Mejor no saber cómo las llaves del carro con el control de
la alarma cayeron en un cuerpo de agua, el punto es que un lunes a las 9.30 de
la mañana me encontré frente al carro preguntándome: “¿Y ahora qué hago”.
Gracias
a un alma generosa que desactivó la alarma
en cuestión de segundos, un lluvioso
lunes de finales de abril estaba a las diez de la mañana en la misma tienda de
autoperiquitos en La Florida donde siempre le han montado las alarmas al carro.
“¿A este control qué le pasó?”, preguntó el dueño sosteniendo el aparatico todavía chorreando agua. Preferí contestarle con otra pregunta: “¿Tendrá arreglo?”.
Ni arreglo ni repuesto, era una alarma muy vieja, había que
ponerle al carro una alarma nueva. Tras chequear si tenía saldo en la cuenta del banco
porque no aceptan tarjetas de crédito, me prometieron que la alarma estaría
lista en hora y media. No hay problema, frente está el Centro
Comercial La Florida, aprovecharía para desayunar, ver cuál de los productos en
escasez llegó al supermercado, y el tiempo que me sobrara lo pasaría leyendo el
libro de crónicas de Chuck Palahniuk que llevo en el carro.
Hace 15 años habría tenido bastante qué hacer en el Centro
Comercial La Florida, seguro habría pasado por el Bazar La Chinita para comprar
un regalo de piñata, dado una vuelta por la librería Puntos y Comas para
encontrar un buen libro a precio viejo, quizás
habría salido a la calle para renovarle la pila a mi reloj en la joyería
Benito, o me consentiría con un antojo francés en La Confitería. Hoy ninguno de estos negocios queda en pie, en el Centro
Comercial La Florida y sus alrededores
la mitad de las santa marías están cerradas.
Tenía como dos meses que no visitaba la zona, me percaté que había
una santa maría cerrada menos: en el local donde antes quedaba la librería del
señor Fiori, Puntos y Comas, el mismo donde compraba los suplementos de mi
infancia y las cartulinas para hacer los trabajos escolares de mis hijos,
hoy está una tienda de zapatos “made in China”. Calambre del alma como canta
Charlie.
Antes de entrar en el supermercado -primero Cada después Éxito hoy Luvebras- pasé por el Banco Venezuela de La Florida, el mismo donde
la semana pasada murió un atracador en acción. No tenía casi efectivo y si algo todavía encontramos en esta Caracas desabastecida son frutas hermosas. Como cosa rara, el
cajero automático del Banco Venezuela no tenía dinero disponible. Habría que
dejar las primeras ciruelas de huesito de la temporada para otra ocasión si
quería darle una propina al muchacho que le estaba montando la alarma al carro.
Cargaba suficiente efectivo para desayunar una empana de
carne molida y un café en el Deli del Luvebras, nada que ver con lo que solía ser la fuente de
soda del Cada de la Florida, pero por lo
menos este pequeño Deli resolvía. Mi vecino en la barra era un señor con
marcado acento gallego quien empezó a contar sus penas como si en lugar de
un vasito plástico de café tuviera ante sí una copa de orujo.
“¡Hora y media de cola en el banco, hora y media! Señores, ¿ustedes
pueden creer que yo a mi edad tenga que pasar una hora y media de cola en el
banco? ¿y para qué? ¡para nada!”.
La mayoría de los
presentes lo ignoraron, demasiado
temprano en la mañana, demasiado temprano en la semana, para oír cuitas ajenas.
Solo yo le hice un amago de sonrisa, siempre a la caza de una crónica, para qué negarlo. Él siguió:
“Es que aquí en Venezuela los mayores de 65 no contamos, no
somos nada, ¡cero!”.
No hizo falta azuzar
al viejo gallego para que se extendiera, sin importarle el
interlocutor, contaba en voz alta que tenía depositados 70 mil bolívares en el Banco Venezuela, y
aún así le habían negado una tarjeta de crédito por ser mayor de 65 años.
“Y a los malandros que roban y van a depositar lo robado a que sí se las dan, pero nosotros somos cero, los mayores de 65 años en este país somos un
cero a la izquierda”.
Como no encontré manera de consolarlo lo dejé llorando sus
penas mientras me acercaba al enorme cartel con la lista de productos cuya venta está limitada,
lista de racionamiento que a mi más bien me pareció optimista porque de los productos en ella:
“Arroz, Papel Toilet, Papel Absorbente, Café, Azúcar, Leche en Polvo, Harina de Maíz, Harina de
Trigo, Aceite Vegetal, Mazeite, Margarina, mantequilla…”, lo único que se conseguía esa
mañana en el Luvebras era Harina Pan y leche en polvo La Campiña, y ya estaban de salida.
Agarré dos kilos de Harina Pan, un kilo de leche en polvo
y unas mangas rosadas muy bonitas. Como en el Luvebras no hay cajas de menos
de diez productos busqué la cola más corta para pagar. Todas las colas en las
cinco cajas abiertas parecían igual de largas, llegaban casi que hasta el final de los pasillos, y con compras similares a la
mía, pocas pasaban de más de diez productos, ahí no había doñita llevándose dos
carritos con la compra de la semana. Más de una madre sí aprovechó para
llevarse sus cuatro kilos de leche en polvo a los que tenían derecho porque
“vaya a saber usted cuándo vuelve aparecer la leche”.
No pude evitar suspirar en voz alta lo que he escrito tantas
veces, pareciera que ya los venezolanos nos acostumbramos a
vivir haciendo cola y a la escasez, como si vivir así fuera normal.
Una enfermera muy dicharechera tomó el hilo de la
conversación dándole gracias a Dios que no tenía edad ni de niños de pañales
ni de toallas sanitarias porque a ella le daba un asco horrible eso de las
toallas socialistas que estaban proponiendo. Pero la conversa para pasar
el rato no terminó de arrancar, la cola
transcurrió en silencio, como imagino debieron ser las colas en la Europa desabastecida de
la posguerra.
A las 11.30 en punto
llegué al autoperiquitos cargando mis tres bolsas del Luvebras sin sorprenderme que en esta
Caracas del año 2013 del “Mientras Tanto”, hoy se tarde lo mismo en ponerle
una alarma a un carro, que comprar dos kilos de Harina Pan, una bolsa de
mangas y un paquete de leche.
Como diría el amigo gallego: “¡Hora y media
señores, hora y media! ¿Ustedes pueden creer?”.
2 comentarios:
Adriana, pues deberías cargar una carterita con vodka en la cartera...
¿para días como este lunes? jajaja Andrés, viviría rascada como Elizabeth Taylor en ¿Quién le teme a Virginia Woolf?
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