Al primer grupo pertenece el alma comeflor que gusta encontrar mensajes en el cine sobre los amargos caminos de la incomprensión, la globalización, el extrañamiento. Babel es el estilo de película que da para tantas lecturas como intensos hay en el mundo. Sobre todo si en el elenco hay actores bonitos como Cate Blanchett y Brad Pitt, en busca del Oscar en roles poco glamorosos.
El segundo grupo, el de los escépticos, odia a Babel por la razón por la que los intensos la aman tanto: por su carácter aleccionador. La película que abarca cuatro dramas humanos en tres continentes, ligados por el efecto mariposa de una bala fortuita, es considerada por sus detractores como una pila de mensajes obvios y moralistas condensados en 143 minutos de película.
A pesar de que ya han pasado más de seis meses de su derrota, hay quienes todavía no le perdonan a la Academia que Babel haya perdido el Oscar a la mejor película del 2006 ante la violencia de Los Infiltrados de Martin Scorsese. Y hay quienes no le perdonan al establishmnet hollywoodense que Babel siquiera haya estado nominada.
Difícil encontrar puntos medios como el de la señora Ana, madrileña residenciada en Caracas desde hace más de 40 años, quien afirma: “Me gustó Babel, me divertí de lo lindo, mira qué tontos eran sus personajes, ni en las películas de Louis de Funes”.
Mientras muchos cinéfilos lamentan la separación del dream team de González Iñárritu y del guionista Guillermo Arriaga, la señora Ana la celebra porque las historias que se entrelazan en el film le parecieron de una sublime insensatez:
“Empecemos por la chica japonesa, la sordita, que ni pantaletas usaba, con todas las modernidades que hay en Tokio y ese piso tan lujoso en el que vivían y me vengan a mi a decir que su padre no le iba a mandar a poner esos chismes en el cerebro que ponen ahora para que los sordos puedan oír”.
Habría que consultar con un neurólogo nipón para comprobar la teoría de la señora Ana que, chequera mediante, hoy cualquier sordera es superable.
“Y qué me dices del padre, guapísimo, pero a quién se le ocurre ir a cazar a esas tierras secas que ni conejos hay, y además, el muy bestia, que le regala un rifle al guía como quien da un paquete de cigarrillos”.
Hay que darle la razón a la sagaz madrileña: qué cazador se desprendería tan fácilmente de su arma, por más vieja que sea, y más allá de abundantes chivos y el coyote que se los quiere comer, en esa árida estepa no parecía abundar una fauna muy salvaje.
“Y a la pareja que se les muere el bebé, el Brad Pitt que trata de arreglar el matrimonio, de consolar a su mujer, y se la lleva a pasear a ese desierto en el fin del mundo con ese ventarrón que ni agua potable hay. Vaya forma de enamorar que tiene el tío, ¿eh?”.
Sólo si la mujer es una todo terreno como Angelina Jolie, que de Marruecos mínimo con un muchachito sale.
“Y el par de pastorcillos marroquíes que se portaban malísimo, se la pasaban peleando, y viene el padre y les va a dar un rifle ¡Hay que ser bruto!”.
Padres brutos que le dan armas a sus hijos abundan en el mundo.
“Y todavía que me creo que la nana de los niños califonianos no consiguió con quién dejarlos, pobrecitos, tan rubitos, que se los lleva al matrimonio del hijo en México, donde gozaron un mundo, mira que se divirtieron, y ella hasta consiguió un viudo con quien sarandearse, pero ¿alguien los estaba esperando en California para que se regresaran borrachos en medio de la noche? Es que en esa película el único sensato es el guardia de fronteras que los paró pidiendo los papeles de los niños”.
Sin embargo, para la señora Ana, Babel tiene un final feliz:
“Al final a la nana la deportan de los Estados Unidos, pero en México la estará esperando el viudito, y vivirán felices y comerán perdices”.
Quizás González Iñárritu tiene en Venezuela a su guionista ideal, y él sin saberlo.
Artículo publicado en la revista Contrabando en el año 2007.
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