domingo, 5 de octubre de 2008

Uno prestado


ENTRE EL SUEÑO Y LA VIGILIA

Por Juan José Millás

Me he convertido en un espectador de series de televisión en un proceso semejante al que en otra época de mi vida me convertí en lector. Ambos placeres tienen puntos en común. Así, del mismo modo que entonces leía a escondidas (y a menudo contra alguien), ahora veo las series a horas que no son, rompiendo mi propia disciplina de trabajo, como el que empieza a beber al mediodía. Una de las grandes ventajas del portátil es que tiene la maniobrabilidad de un libro. Algunos días, a media mañana, hora en la que debía estar escribiendo un artículo, pergeñando una novela o preparando una conferencia, tomo un disco de Perdidos, lo introduzco en el ordenador, me coloco los cascos y caigo en ese espacio moral llamado isla con un delirio semejante al que en la adolescencia me hundía en las páginas de los libros de aventuras.

Ver una serie de televisión a deshoras proporciona casi el mismo placer que leer un libro en la clandestinidad. Ese tiempo secreto, íntimo, furtivo, queda marcado para siempre como algo soñado. En el caso de Perdidos, el sueño es doble, pues ninguna otra serie, desde la célebre Twin Peaks, había poseído una carga onírica tan penetrante. Los personajes se mueven entre el sueño y la vigilia de tal modo que a veces no es posible saber en qué territorio se encuentran. El propio espectador tiene la sensación de despertar cada vez que termina un capítulo. Hay días cuyas horas giran en torno al momento en el que me asomaré a escondidas a un nuevo capítulo de Perdidos.

Un amigo que conoce esta debilidad me confesó hace poco que estaba preocupado por un hijo suyo que ha visto tres o cuatro veces Los Soprano, otras tres o cuatro los capítulos disponibles de Perdidos y que en la actualidad está enganchado a Mad Men. Le pregunté si estaría igual de angustiado si su hijo hubiera leído siete veces Madame Bovary y me dijo que no era lo mismo. Llevaba razón:

la afición a las series no ha alcanzado todavía el grado de respetabilidad de la lectura. Es uno de sus encantos. Supongo que resulta muy difícil para un joven leer La Regenta en contra de alguien, pero aún puede ver compulsivamente Los Soprano o Perdidos en contra de sus padres, quizá en contra de sus profesores y, desde luego, en contra de la programación escolar. Personalmente, como no tengo contra quién rebelarme, las veo contra mí mismo, cuando debía estar haciendo otra cosa. Total, que le he dicho a mi amigo que no se agobie, porque al final, si uno es perseverante, acaba viviendo de hacer lo que no debe.

2 comentarios:

Imágenes urbanas dijo...

¡Qué simpático! Juanjo Millás es uno de mis autores favoritos y este artículo suyo me revela cosas muy divertidas.

Roberto Echeto dijo...

En lo único que no estoy de acuerdo es en que ver series no tiene el "glamour" que tiene la lectura.

No lo tendrá para Millás, pero para mí sí lo tiene y, en ocasiones, más.

La Regenta o Madame Bovary Vs. Los Soprano. ¿A quién se le ocurre establecer esas comparaciones?

Leamos, veamos series, juguemos Wii, oigamos música y seamos felices.

Un beso, Adriana.