martes, 30 de abril de 2013

Hora y media




Mejor no saber cómo las llaves del carro con el control de la alarma cayeron en un cuerpo de agua, el punto es que un lunes a las 9.30 de la mañana me encontré frente al carro preguntándome: “¿Y ahora qué hago”. 
Gracias a un alma generosa que desactivó la alarma en cuestión de segundos, un lluvioso lunes de finales de abril estaba a las diez de la mañana en la misma tienda de autoperiquitos en La Florida donde siempre le han montado las alarmas al carro.
“¿A este control qué le pasó?”,  preguntó el dueño sosteniendo el aparatico todavía chorreando agua. Preferí contestarle con otra pregunta: “¿Tendrá arreglo?”.
Ni arreglo ni repuesto, era una alarma muy vieja, había que ponerle al carro una alarma nueva. Tras chequear si tenía saldo en la cuenta del banco porque no aceptan tarjetas de crédito, me prometieron que la alarma estaría lista en hora y media. No hay problema, frente está el Centro Comercial La Florida, aprovecharía para desayunar, ver cuál de los productos en escasez llegó al supermercado, y el tiempo que me sobrara lo pasaría leyendo el libro de crónicas de Chuck Palahniuk que llevo en el carro.
Hace 15 años habría tenido bastante qué hacer en el Centro Comercial La Florida, seguro habría pasado por el Bazar La Chinita para comprar un regalo de piñata, dado una vuelta por la librería Puntos y Comas para encontrar un buen libro a precio viejo, quizás habría salido a la calle para renovarle la pila a mi reloj en la joyería Benito, o me consentiría con un antojo francés en La Confitería. Hoy ninguno de estos negocios queda en pie, en el Centro Comercial La Florida y sus alrededores la mitad de las santa marías están cerradas.
Tenía como dos meses que no visitaba la zona, me percaté que había una santa maría cerrada menos: en el local donde antes quedaba la librería del señor Fiori, Puntos y Comas, el mismo donde compraba los suplementos de mi infancia y las cartulinas para hacer los trabajos escolares de mis hijos, hoy está una tienda de zapatos “made in China”. Calambre del alma como canta Charlie.
Antes de entrar en el supermercado -primero Cada después Éxito hoy Luvebras- pasé por el Banco Venezuela de La Florida, el mismo donde la semana pasada murió un atracador en acción. No tenía casi efectivo y si algo todavía encontramos en esta Caracas desabastecida son frutas hermosas. Como cosa rara, el cajero automático del Banco Venezuela no tenía dinero disponible. Habría que dejar las primeras ciruelas de huesito de la temporada para otra ocasión si quería darle una propina al muchacho que le estaba montando la alarma al carro.
Cargaba suficiente efectivo para desayunar una empana de carne molida y un café en el Deli del Luvebras,  nada que ver con lo que solía ser la fuente de soda del Cada de la Florida, pero por lo menos este pequeño Deli resolvía. Mi vecino en la barra era un señor con marcado acento gallego quien empezó a  contar sus penas como si en lugar de un vasito plástico de café tuviera ante sí una copa de orujo.
“¡Hora y media de cola en el banco, hora y media! Señores, ¿ustedes pueden creer que yo a mi edad tenga que pasar una hora y media de cola en el banco? ¿y para qué? ¡para nada!”.
 La mayoría de los presentes lo ignoraron, demasiado temprano en la mañana, demasiado temprano en la semana, para oír cuitas ajenas. Solo yo le hice un amago de sonrisa, siempre a la caza de una crónica, para qué negarlo. Él siguió:
“Es que aquí en Venezuela los mayores de 65 no contamos, no somos nada, ¡cero!”.
No hizo falta azuzar al viejo gallego para que se extendiera, sin importarle el interlocutor, contaba en voz alta que tenía depositados 70 mil bolívares en el Banco Venezuela, y aún así le habían negado una tarjeta de crédito por ser mayor de 65 años.
“Y a los malandros que roban y van a depositar lo robado a que sí se las dan, pero nosotros somos cero, los mayores de 65 años en este país somos un cero a la izquierda”.
Como no encontré manera de consolarlo lo dejé llorando sus penas mientras me acercaba al enorme cartel con la lista de productos cuya venta está limitada, lista de racionamiento que a mi más bien me pareció optimista porque de los productos en ella: “Arroz, Papel Toilet, Papel Absorbente, Café, Azúcar, Leche en Polvo, Harina de Maíz, Harina de Trigo, Aceite Vegetal, Mazeite, Margarina, mantequilla…”, lo único que se conseguía esa mañana en el Luvebras era Harina Pan y leche en polvo La Campiña, y ya estaban de salida.
 Agarré dos kilos de Harina Pan, un kilo de leche en polvo y unas mangas rosadas muy bonitas. Como en el Luvebras no hay cajas de menos de diez productos busqué la cola más corta para pagar. Todas las colas en las cinco cajas abiertas parecían igual de largas, llegaban casi que hasta el final de los pasillos, y con compras similares a la mía, pocas pasaban de más de diez productos, ahí no había doñita llevándose dos carritos con la compra de la semana. Más de una madre sí aprovechó para llevarse sus cuatro kilos de leche en polvo a los que tenían derecho porque “vaya a saber usted cuándo vuelve aparecer la leche”.
No pude evitar suspirar en voz alta lo que he escrito tantas veces, pareciera que ya los venezolanos nos acostumbramos a vivir haciendo cola y a la escasez, como si vivir así fuera normal.
Una enfermera muy dicharechera tomó el hilo de la conversación dándole gracias a Dios que no tenía edad ni de niños de pañales ni de toallas sanitarias porque a ella le daba un asco horrible eso de las toallas socialistas que estaban proponiendo. Pero la conversa para pasar el rato no terminó de arrancar, la cola transcurrió en silencio, como imagino debieron ser las colas en la Europa desabastecida de la posguerra.
A las 11.30 en punto llegué al autoperiquitos cargando mis tres bolsas del Luvebras sin sorprenderme que en esta Caracas del año 2013 del “Mientras Tanto”,  hoy se tarde lo mismo en ponerle una alarma a un carro, que comprar dos kilos de Harina Pan, una bolsa de mangas y un paquete de leche.
 Como diría el amigo gallego: “¡Hora y media señores, hora y media! ¿Ustedes pueden creer?”.

2 comentarios:

Ancapi dijo...

Adriana, pues deberías cargar una carterita con vodka en la cartera...

Adriana Villanueva dijo...

¿para días como este lunes? jajaja Andrés, viviría rascada como Elizabeth Taylor en ¿Quién le teme a Virginia Woolf?