lunes, 7 de septiembre de 2009

Purgatorio en la playa


Difícil describir los sentimientos encontrados leyendo en la playa una novela como Purgatorio, del escritor argentino Tomás Eloy Martínez. Por un lado es una novela amena y con un tema apasionante, lo que la hace una excelente lectura playera: Emilia se reencuentra en New Jersey con su marido, Simón, tras treinta años sin verlo desde que el joven cartógrafo desapareció en 1976 en un cárcel de Tucumán, sólo que Emilia luce los 60 años que tiene, y Simón se estancó en los rozagantes 33 años que tenía cuando desapareció. Así comienza una historia que se lee como un juego de espejos.

Por otro lado el mismo tema de la novela: los desaparecidos en la Dictadura Militar en Argentina durante los años 70, leído untada de Australian Gold, tomando cerveza y comiendo empanadas de cazón en una Venezuela donde la represión política comienza a sentirse con fuerza sin llegar al extremo del horror de las dictaduras militares del Sur, nos hace sentir que ante semejante lectura el escapismo al que aspiramos en las vacaciones, difícilmente se logrará, y aún peor, que no le damos a tan devastador tema el respeto que merece.

 No es que Purgatorio sea una gran novela, me gustaron más Santa Evita y El Vuelo de la Reina del mismo autor; le hizo falta la distancia emocional necesaria para ser una obra con matices interesantes. Pareciera que ni el tiempo (más de 30 años han pasado de su exilio) ni el regreso a la Democracia en Argentina, han logrado mitigar un ápice la rabia y la impotencia del escritor y periodista –que en los años 80 vivió en Venezuela y fue director de El Diario de Caracas-  ante el infierno político en el que se sumergió su país por una Dictadura Militar en la que, según el último censo, 27.949.480 habitantes fueron víctimas fatales de la represión política, y que al autor de Santa Evita lo obligó a vivir sin ver crecer a sus hijos mayores.

 Sin embargo Purgatorio tiene escenas muy buenas como cuando el malo, maluquísimo doctor Orestes Dupuy, editor del diario La República, padre de Emilia y colaborador incondicional del régimen militar, se le ocurre la idea que para levantar la deplorable imagen que se tiene en el resto del mundo del Gobierno Militar de Argentina, hace falta una película que le sirva de propaganda como sirvió la cámara de Leni Riefenstahl al Nazismo en las Olimpíadas de Berlín, y qué mejor ocasión para exaltar la gloria de un gobierno cuyo lema era: “Dios-Patria-Hogar” que el Campeonato Mundial de Fútbol del año 1978.   

Semejante misión sólo podía recaer en un gran cineasta, insuperable creador de ilusiones, como Orson Welles, a quien le vendría bien la generosa remuneración ofrecida por filmar este documental mercenario para financiar sus proyectos personales por los que nadie daba un centavo en Hollywood. Dupuy, sin ser cinéfilo, sabía que Welles tenía en su curriculum la mejor película de la historia del cine: El ciudadano Kane; además de ser el responsable del programa radial La guerra de los mundos, que a principios de los años 40 causó en los Estados Unidos un ataque de histeria colectiva por una supuesta invasión extraterrestre anunciada en la grave voz de Welles.  

 La respuesta de Orson Welles al aborrecible doctor Dupuy no se las voy contar para que se lean Purgatorio de Tomás Eloy Martínez, por más de vacaciones que uno piense que esté, es importante recordar lo que sufre un país bajo la sombra de un gobierno totalitario.


Publicado en El Nacional el sábado 5 de septiembre 2009

1 comentario:

fer dijo...

A mí me conmovió bastante. gracias por comentarla. lo mejor: el juego entre realidad e irrealidad.