miércoles, 6 de enero de 2010

Lecturas de fin de año 2009

En un reciente viaje a Nueva York, compré un pequeño cargamento de libros y reservé la primera novela de la tan recomendada trilogía Millenium de Stieg Larsson para mis vacaciones decembrinas en Margarita, pero como es denso, preferí llevar en la cartera en el corto viaje aéreo Maiquetía-El Yaque un pequeño libro made in Venezuela: la biografía de Doris Wells, tomo 101 de la serie de Biografías de El Nacional.
Escribí en Evitando Intensidades sobre mi breve amistad con Doris en la Escuela de Arte en la Universidad Central de Venezuela, apenas la traté superficialmente, pero gracias a esta biografía escrita por la periodista Ocarina Castillo pude conocer mejor a la mujer luchadora, sensible e inteligente que un día me regaló sus recortes de prensa de teatro porque ya no los necesitaba.  El principal mérito de esta biografía es que respetando la intimidad de la actriz, Castillo logra transmitir la importancia que, a pesar de su corta vida, Doris Wells tuvo en las artes escénicas venezolanas, no sólo por protagonizar hitos de la televisión y el cine como La señora de Cárdenas y Oriana, sino por aspirar a lo mejor, ser una eterna inconforme ante la mediocridad de los medios.
Como una inconforme me sentí leyendo las primeras páginas de "The girl with the Dragon Tatoo" de Stieg Larsson, la versión en inglés de la novela  policial sueca que en español, como en el sueco original, se titula: "Los hombres que  no amaban a las mujeres", novela aplaudida por la crítica y con gran éxito comercial (rarísima combinación) pero que a mí me costó horrores entrarle al conflicto entre el empresario Hans-Erik Wennerström y Mikael Blomkvist, periodista  amenazado judicialmente al no poder demostrar las acusaciones que sobre el corrupto industrial publicó en su revista Millenium.  La novela toma un giro interesante con la aparición en la trama de Lisbeth Salander, una joven investigadora con características Emo, de excepcional inteligencia pero con problemas para relacionarse, quien será el comodín que usará Blomkvist para descubrir la suerte de la desaparecida adolescente Harriet Vanger, y desenmascarar públicamente la calaña de Wennerström.
El título en inglés: "La chica con el tatuaje de dragón" intenta explotar el filo de pulp fiction de la obra póstuma de Larsson, periodista que murió inesperadamente en el 2004, recién cumplidos 50 años, sin saber el éxito que habrían de tener sus tres primeros (y últimos también) intentos de escribir ficción. Sin llegar a la maestría de su compatriota Henning Mankell para recrear la fría atmósfera y la compleja intensidad escandinava, las últimas páginas de la primera novela de Larsson dejan con ganas de saber en qué parará la extraña amistad entre la investigadora emo y el periodista cuarentón.


A la hora de achinchorrarme con un libro en Margarita, del frío campo nórdico paso a un Japón post-sísmico con la colección de cuentos de Haruki Murakami: After the Quake (Tras el Sismo);  libro que me atrapó con sus primeras cuatro historias que tratan marginalmente de cómo el terremoto que devastó a la ciudad de Kobe en 1995, tuvo en almas melancólicas efectos colaterales que fueron más allá del movimiento telúrico. Lástima que los últimos dos cuentos -sobre un sapo que intenta evitar un nuevo cataclismo y un oso productor de miel- pusieron a prueba mi afecto por Murakami:  las historias con animales humanizados dejaron de interesarme con las fábulas de Esopo.

Quizás la verdadera razón para abandonar la colección de Murakami no fue un prejuicio contra el Reino Animal, sino porque me quedé con ganas de seguir leyendo sobre Lisbeth Salander. Así que fui a la Librería Nacho de Sambil de Margarita a buscar la segunda novela de la trilogía de Larsson: La chica que soñaba con gasolina y con bidones de fuego; pero sólo con hojear el libro me dí cuenta que tras haber leído la primera novela en una sobria traducción al inglés, me costaría adaptarme a la versión coloquial en español tan repleta de: "¡Vales!", así que preferí esperar mi regreso a Caracas para pedirla prestada en inglés, y me sumergí en un proyecto de lectura de casi el mismo grosor de las tres novelas de Millenium juntas: "Last Night in Twisted River", la más reciente novela del escritor norteamericano John Irving, autor de El Mundo según Garp y Una Oración para Owen Meany.
Irving, nacido en 1942, no tiene pudor en disimular que se quedó estancado en la novela estilo decimonónico y muchas de sus tramas emulan a su ídolo, Charles Dickens, sagas que cubren la vida de acontecidos muchachitos desde su infancia hasta que ven cumplidos sus destinos, que en el caso de Last Night in Twisted River, recorre más de 50 años en casi 900 páginas.
Dicen que la novela es por naturaleza un género imperfecto, y la última novela de Irving lo demuestra con creces, al contrario de lo que me pasó con la novela de Larsson, la primera parte del libro me cautivó con la historia de Dominic y Danny Baciagalupo, un cocinero y su hijo de doce años que viven en New Hampshire en un campamento fluvial de troncos de madera. Cuando Danny confunde a la amante de su padre (y novia del alguacil) con un oso y la mata de un sartenazo, comienza la peregrinación de padre e hijo huyendo de la ira del alguacil, pero al crecer el joven Danny convirtiéndose en un escritor con obvias similitudes con Irving como su baja estatura, afición por la lucha libre y por el exagerado uso de los puntos y comas; la historia pierde su encanto que sólo recuperará al final, con el regreso a Twisted River de Danny, 50 años después del desafortunado sartenazo.
He perdido la costumbre de leer novelas tan largas: me faltan más de 100 páginas para terminar la saga de Irving, y ¡cómo ansío el epílogo! De regreso en Caracas no veo la hora de abandonar Twisted River y volver a Estocolmo a inmiscuirme en la vida de la temperamental Salander y el guapo Blomkvist. Aunque sea en español castizo. ¿Vale?



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