook, a Esther fue de las primeras personas en buscar, Facebook más que para saber sobre a quienes les hemos seguido la pista, es perfecto para reencontrarnos con aquellos amigos a quienes no volvimos a ver. Pero Esther no estaba en la red social.
Cómo no preguntarse cuál sería su posición ante el momento político que vivíamos en Venezuela: soñadora, idealista, solidaria, apasionada, viviendo en Mérida; dígame si Esthercita le apostaba a esto de la revolución. No hay peor despecho que encontrarte con un afecto al otro lado de la barrera política, con una visión opuesta a la tuya del momento histórico en Venezuela.
Hasta que un día apareció Esther en Facebook, me dí cuenta por un comentario que le hizo a nuestra común amiga Cristina, de inmediato la invité y retomamos una amistad que no sé porqué diablos dejamos perder.
Gracias a su foto de perfil vi que era la misma Esther, su piel, sus ojos, su sonrisa eran los mismos, no había envejecido ni un poquito; solo su cabeza, envuelta en un coqueto turbante, me reveló que Esther no estaba bien. Por Facebook nos pusimos al día, me contó lo orgullosa que estaba de Thonie, de lo tronco de mujer que había crecido, abogada que le había dado dos nietos varones; me dijo también que leía mis artículos en El Nacional; y me confesó que cuando éramos amigas en la universidad, le daba muy buenos consejos sobre cómo tratar a su niña. Supongo que porque entonces yo era una niña también. Este tierno comentario me sirvió para darme cuenta de que sí yo siempre tuve presente a Esther, Esther también me tuvo presente a mí.
Cuando le pregunté a mi recuperada amiga si seguía leyendo el Tarot, me dijo que después de que le diagnosticaron la enfermedad lo había dejado de leer, se acordó cuando yo le advertí que una se llenaba de energía negativa. La nueva Esther en ese momento de remisión de cáncer, era una mujer devota y con mucha fe en el poder de la oración, dispuesta a luchar contra su enfermedad hasta el final.
No hizo falta tocar el tema político, en su muro me di cuenta que si tenía fe en Dios no lo tenía en la Revolución: "Todo lo contrario", me contó, "le costó a mi hija su trabajo el ser opositora".
Durante más de un año siguió nuestra amistad en Facebook, hace unos meses escribió en su muro que el cáncer había regresado, se sometería a un tratamiento alternativo, la respaldaba su fe. No soy mujer de fe, pero qué bendición es tener fe para vivir, y fe para irnos en paz. La última foto de Esther la montó su nieto el domingo, había llevado a su viejita a votar: "Porque nada la detuvo, fuerte como una roca mi vieja". Ya se veía en la última fase de su enfermedad.
Pero así era mi amiga Esther, solidaria, guerrera, luchadora, llena de luz; no quiso irse de este mundo sin su último granito de arena por una mejor Venezuela.
6 comentarios:
Gracias por compartir esta historia Adriana, me hiciste recordar una amiga del colegio que falleció también de cáncer, unos meses atrás. No tenía tanto tiempo como tú sin verla, de hecho era médico y era a quién acudía, precisamente para esos exámenes que debemos hacernos anualmente. En nuestro último encuentro me dijo que el cáncer había vuelto y que como en la primera oportunidad lo superararía con mucha entereza. Me confié y me despedí de ella con la certeza de que la vería en mí siguiente control, no fue así y sólo pude encontrarme en una página de facebook, escribiendo un mensaje en su muro, ante la impotencia de enfrentar una realidad que era irreversible, que ya no me escucharía, ni me leería, ni me vería más nunca. No todo ha sido tan malo y aunque suene raro su muerte generó el impulso necesario para que nos reuniéramos unas cuantas amigas de la época, hasta un grupo privado conformamos en la red social y estamos en contacto de forma muy seguida. Es posible que tengamos un encuentro personal el mes próximo. Saludos
Me gustó tu historia de Esther...Mariana.
Que bello esto...no imaginas cuanto lo agradezco, revivi momentos maravillosos y llore mucho, se q mama baila con los angeles, brillando siempre, asi era ella...
Thonie.
Qué lindo Thonie, te tocó en suerte una gran mamá, un ser especial para todos quienes tuvimos la suerte de conocerla, y no me queda la menor duda de que sigue velando por ti.
¡Hermosa historia! ¡Hermosos recuerdos! Gracias por compartir y dejarnos conocer un poco más de Esthercita (una vecina radiante, vibrante y siempre alegre) Xenia Oviedo (desde Mérida).
gracias Adriana..que hermoso...
Pedro Molina.
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