jueves, 15 de mayo de 2008

La otra Adriana




A cada rato llega un mensaje de algún amigo avisando que cambió su dirección de correo electrónico de Cantv a Gmail. Al principio parecía una epidemia de escualidismus: los más radicales de la oposición anularon sus direcciones de Cantv al hacerse el gobierno revolucionario el accionista mayoritario de la principal compañía de teléfonos de Venezuela.
La paranoia vino después, cuando se predijo que quienes recibimos correo a través del ahora portal de la revolución, seremos vigilados por la inteligencia cubana. Eso no me quita el sueño: como si los cyberespías de La Habana no estuvieran lo suficientemente ocupados con el bloqueo, los cubanos en Miami, la salud de Fidel, los poetas disidentes y la Unión Europea, para encima tener que estar revisando cientos de mensajes políticos, documentos power point, chistes malos, rumores falsos, cadenas sentimentaleras y otras plagas que inundan mi buzón.
Como no soy mujer de cambios drásticos, a pesar de su nueva voluntad revolucionaria, de que ahora abrimos el portal de la CANTV y las noticias parecen redactadas por Ignacio Ramonet, seguí fiel a la telefónica nacional manteniendo mi vieja dirección de Internet. Pero cuando unos correos se me empezaron a devolver y otros me dejaron de llegar, decidí dejar tanta fidelidad y abrir una cuenta en Gmail.
Entrar en el correo de Google es una experiencia comparable a cuando Dorothy, después de que se la lleva el tornado, por fin aterriza y al abrir la puerta de su casa pasa de blanco y negro al technicolor mundo de Oz.
"Toto, I think we are not in Caracas anymore".
Llevo días descubriendo las ventajas de Gmail: su enorme capacidad no sólo para guardar mensajes, sino también para almacenar fotos y documentos sin copar la memoria de la computadora, además de la posibilidad de compartirlos y de trabajar en ellos desde cualquier parte del mundo que tenga libre acceso a Internet.
Mi cambio de dirección cibernética se enfrentó con dos obstáculos: el primero, que mi nombre ya estaba tomado, así que agregué una g, la inicial del apellido de mi madre, y creé adrianavillanuevag@ gmail.com . El segundo inconveniente: que la página de documentos de Gmail no es compatible con Safari de Macintosh. Fue necesario desempolvar mi vieja computadora, la que ni dejándola en la Plaza Bolívar se la habrían llevado por obsoleta, y desde entonces estoy pasando fotos y documentos de un email a otro.
A menudo se me olvida agregar la g materna a mi nueva dirección, consciente de que a alguna tocaya la debo tener loca mandándole fotos de concentraciones caraqueñas, de vacaciones en Margarita, del bautizo de mi sobrina; investigué en Google a qué otra Adriana Villanueva podía estarle imponiendo las imágenes de mi vida. Encontré varias homónimas: una jueza en Lima, una ejecutiva en Managua, una repostera en Coyoacán, una artesana en Chiloé, una obrera en Guanajuato, una colegiala en Stanford y una uruguaya radicada en Israel.
En esas estaba, filosofando: "Mira que tener el mismo nombre y vidas tan distintas", cuando me entró un mensaje a la cuenta de Cantv de una tal Adriana Villanueva: "No sé quién sos, pero dejá de estarme mandando fotos que no me interesan".
Y me quedé con la angustia de qué será más peligroso en esta aldea global: si arriesgarme a la contrainteligencia cubana o a la ira de una cuaima del cono sur

Publicado en El Nacional el 30 de junio de 2007.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Si te devuelven los correos o no te llegan, sin duda tenías que salir de esa cuenta. Te agradezco el dato de gmail, pues lo tengo como cuenta alterna pero no le doy el uso potencial que en realidad tiene.

Anónimo dijo...

Comadre con esos colores psicodelicos pareces una version joven y bonita de Agatha Ruiz de la Prada

Adriana Villanueva dijo...

Si mi profesor de photoshop ve esta foto, me demanda por incompetente.