“Feliz año 2010, si es que por el camino que vamos a este año se le puede llamar feliz”.
Semejante saludo telefónico me sorprendió por ser de mi amiga Mariela, quien cibernéticamente parecía de lo más entusiasta con el año que comenzaba. Por facebook mandó decenas de mensajes de esperanza asegurando que en el 2010 se acabaría la mala racha de los Tiburones de La Guaira, y que Venezuela por fin echaría para adelante. Por eso este primer saludo del año, tan de derrota, me extrañó, apenas estábamos en la segunda semana de 2010. ¿Cómo se le había desinflado el optimismo así de rápido? ¿Pasaba algo?
“¡Qué va a pasar!¡Pasa Venezuela!” respondió “y yo que creía que regresaba de las vacaciones navideñas repotenciada, mente positiva, y en menos de una semana se me desinflaron las esperanzas: primero con el decreto de horario restringido de los centros comerciales, mi oficina queda en el Centro Ciudad Comercial Tamanaco y mientras revertían la medida en gaceta, trabajamos en un sitio desolado, un lugar que se activaba desde temprano, casi toda la mañana muerto. Después el ajuste cambiario: el bolívar fuerte dejó de ser fuerte, no sabemos dónde estamos parados con los tres tipos de cambio del dólar, y con ese miedo a invertir, sin olvidar la amenaza de las expropiaciones. Para rematar la crisis energética que apenas comienza. Dígame los mal planificados apagones, anunciaron que en mi zona se iba la luz a una hora, se fue a otra, y me quedé atracada en el ascensor. En la calle no se puede andar, además de la inseguridad, la gente está agresiva, te tiran el carro. Como si fuera poco el ambiente de trabajo es tétrico, los clientes pichirrean hasta la última puya, y los compañeros de trabajo se dividen entre los que andan deprimidos y los que por cualquier cosa se te lanzan a la yugular. Si este ambiente de tensión lo vivimos en enero, ni te cuento cómo estaremos en mayo. Y para colmo ¡una final Caracas-Magallanes! Esto no es calidad de vida. Te lo juro que dan ganas de emigrar”.
Si algo me han enseñado estos 11 años de tensión en tiempos revolucionarios es que los ánimos no se pueden hundir al mismo tiempo porque nos ahogaríamos en la desesperación. Compartía las angustias de mi amiga, y aunque también soy una dolida aficionada de los Tiburones e igual de descorazonada por la actual situación del país, en esta conversación me tocaba ser la optimista:
“Es verdad, la situación en Venezuela está terrible, pero no todo es tan malo este enero de 2010, aquí todavía nos queda mucha calidad de vida: ¡mira qué hermosos días! El azul del cielo nítido, la brisa fresca, tanto verde, te hacen sentir que en medio de las circunstancias políticas vivimos en un país bendito por la naturaleza. Si vieras a un azulejo que se acaba de parar en la rama de un árbol que colinda con mi ventana, ¡qué hermoso! ¿tu crees que eso es posible en Europa o en los Estados Unidos con las actuales heladas?, y ahora llegó una ardillita, ¡tan linda la ardillita!…”.
Todo pasó en fracciones de segundos, bastó que la ardilla y el azulejo cruzaran la mirada, para que ante mis ojos sucediera una sangría de plumas azules y pelos castaños. No sé quién fue el primero en atacar: si el pajarraco con su pico o el ratón gigante de cola peluda con sus garras. Al otro lado de la bocina, ante mis gritos de “¡chu-chu, bichos, sale!”; y los espantosos chillidos de la ardilla, Mariela preguntaba horrorizada: “¿Qué pasa? ¿qué pasa?”.
“Nada, chama, que ahora sí como que nos llegó la hora de emigrar”.
Artículo publicado en El Nacional el sábado 23 de enero de 2009
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