¿Qué le vamos a hacer? Ganó el Sí a un Emperador. Como dice mi amigo Roberto: "A recoger los vidrios rotos y a comenzar de nuevo". La verdad es que no tenía mucha fe de que fuera otro el resultado en esta Enmienda Constitucional que buscaba la reelección indefinida, bastaba pasear por Caracas para darse cuenta de la enorme ventaja entre la opción del SÍ, que tenía las calles tomadas con todo tipo de publicidad: vallas, gigantografías, tarantines que regalaban franelas, afiches y anís con red bull (dígalo ahí, Ibsen); y la tímida propaganda del NO , apenas se veía uno que otro NO es NO en un poste aislado.
Difícil combatir con las generosas arcas de la Nación en cuanto a proselitismo publicitario se trata.
Pero aún quedaba la esperanza de que quizás ganaría el NO: contábamos con la energía estudiantil, las últimas dos elecciones habían dado resultados favorables para quienes no creemos en el llamado Proceso, y la marcha final en Caracas de esta campaña, de Petare a la avenida Libertador, pareció superar con creces la concentración en la Avenida Bolívar a favor del SÍ, que cerró con un orador suplicando que por favor, votarán por él.
Y como en las 14 elecciones anteriores de estos últimos 10 años, este domingo 15 de febrero fui a votar, y no precisamente por él. Como me llegaron una catajarra de emails diciéndome que debía hacerlo en la mañana, y otra catajarra de emails diciéndome que en la tarde, fui al mediodía para quedar bien con todo el mundo. Pasé directo, sólo tenía por delante una viejita en silla de ruedas que debió haber nacido durante el gobierno de Cipriano Castro, a quien su familia engalanó, como para que no quedara duda de cuál sería su voto, con un enorme lazo rojo recogiendo su larga cabellera ceniza. La acompañaba un nieto quien votaría por ella. Yo tampoco voté sola, mi hijo de 9 años me acompañó.
De regreso a casa se oía un estruendo que parecía de una calle vecina: altavoces transmitían a todo volumen al presidente Chávez cantando el Himno Nacional. No era ni siquiera la una de la tarde. Comenzaron a llegar por mensajería de texto y por Facebook voces alertas asegurando que la tinta indeleble se quitaba con cloro, mi marido logró quitársela. Yo, por más que me di, no salió. Sabía que sería un día largo viendo mi dedo morado y reseco.
Pero no lo fue tanto como esperaba, Tibisay Lucena, que cuando la marea le resulta adversa se hace esperar, en esta ocasión a las 9 y 30 de la noche dio los primeros resultados en los que el SÍ ganaba obteniendo el 54 % de los votos escrutados. 6 millones y pico de votos por el Sí contra 5 millones y pico por el NO. La abstención, de nuevo, se hizo sentir. En la sala se oyeron vítores, casi todos los presentes se pusieron sus gorras y franelas de la victoria roja como si estuvieran celebrando el triunfo de una serie mundial.
No fue una sorpresa, los rumores y las noticias cruzadas de esa noche favorecieron al SI a excepción de los eternos optimistas que aseguraban que los cantos de triunfo antes de tiempo del PSUV, eran parte de su estrategia para amilanar a la oposición.
Lo que sí fue una sorpresa, por lo visto una nueva modalidad del triunfalismo, fue que como a las 8 de la noche, a la espera de que Lucena hablara, se volvieron a oír los altavoces en mi vecindario, esta vez no tocaban el himno, sino un reducido repertorio que incluía la salsa Uh, ah Chávez no se va, un joropo chavista y aquel viejo tema de Billo que dice: "Así como bailas, es que me gusta... Si, si, así así".
Por fin se hizo silencio para dejar oír a la Presidente del CNE dando los resultados, y apenas terminó, además de los fuegos artificiales se oyó en mi vecindario la voz del presidente Chávez de nuevo cantando el Himno Nacional. Pensé que una vez demostrado su punto, el vecino de los altavoces se iría a celebrar al balcón del pueblo, pero no, el discurso de victoria del Presidente que aspira quedarse hasta el dosmilsiempre les fue impuesto a juro a los vecinos. Ni con las ventanas cerradas, ni con el IPod puesto, ni bajo la regadera, había forma de no oírlo.
María Gabriela, una amiga en Facebook, me sacó de mi error: no era ningún vecino jactancioso, en el edificio de Petróleos de Venezuela en La Campiña, instalaron unas cornetotas de tal magnitud que a kilómetros de distancia se oía el discurso presidencial con la misma claridad como si estuviéramos en el balcón del pueblo. Amigos en otros sectores cercanos a edificios públicos, también se tuvieron que calar el discurso del Emperador. Por lo visto el Proceso encontró un sistema infalible de invadir todos los espacios, hasta el silencio en nuestros hogares.
Este lunes amaneció apacible despúes de la resaca moral de más de 5 millones de venezolanos. Ya no podemos decir No es No, pero todavía queda mucho camino por recorrer contra el autoritarismo y la imposición.
2 comentarios:
Uff, yo por lo menos me salvé de escuchar el discurso desde los altavoces, afortunadamente cerca de Bello Campo no queda ninguna oficina pública, pero eso sí, desde La Carlota, justo en frente de los hangares, tiraban mega fuegos artificiales. A quién habrán encomendado la tarea? En la Libertador, motorizados con sus respectivos parrilleros celebraban el triunfo de su señor.
Afortunada tú, Claudia, que de motorizados y cohetones no pasaste, yo me lo tuve que calar en estéreo cantando Candilejas.
Publicar un comentario